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Decía Josep Pla que no hay amor sin cocina y no seré yo quien le refute, de ser cierta tamaña aseveración me situaría en el ... selecto grupo de los grandes amantes, lo cual no viene nada mal a estas alturas de la vida. «Cada pueblo come según su alma, antes tal vez que según su estómago. Hay platos en nuestra mesa nacional que no son menos airosos ni menos históricos que una medalla, un arma o un sepulcro». Esto lo decía Emilia Pardo Bazán en su libro 'La cocina española antigua' de 1913.
No les hablo enlazando citas por un ataque de culteranismo gastronómico, sino porque vengo de pegarme otra buena sentada con el libro de Fernando Villaverde Landa 'La cocina española', una obra enciclopédica sobre las fuentes directas e indirectas del pasado del 'fogonismo' patrio en la literatura del ramo y también en la literatura con mayúsculas. El contenido es pata negra.
Mira que se publican libros de cocina a tutiplén, varios por semana, pero en mi opinión muy pocos tienen la chicha suficiente para llamarse, con mayúsculas, como tal. Los más son solo contenidos propios de una revista encuadernados con tapa dura. Este volumen es justo lo contrario.
Se sale por arriba, y eso que se presenta humildemente tras miles de horas rebuscando entre los santa santorum de lo escrito sobre el tema desde la Edad Media (Nola, Martínez Montiño, Altamiras, etc.) y, más aún, expurgando la literatura 'seria' en busca de la información gastronómica que nos aclare el pasado culinario español.
Quizás donde la aportación de Villaverde Landa resulte más original es en el expurgado de la literatura de campanillas en busca de referencias culinarias, cuyo fruto publicado son más de doscientas alusiones a la cocina, muchas no extractadas hasta la fecha, que ayudan a completar la visión de lo que comieron nuestros ancestros.
Por ese capítulo desfilan desde Tirso de Molina a Palacio Valdés, desde Bécquer al Arcipreste de Hita, o el mismo Valle Inclán. Y suma y sigue con los viajeros que nos visitaron y que cuentan sus vivencias culinarias por el reino en el que solo había carne de cabra, como decía el cuñado del Rey Jorge de Bohemia en los años anteriores a 1492, o en el que ya se producía «el mejor aceite de Europa», en palabras de Ángel Jouvin de Rochefort, alto funcionario de la Corte francesa en 1672.
Todo hace pensar que a nuestro Ratatuille de biblioteca le han quedado demasiados jamones en la despensa y que a nada que este manual tenga éxito volverá con nuevas añadas. Yo quedo a la espera con hambre de más. Ah, por cierto, el libro lo publica la editorial Arzalia.
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