Los partidos de la derecha, en toda su dimensión, se frotaron ayer las manos al comprobar cómo el presidente Sánchez -que en el debate logró ... esquivar preguntas sin respuestas- se liaba de mala manera en una entrevista radiofónica cuando aludió a la Fiscalía y su dependencia del Gobierno cuando hablaba de materializar la euroorden de Puigdemont. Su respuesta, que políticamente quizá no fue la más correcta, dio un balón de oxígeno a la derecha, que enseguida se aprestó a urgir al presidente en funciones a que ejerza esa ascendencia con el ministerio público para que actúe contra Torra. El líder de los populares, que se quedó sin respuesta en el debate del lunes cuando preguntó a Sánchez si pactaría con el secesionismo catalán, apretó ayer al candidato socialista por esta polémica, pero no en exceso, sobre todo porque, como el Gobierno de Sánchez, quiere que Puigdemont rinda cuentas con la Justicia en España. Una tormenta en un vaso de agua que pone emoción a una tediosa campaña que, además, está pesando cada día más a los candidatos. A los aspirantes, que están casi pidiendo la hora, se les ve derrengados, agotados por el estrés que supone estar en permanente estado de bloqueo institucional y tras haber afrontado cuatro elecciones generales en otros tantos años. Toda una plusmarca.
El cansancio va haciendo mella en esta repetición electoral y los asesores de los candidatos se esfuerzan en mentalizar a sus jefes para que no cometan errores y huyan de los deslices y lapsus. La clave es no tropezar y aprovecharse de los errores del rival para sumar votos, que es de lo que al final se trata.
Y en busca de los fallos del favorito Sánchez están los candidatos del 'clan de Colón', aunque el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que hace cuatro meses era un recalcitrante antisanchista, está desandando a una velocidad sideral su posición política al abrir la puerta ya no solo a posibilitar la investidura del líder socialista, sino también a respaldar sus presupuestos. Ver para creer.
Rivera, al margen de sacar adoquines en los debates y de acariciar al perro Lucas en las redes sociales, está exhibiendo todo un repertorio de piruetas para evitar el descalabro que los sondeos demoscópicos están pronosticando. Rivera, que tenía en su haber 57 escaños, podría verse reducido a la mínima expresión si se cumplen los vaticinios de las encuestas. Sería todo un castigo del electorado a una formación que podría haber sido bisagra entre los dos grandes partidos, pero que al final optó por el todo o nada. Ahora, el vértigo del precipicio fuerza a Rivera a una maniobra a la desesperada, que podría ser ya tarde.
El PP de Casado, mientras, mira de reojo a Vox, que apunta alto en su particular escalada y sobre todo después de que Abascal maniobrara a sus anchas en el debate televisivo sin que nadie le frenara en seco. En Génova son conocedores de la tendencia expansiva de la formación ultraconservadora, pero los populares no pueden entrar a competir en su terreno porque aún recuerdan el estropicio que supuso para el partido -bajó de 137 escaños a 66- por perder la centralidad que siempre habían ocupado al entrar de lleno en el cuerpo a cuerpo con el partido de Abascal. Por este motivo, los populares quieren ser decisivos en todos los escenarios tras el 10-N, incluido el que posibilite a Sánchez poder salir investido.
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