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Sergio Llamas
Domingo, 27 de abril 2025, 07:22
El trabajo cambia vidas, normalmente para bien, pero a veces también las arrebata. En Euskadi el año pasado lo hizo en 27 ocasiones y en ... los tres primeros meses de este 2025 ya van siete fruto de atrapamientos, electrocuciones o caídas de altura. Una problemática donde bailan las cifras, pero apenas cambian las circunstancias.
Y aunque las muertes duelen más, hay otras heridas que sanar. El Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo que se celebra mañana también recuerda los 40.355 accidentes que dejaron bajas en 2024 (110 al día, un 6,9% más que el año anterior), según los datos del Instituto Vasco de Seguridad y Salud Laborales Osalan. También de los 9.775 que se dieron entre este enero y marzo (un 13,2% menos).
«Estos datos, aunque muestran una tendencia de mejora, siguen siendo preocupantes y nos interpelan a todos», advierte la viceconsejera de Trabajo y Seguridad Social, Elena Pérez Barredo. «Un empleo no puede considerarse de calidad sino es un trabajo seguro y por eso es importante hacer un llamamiento a las empresas, principales responsables de la prevención. La inversión en seguridad y salud es una inversión en eficiencia productiva y retención de talento», señala.
«La vigilancia» es imprescindible para hacer caer estas cifras, por lo que la viceconsejera también apuesta por «reforzar la Inspección de Trabajo para luchar contra las empresas que incumplan las exigencias legales».
Castigar las imprudencias, pero sobre todo, trabajar «en el antes». Lourdes Iscar, directora general de Osalan, recuerda que éste es «un organismo de prevención». Una entidad con una labor interminable y muchos focos a los que atender. «Este año los dirigimos a los atrapamientos y las caídas de altura, porque se siguen produciendo; a la ergonomía, para acabar con las dolencias por estirones o coger mucho peso; y en el sector agrario, al riesgo del tufo, un gas asesino que se produce en las bodegas», ejemplifica. Tampoco se olvidan de los riesgos psicosociales y del efecto pernicioso que puede tener sobre ellos una inteligencia artificial (IA) mal utiliza, que este año centra la campaña de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Para los sindicatos, hay responsables claros. «Los gobiernos y las empresas, quieren responsabilizar a la clase trabajadora por los accidentes y enfermedades que padecen a consecuencia del trabajo», condena la responsable de Salud y Seguridad Social en el sindicato ELA, Izaro Mujika, «obviando el impacto físico, mental y social que puede generar una enfermedad profesional o un accidente de trabajo».
Inko Uriarte, de LAB, advierte que los índices de accidentalidad «siguen siendo altísimos» a pesar de que «el peso de la industria está bajando y crecen los servicios, que potencialmente deberían ser menos peligrosos y con menos exposición al riesgo, algo que no señalan los datos».
El responsable de Salud Laboral de CC OO de Euskadi, Alfonso Ríos, recuerda que «todavía convivimos con la realidad más cruda y dramática, que es que hay personas que salieron a currar y no volvieron a casa», y el de UGTEuskadi, Ismael Manzanal, sostiene que «la única forma de abordar los 27 vascos fallecidos en el trabajo es a través de medidas de choque», modernizando las leyes de recursos laborales.
Jakes Anduaga, 37 años
Durante los últimos años Jakes Anduaga se ha visto obligado a aprender muchas cosas. A moverse con una silla de ruedas, a caminar con una prótesis o incluso a acelerar con el pie izquierdo en un coche que ha tenido que adaptar a su nueva situación. En el lado más amable, este lazkaotarra de 37 años también ha aprendido –o está en ello– a ser padre.
Jakes sufrió la amputación de su pierna derecha minutos antes de las dos de la madrugada del 15 de noviembre de 2021, cuando trabajaba como tornero en la empresa de rodamientos Laulagun de Idiazabal. Aunque venía acumulando diferentes trabajos en el sector desde los 22, en marzo de ese año había comenzado a trabajar para la empresa con un contrato eventual. «Hasta entonces no me había cogido una baja en mi vida, pero allí sufrí primero un corte en un dedo –«porque no llevaba guantes», admite– y me rompí el pequeño del pie por una pieza en bruto que se salió y me cayó sobre las botas de seguridad», añade. Dos incidentes leves que auguraron la amputación por la que terminaron declarando su incapacidad permanente total.
A Jakes no le tiembla la voz cuando relata su accidente que la investigación atribuyó a una carretilla elevadora a la que le falló el sistema hidráulico (la propia fábrica responsable de la misma, como explica, tuvo que hacer frente a parte de la indemnización). La máquina, que venía recogiendo piezas, cargaba con más de dos toneladas cuando se produjo el fallo. «Por un acto reflejo hasta traté de sujetarla con los brazos, como si fuera a ser capaz de mover a pulso todo ese peso», rememora el hombre.
Fue un visto y no visto. En un instante su pierna estaba a metros de él. «No perdí el conocimiento en ningún momento», explica con el suceso bien grabado en la memoria, igual que el recuerdo del compañero que supo intervenir para salvarle la vida. «Aquello se volvió un gallinero pero este hombre era un echado para adelante. Cogió un cinturón elástico y una llave fija del 22 para hacerme un torniquete y lo primero que me dijo fue: 'Esto te va a doler'», relata.
También recuerda el posterior viaje en ambulancia. Los sanitarios querían el contacto de un familiar y él se negaba a dárselo porque «no quería preocupar a nadie a esas horas». Terminó cediendo poco antes de que le durmieran, cuando le recordaron que iba a someterse a una operación y que no podían saber cuál iba a ser el resultado.
La recuperación fue rápida. Estuvo en el hospital 15 días antes de que le mandaran a casa con las muletas, aunque más tarde necesitó otra intervención para retirar «un poco de arenilla» que había quedado dentro de la herida a fin de prevenir problemas de gangrena. Luego vino la rehabilitación y la prótesis, que se sujeta cuatro dedos por encima de donde estaba su rodilla.
Para todo el asesoramiento especializado ha contado con el apoyo de la Fundación Bidelagun, perteneciente al sindicato ELA que le facilitaron la gestión de todos los trámites. Durante este proceso, una conclusión le ha quedado clara. «Al final considero que esto ha ocurrido porque las empresas piden, piden y piden. Estábamos en varias máquinas y trabajábamos a batalla. Mi accidente le podía haber pasado a cualquier compañero», se reafirma.
De hecho, al entrar con un contrato eventual para tan solo un año, considera que faltaron cursillos formativos. «Sólo nos dieron uno para el manejo de la carretilla –tarea para la que él ya estaba formado– que duró cuatro horas y en el que estábamos 20 personas», asegura. Aunque eso sí, reconoce que su accidente sirvió para implantar varias mejoras en la empresa. «Por ejemplo, me enteré de que aquello sirvió para que cambiaran la manera en que se trasladaban las piezas de un lado para otro y aquello ha hecho que garanticen que haya más seguridad», destaca.
Saber adaptarse le ha valido a Jakes una mirada optimista sobre su proceso y reconoce que ya se desenvuelve solo «casi para todo». «Es verdad que ahora tengo un niño de año y medio que a veces me deja atrás y me cuesta pillarle», asegura, pero como todavía es joven confía en seguir mejorando.
«Ya he empezado con un entrenador para mantenerme más activo. Antes me gustaba mucho la montaña y la bici, y quizás ahora con la ayuda de una eléctrica...», medita. «Con tiempo y ejercicio todo se puede, y la verdad es que hay gente en esta situación que hace cosas increíbles», sostiene.
Aitor Durán, 45 años
Hace casi una década que el bilbaíno Aitor Durán, ahora de 45 años, comenzó a notar una sensación de cosquilleo y pinchazos en sus brazos y manos. Un adormecimiento que le nacía en los hombros y que trataba de aplacar con visitas a su médico de cabecera e ibuprofenos. Cuatro operaciones quirúrgicas después, y con una decena de bloqueos nerviosos a sus espaldas –un tratamiento anestésico de infiltración que necesita repetir cada tres meses para aliviar el dolor–, su vida ahora es muy distinta.
«¿Que si hay cosas en las que me limita? Sí, desde luego», confiesa. «El simple hecho de los dolores te deja una mano perdida de la que se te puede caer un vaso o cualquier otra cosa», apunta con su diestra escondida en el bolsillo de la sudadera. Se trata de una práctica adquirida para evitar movimientos bruscos involuntarios que, en ocasiones, «te hacen saltar las lágrimas».
Tras una batalla médica y judicial, esta última guiado por CCOO Euskadi que tuvo que luchar para conseguir la contingencia profesional, Aitor cuenta ahora con una Incapacidad Permanente Total que le ha alejado de la empresa Asfaltos Uribe para la que trabajaba hasta el año pasado. Pero su 'odisea' ha sido larga.
A nivel médico, la batalla arrancó en 2019. Entonces le intervinieron en el hombro izquierdo, que se recuperó con rapidez. Sólo le dejó una pequeña pérdida de movilidad. A los tres meses volvió a su trabajo «de pico, rastrillo, pala y máquina extendedora», describe. Una tarea de movimientos repetitivos, golpes y vibraciones constantes que, sumada al esfuerzo extra para compensar un brazo izquierdo recién operado, remataron su otro hombro, ya castigado.
En él se centraron las tres operaciones restantes en 2020, 2021 y 2022 hasta que su traumatólogo le confesó que no importaba cuántas veces pasara por el quirófano, «porque el hombro derecho se volvería a romper». De hecho, en una de las operaciones, los doctores dedicaron varias horas a retirar restos de huesos y materiales desgastados. «La mayor molestia es el dolor. Es que ya son muchos años con él. Parece que siempre está ahí y que lo tengo incrustado», advierte.
Entre tanto, operación tras operación, las bajas se venían sucediendo y la mutua derivaba al hombre a la Seguridad Social. A pesar de que esta última ya valoró sus problemas como enfermedad laboral en 2023 y le otorgó la incapacidad permanente un año más tarde –«el médico me decía que con mi puesto, los años de trabajo y los problemas que tenía, aquello era blanco y en botella», acota Aitor–, la contingencia profesional no se consiguió hasta este 2025.
«En los últimos diez años hemos conseguido que 875 casos que estaban ocultos como enfermedades comunes se hayan revertido a casos de accidentes de trabajo o enfermedades profesionales», subraya el responsable de Salud Laboral de CCOO Euskadi, Alfonso Ríos, quien detalla que el caso de Aitor es «muy representativo» por todo lo que se había podido hacer y no se hizo.
«Se le hacían reconocimientos médicos periódicos y en ellos ya aparecía que el trabajador refería dolor. Además, en 2021 le diagnostican una pérdida de movilidad», recuerda, lo que tendría que haber derivado en unas limitaciones sobre qué trabajos podía realizar. «Se ve claramente que es progresivo y que han faltado medidas, lo que ha hecho que esto se vaya deteriorando y deteriorando», sentencia.
La invisibilización de problemas de salud laborales que pueden haber pasado por enfermedades comunes también le preocupa a Aitor Durán. En sus últimos pasos por la empresa ha visto que uno de sus compañeros lleva ya un año de baja. «Tiene la misma edad que yo y los mismos problemas. Trabajábamos juntos y se podría decir –admite, no sin cierta ironía– que hemos estado hombro con hombro», detalla, por lo que le preocupa que otros compañeros del sector puedan exponerse a sus mismos problemas.
Por otro lado, su lucha podría haber cambiado algo. «Al haber una sentencia firme, creo que hemos podido abrir la veda», explica el trabajador. Una posibilidad en la que también confía el portavoz de CC OO Euskadi. «Debería ser así y que vayan saliendo casos. Nosotros hemos propuesto en el Consejo General de la Seguridad Social que sea un tercero el que diga qué es y que no un accidente de trabajo, no la mutua, y que si ésta no está de acuerdo, deba ser ella la que tenga que pleitear y no al revés», defiende.
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