Gustavo Zerbino: «Lo que sucedió en los Andes fue una historia de amor»
Superviviente del accidente de un avión en los Andes hace 43 años en el que iba un equipo de rugby uruguayo, ha estado en Donostia visitando a su hijo
BENITO URRABURU
Domingo, 13 de marzo 2016, 08:57
Relajado, sonriente, positivo, con mensajes muy claros sobre cuestiones muy distintas, el hombre que tengo frente a mí cumplirá 63 años en mayo y el destino le dio a los 19, en los Andes, una prórroga que todavía no se ha terminado. Gustavo Zerbino (Montevideo) maneja varias vidas, muy intensas, condensadas en una sola.
Estudiaba medicina en el colegio Christians Brothers (fundado por unos padres irlandeses en Montevideo). Estaba en primer año. Jugaba a rugby en el Old Christians Club. Ahora tiene seis hijos: Gustavo, Sebastián, Lucas, Martin, Luma y Lupita. Todos ellos han sido jugadores de rugby.
Es director del laboratorio farmacéutico Cibeles, además de dar conferencias por todo el mundo, lo que le obliga a «viajar una semana por mes prácticamente durante todo el año». Ha sido presidente de la Cámara de Farmacéuticos de Uruguay. Es vicepresidente de la Fundación Rugby Sin Fronteras. Fue directivo del Old Christians. Estuvo cinco año en la Unión de Rugby de Uruguay y es Miembro del consejo consultivo de Unicef, entre otras cosas.
El 12 de octubre de 1972 viajaba con sus compañeros del equipo Old Christians de rugby camino de Santiago de Chile para enfrentarse a los Old Boys cuando su avión, un Faischild Hiller FH-227 que pertenecía a la Fuerza aérea uruguaya, sufrió un accidente a 3.500 metros de altitud.
Durante 72 días vagaron por las montañas andinas tratando de sobrevivir y lo consiguieron dieciséis de ellos. Otros veintinueve murieron. Gustavo estuvo hace pocas fechas en San Sebastián visitando a su hijo de 24 años, llamado Sebastián, que está viviendo en Donostia mientras completa sus estudios de Administración de Empresas.
Toda su vida ha estado vinculado al mundo del rugby: «En el equipo llegamos a jugar cinco hermanos y en la selección uruguaya, tres, Jorge, Rafael y yo», explica. «El rugby nos prepara para la vida. Cuando sucedió aquella tragedia el único objetivo que teníamos era sobrevivir, no sólo yo, sino todos. Nos convertimos en una sociedad solidaria, los bienes que teníamos, muy pocos, nos pertenecían a todos. Las desgracias ya llegarían por sí solas».
Dice que no piensa en lo que le pasó hace 43 años: «Sólo cuando me lo recuerdan. Cuando me levanto cada día estoy contento por estar vivo y siempre tengo cosas para aprender, para poder hacer. Jamás en mi vida tuve una pesadilla. Elegimos vivir. Lo demás, no me acuerdo de nada. Sólo cuando me preguntan por ello lo revivo, como ahora ha hecho usted. El accidente de los Andes fue una experiencia más en mi vida. Cuando me levanto cada día pienso en mi presente».
Ha estado varias veces en Euskadi, no sólo por su trabajo de conferenciante, sino también por el rugby: «Antes del Campeonato del Mundo de rugby estuve con la selección uruguaya en Getxo, en el centro de alto rendimiento de Fadura y di allí una conferencia. También he estado en la Universidad, en empresas».
Una vinculación que con la presencia de su hijo, que además se llama Sebastián, le hará venir en más ocasiones a Donostia.
De aquellos 72 días que pasó en las alturas andinas y que marcaron su vida y la del resto de supervivientes, Gustavo afirma que «la primera norma que nos marcamos fue la de no quejarnos. Nos hicimos a la idea de que no era ni una tragedia, ni un milagro, pero tenía algo de las dos cosas. Fue una historia de amor, de solidaridad, de unión, de servicio entre unos y otros. Demostramos al mundo que ante el peso de la adversidad se puede construir la unidad, sin pelearnos. Siempre que hay un problema se presenta una oportunidad».
Da mucha importancia a la religión: «En el fondo del infierno, en el abismo más grande, es cuando la presencia de Dios es más fuerte. La humildad, el compromiso, el respeto, el sacrificio y la solidaridad eran los valores que realmente funcionaban, no era que estuviésemos bien o mal... En esos momentos no hay nadie más desgraciado que tú y nadie se presenta voluntario para nada. Con la Virgen María tuvimos una relación permanente, rezábamos el rosario todas las noches al dormirnos. Ella siempre estuvo presente, nosotros no teníamos ninguna opción de vivir».
Le da un gran poder a la mente, a la forma de pensar de cada persona: «Nuestra mente está preparada para meternos en problemas. Nos educan para hacer las cosas por miedo o para sentirnos culpables. La mente es como una cinta de casete. Los primeros pensamientos no pueden ser voy a fracasar. Si llegan no hay que escucharlos».
Dos 'vascos' en los Andes
Para Gustavo, el rugby «es una filosofía de vida. Te enseña a no quejarte. En el rugby hay respeto. Cuando estás lesionado finges que no tienes nada hasta que no puedes más. En el fútbol se pasan todo el tiempo fingiendo que están lesionados sin estarlo. Normalmente hay un tercer tiempo en el que se hablan todas las cosas que ha habido durante el partido. A mí sólo me dio amigos, la mayoría adversarios».
Habla de dos jugadores de origen vasco que había en aquel equipo: «Rafael Echavarren murió al tener una pierna con gangrena. Sobrevivió a una avalancha que nos cayó encima de los restos del avión. Tenía la pierna colgada de un tendón, como un hilo. Se la cortó una hélice del aparato al salir de él. ¡Tiraba para delante andando en aquellas condiciones! Sólo la fuerza de voluntad, el instinto de supervivencia puede hacer que una persona camine en esas condiciones. El otro, José Luis Iriarte, sobrevivió después de 73 días y 73 noches con temperaturas que llegaban a los 40 grados bajo cero».
Repite constantemente palabras como unión, amistad, entrega: «Influyeron muchas cosas para salir de aquello. Éramos un avión en el que salvo la tripulación todos pertenecíamos al mundo del rugby. Éramos amigos desde pequeños, jugábamos juntos desde niños, teníamos todos la misma religión, teníamos el rugby. ¡Íbamos a jugar un partido de rugby a Santiago de Chile! Aquello fue una historia de amor. Vivíamos, y allí seguimos la mayoría, en el barrio Carrasco de Montevideo. Todos los 22 o 23 de diciembre nos juntamos las familias de casi todos los que seguimos vivos, en mi casa con hijos, nietos».
El libro 'Viven' relata lo que sucedió en esos 73 días viviendo entre nieves perpetuas y un frío glacial: «Antes de que publicásemos nosotros el libro salieron cinco o seis y al final decidimos contar nosotros mismos lo que habíamos vivido. El director del colegio nos animó a hacerlo. Un libro es algo fijo y la vida es dinámica. La película que hicieron duró una hora y media. Es imposible reflejar aquellos 73 días en tan poco tiempo. El libro que nosotros hicimos se llama 'La sociedad de la nieve'. Hablamos en él de los sentimientos que nos unieron, del miedo, de aceptar la realidad. No era nada concreto. Los problemas no existen: si tienen solución no son problemas y si no la tienen, ya dejan de ser un problema».
¿Qué objetivo tiene en la vida una persona que ha vivido una experiencia como aquella? «Ser feliz. Lo importante no es que sea médico, que pueda comprar cosas. Lo importante es tener salud, poder escuchar y sentir. Lo otro va y viene. Para mí son más importantes las personas que tienen menos que las que tienen mucho y quieren siempre tener más».
El rugby en las cárceles
Cuando pronunciamos la palabra suerte en el accidente que tuvieron él y sus compañeros, se revuelve: «La suerte es una de las grandes mentiras que existen. Lo que hay es más trabajo, más estudio y cuanto más hago esas cosas, más suerte tengo. Decir tuve mala suerte es hacerte la víctima».
Una de las actividades a las que dedica su tiempo es «dar conferencias por todo el mundo, en universidades, en empresas sobre motivación, liderazgo, comportamiento humano. El rugby es un buen ejemplo porque aporta compromiso, responsabilidad, perseverancia, no dar nada por perdido. Te aporta unos valores que luego te sirven para la vida».
No han faltado en esas conferencias de motivación equipos de diferentes deportes, «de alto rendimiento. Les enseño tres palabras para llegar al éxito: manejo eficiente de la energía. Hay que hacer las cosas porque te divierten. Ahora se le pregunta todo a Google, no se piensa para nada, te dicen por dónde tienes que ir a todos los sitios. Nosotros no tuvimos Google y salimos de allí».
Ha trabajado, en distintas épocas, como motivador con las selecciones de rugby de Uruguay y los Pumas, con la selección uruguaya de fútbol, con los equipos de fútbol de Peñarol, Nacional, Cerro Porteño, Defensa, Nacional de Quito, equipos de baloncesto: «Trabajo con ellos dos horas y les dejo un plan que tienen que hacer todos los días: les enseño a hablar un idioma distinto. Después de sesenta días se automatizan y les queda para siempre».
Está dentro de un proyecto que ha metido el rugby en las cárceles «para intentar reintegrar a los presos a la sociedad. Con los programas de rugby, la reincidencia se ha quedado en un 7%. En un deporte en el que el respeto y la disciplina es fundamental y eso les ayuda».
Nos cuenta una anécdota del último mundial que le llena de orgullo: «El equipo de Gales invitó a Uruguay a su vestuario para compartir con ellos después de un partido. ¿Usted conoce algún deporte en el mundo en el que pase eso? En este deporte, el árbitro siempre tiene razón, aunque se equivoque. Es un deporte de origen inglés en el que se acepta la realidad tal y como es».
Para Gustavo, el rugby es el deporte más democrático que hay: «Juega el gordo, el delgado, el rápido, el más lento, el grande, el pequeño. El jugador de rugby es humilde. Los valores que te da sirven para toda la vida, igual que los que te da la familia. Yo tengo muy claro que el rugby nos ayudó a salir de allí».
Lo importante para él «no es lo que pasa, es lo que hago yo con las cosas que me pasan. El éxito sólo está antes que la palabra trabajo en el diccionario. Las cosas que son posibles tardan un rato y las imposibles, tardan rato más».