Producto completo, listo para servir
El Tour de Francia es una empresa colosal, que mueve cantidades millonarias y miles de personas, pero saber aprovechar ese potencial inmenso es tarea de la organización local
El 'circo americano' ha desembarcado en Euskadi. La expresión de Jaime Ugarte sitúa las dimensiones del Tour de Francia, un gigante que empezó a ... dejar muestra de su relevancia con la presentación de los equipos bajo la lluvia ayer en el museo Guggenheim de Bilbao. Dos franquicias de éxito colosal que unen fuerzas para dar la salida a uno de los pocos acontecimientos deportivos que no necesitan demostrar el retorno de la inversión. Las cifras del Tour son mastodónticas, solo comparables a nivel global con las del Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos. Igual que esos dos otros grandes eventos (que se disputan cada cuatro años, no cada verano), el Tour tiene el calendario despejado: nadie compite con la Grande Boucle en julio. Eso multiplica su valor y este año, más. Porque la presentación de ayer en Bilbao es el aperitivo del que se anuncia como el mejor Tour de las últimas décadas, con duelos como el Vingegaard-Pogacar y el Van der Poel-Van Aert, que remiten a las épocas más gloriosas del ciclismo, el deporte que más ama a sus viejos campeones.
El Tour es un gigante que mueve miles de personas en un negocio que factura por encima de cien millones de euros en cada edición. Ayer, la organización operaba en varios planos con eficacia cartesiana, entre el BEC y el centro de Bilbao. El Tour es propiedad del conglomerado ASO (que organiza otras 28 pruebas ciclistas, dos eventos de golf, el Dakar y otros cinco rallys, carreras atléticas...) y aporta dos terceras partes de los ingresos totales de la empresa. Genera beneficios. El Tour ganó dinero hasta el año de la pandemia, que se corrió a puerta cerrada y en septiembre. Desde entonces, vuelve a crecer.
El Tour factura más de cien millones anuales, logra beneficios y aporta dos terceras partes de los ingresos totales de ASO
El Grand Départ Pays Basque se paga en exclusiva con dinero público. El coste es de doce millones -los extras supondrán algunos más- y las instituciones esperan multiplicar por diez cada euro. Es el cálculo habitual de otras sedes. Bruselas, en 2019, anotó 32,7 millones de retorno. Dos años antes, Dusseldorf elevó la cifra total hasta 63,8. En 2015, el Tour salió de Utrecht y dejó en la ciudad, según los organizadores, 25,3 millones. En 2014, arrancó en Inglaterra, en Yorkshire, donde el retorno se fijó en nada menos que 128. Dinamarca estimó en 120 el retorno a sus 12 millones de 2023.
El Tour no tiene parangón. Sus más de cien millones de presupuesto anual multiplican por cinco el de la Vuelta a España -también propiedad de ASO-, mientras el Giro maneja unos 60 millones. Los ingresos de la Grande Boucle llegan fundamentalmente de la televisión (el 60%) y los patrocinadores (30%, donde el mayor contrato es el de los 10 millones anuales que paga LCL por el maillot amarillo). Hay más de 50 patrocinadores, divididos en varias categorías.
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El 10% restante del presupuesto proviene del dinero público de las ciudades que acogen las etapas. El Gran Départ es el gran desembolso. El ciclismo, no solo el Tour, sigue dependiendo en buena medida del apoyo institucional. Todas las carreras acuden a unos lugares y no a otros en función de los acuerdos y los contratos que se firman con ayuntamientos y otras entidades. En el caso del Tour, los derechos televisivos están en manos de France Télévisions, de titularidad pública, que aporta unos 25 millones de euros anuales.
Desapego
En Euskadi, a través de concesiones, una empresa se encarga de la gestión de la carrera, lo que ha provocado en el ciclismo vasco la sensación de haberse visto desplazado. Los problemas con los voluntarios han sido la muestra más llamativa de este desapego, que se visualizó ayer en la presentación, algo deslucida por la lluvia y sin apreturas de público. Tras meses de infructuosa campaña de captación y de recurrir incluso a la contratación por horas, bastó un día para que la Federación Guipuzcoana cubriera todos los cruces pendientes tras un acuerdo con Gobierno Vasco y Diputación.
Las instituciones vascas invierten doce millones en el Grand Départ y esperan un retorno que multiplique por diez el gasto
Sin sentido comunitario, el Tour será examinado por su éxito. Por el espectáculo, no por el legado que pueda dejar para el ciclismo vasco. No es un problema del Tour, sino de la organización local. El Tour es un producto terminado, que se compra y se instala con todas las garantías. En eso no falla. El Tour, aparte de su factura, ofrece una oportunidad, pero es tarea de los responsables sobre el terreno aprovechar toda la potencialidad que tiene un evento de estas dimensiones. El algo sobre lo que el ciclismo vasco, sobre todo desde Gipuzkoa a través de figuras de la talla de Abraham Olano, viene alertando desde hace meses.
El ciclismo vasco ha mostrado reticencias, al sentirse excluido de un desembarco sin sentido comunitario
En un país de ciclismo como Euskadi, traer el Tour solo por el espectáculo se queda corto, por fantástico que sea, que lo es. En Euskadi, el Tour no debería ser lo mismo que comprar un partido de la NBA, el derby de Ascot o las 500 millas de Indianápolis. El ciclismo es parte del patrimonio cultural y sentimental del país y la visita de la mayor carrera del mundo debería ser una palanca (no la única) para su renacimiento.
En 1992, la salida del Tour de Donostia tenía a Miguel Indurain, que fue la clave de bóveda de aquel éxito. Esta vez no existe ese referente. El ciclismo vasco sigue viviendo en gran medida del viejo Euskaltel, desaparecido en 2013. Alex Aranburu (Movistar) será el único vasco menor de 30 años en la salida del sábado.
Un programa paralelo de actos escaso, la politización, las amenazas de la Ertzaintza y el alarmismo por los cortes de tráfico no han ayudado a que el entusiasmo se desborde. Pero el Tour podrá con todo. Cuando comience el espectáculo, será imparable. Euskadi va a ser una fiesta.
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