Lo dejo cuando quiera
1Algo israelí debió aparecer en pantalla al inicio de 'La Grazia', de Paolo Sorrentino, porque a un murmullo le siguió un «Free Palestine!», rematado con una ovación. Así es: la película la distribuye Mubi, de propiedad israelí. Todo lo cual no impidió que el público que llenaba el patio de butacas y palcos aplaudiera al final de la proyección. Por suerte o por desgracia, estamos en una edición bastante 'judenfrei' porque mejor no pensar en qué se convertiría la hipotética proyección de una cinta israelí. En Toronto, se programó primero, se canceló después y se proyectó finalmente un documental sobre el ataque del 7 de octubre. Al parecer, hubo problemas con los «derechos de autor» de las imágenes de la masacre tomadas por Hamás que incluía el documental.
2Un presidente de la República italiana al final de su mandato e inmerso en varios dilemas éticos protagoniza la película de un Sorrentino tan petulante, relamido, pero también tan reflexivo y perspicaz como (casi) siempre. Ni qué decir tiene que en lo estético es subyugante.
3Si 'Arrebato' es heroína, cualquiera de sus retoños tiende a ser metadona. No es el caso de 'El último arrebato'. Sus directores, Marta Medina y Enrique Lavigne, caminan por el alambre, pero se salvan gracias en buena parte a las impagables filmaciones de archivo del niño Iván y a intervenciones como las del recién fallecido Eusebio Poncela, y al encuentro entre la 'albacea' de Zulueta, Virgina Montenegro, con Jaime Chávarri. A los fans de Zulueta, 'El último arrebato' les invitará a la recaída; a quienes no conozcan al cineasta donostiarra, les servirá a modo de 'hachís', según decían, puerta de entrada al mundo de la droga, que en este caso no sería otra que la propia 'Arrebato'. Luego lo pueden dejar cuando quieran.
4Ahora se suele decir de ciertas películas que «tienen muchas capas». 'Maspalomas' las tiene, pero más allá de la sexualidad en la tercera edad y la sucesión de 'armarios' de los que han de salir los gays a lo largo de su vida, le doy vueltas a la cabeza a una tonta obviedad: en el placer y en el sufrimiento, la experiencia física del cuerpo es intransferible. Todas los éxtasis colectivos y todas las empatías posibles limitan con la propia piel y ahí terminan. Como tantas otras evidencias, a veces lo olvidamos y de repente, algo nos lo recuerda.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión