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La escritora Vivian Gornick, ayer durante la entrevista en el Hotel Niza de Donostia. MICHELENA

Gornick: «Crecí rodeada de miedo al senador McCarthy y ahora el feminismo está haciendo lo mismo»

Vivian Gornick. Escritora ·

La autora recibe el Euskadi de Plata por su obra 'Apegos feroces', en la que relata su conflictiva relación con su madre y la vida en las calles del Bronx

ALBERTO MOYANO

SAN SEBASTIÁN.

Martes, 15 de mayo 2018, 06:44

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Las calles del antiguo Bronx laten con fuerza en 'Apegos feroces' (Ed. Sexto Piso), galardonado este año con el Euskadi de Plata por los libreros guipuzcoanos. Su autora, Vivian Gornick (Nueva York, 1935), retrata su compleja relación con su madre y, por extensión, unas vidas en las calles del barrio y entre vecindades de escalera ya desaparecida. Activista del movimiento feminista de los setenta, Gornick se desmarca del #MeToo. «Crecí en un hogar de gente de izquierdas. Toda la gente que conocíamos estaba aterrorizada con el senador McCarthy, pero hoy en día mi propio movimiento está haciendo lo mismo y por eso me siento mal».

- ¿Qué siente al recibir un premio que otorgan, no los críticos, ni los lectores, sino los libreros?

- Me siento muy honrada y agradecida. Profundamente.

- Y por un libro que escribió hace treinta años. ¿Cómo interpretar el hecho de que llegue ahora a España y tenga tanto éxito?

- Estoy sorprendidísima. Lo que significa para mí es que Europa se sigue desarrollando. Que al cabo de treinta años se redescubra como si hubiese sido escrito ayer me parece increíble y se debe a que Europa no respondió al movimiento feminista entonces, pero lo está haciendo ahora. El libro se ha publicado ya en ocho países. No sé a qué se debe, pero me siento encantada de estar aquí viva para disfrutarlo.

- ¿A qué atribuye que haya tardado tanto en traducirse al castellano?

- Diga lo que diga, va a ser insultante para ustedes (risas).

- Adelante, adelante...

- España va muy retrasada, horriblemente a la zaga. El movimiento feminista siempre ha comenzado en aquellos países en donde la promesa de la democracia está muy profundamente arraigada en la gente. Cada uno de estos movimientos representa una parte del cuerpo de la política, es decir, una parte de la sociedad que exige esos derechos que se le prometieron, pero que nunca habían llegado. En Estados Unidos esa expectativa está muy arraigada y con los ingleses ocurre lo mismo. Por eso el feminismo siempre ha tenido lugar primero en Estados Unidos, cada cincuenta años ocurre así. En países en los que la democracia tiene una historia muy superficial y cortita está claro que requiere mucho más tiempo, pero el hecho es que la reivindicación de los derechos de las mujeres nunca desaparece. Y si ahora es un tema tan candente es porque estaba ahí, esperando a resurgir con fuerza. En estos veinte o treinta últimos años todos compartimos la visión del mundo mucho más que antes.

«Estoy en contra de la política de la venganza, aunque hubo hombres que actuaron muy mal»

- Se apela a la educación como remedio contra el machismo, pero en 'Apegos feroces' usted pinta un campus universitario plagado de hombres cultivados y también extremadamente machistas.

- ¡Por supuesto! La educación no nos promete liberalismo, pero es un cimiento necesario. La respuesta a la lucha en favor de los derechos, ya sean raciales, de los homosexuales o de la mujer, requiere temperamento. Es difícil describir por qué un movimiento surge en un momento dado. Es imposible explicarlo, pero el elemento más importante no es la educación, sino el temperamento de la gente que responde. Cuando yo respondí como feminista, muchas de mis amigas no lo hicieron en absoluto. Yo me hice camarada de las que sí lo hicieron y creamos un movimiento. ¿Por qué sucedió? Sigue siendo un misterio para mí.

- Sí fue usted una pionera en la desmitificación de las relaciones entre madre e hija, que tantos libros ha alumbrado recientemente.

- ¡Soy la madre de todos esos libros! Pues sí, fui una de las primeras, claro que sí. Hubo muchas como yo, salidas directamente del movimiento feminista. Yo fui una de las primeras sin darme cuenta de ello, pero para muchas de nosotras la relación con nuestras madres de repente adquirió un significado que salvó nuestras vidas porque nos obligó a separarnos de nuestras madres.

- Marcadamente neoyorquina, sus historias locales resultan universales. Es bastante fácil identificarse con sus personajes y las situaciones que describe...

- Me parece fantástico oírlo. A mí lo que me sorprende es que mi escritura, que pretende ser algo muy específico, viaja muy bien. Cuando escribía sobre mi madre y sobre mí misma nunca pensé que lo estuviera haciendo sobre madres e hijas, estaba escribiendo sólo de nosotras. La obligación de los escritores es intentar penetrar lo más profundamente posible en el material que manejan, sea cual sea. Eso es lo que hace que lo que escribes se pueda comprender fuera. Estoy leyendo una novela de una escritora catalana, Mercè Rododera, y siento como si me estuviera hablando a mí directamente, como si estuviera en la Plaza del Diamante de Barcelona. Es una escritora fantástica.

- Para usted el amor es sumisión y el trabajo, libertad. ¿Y el sexo?

- A ver cómo lo digo: muchas mujeres, de jóvenes, asociamos el amor, incluido el sexo, con la sumisión de ser madres y esposas. El problema es que al final acabamos pensando que todos los hombres y todas las mujeres son iguales. Lo asimilamos así. Yo me he casado dos veces y mis esposos querían más de mí de lo que yo me exigía a mí misma. No es que me oprimiesen, pero una vez que me convertí en esposa caí en el papel, en el corsé, no de ser sumisa, pero sí de cumplir sus expectativas. Su trabajo era más importante que el mío, su satisfacción sexual era más importante que la mía... Todo. Éramos unos niños, unos críos. Mi marido y yo teníamos veinte años, no sabíamos nada, pero inmediatamente él esperaba que lo que era importante para su trabajo se respetase. Todos llevamos mil años forjando esos modelos. En los setenta, en Nueva York se rompieron miles de matrimonios, aún queriéndose entre sí las parejas, simplemente porque no podían seguir adelante. Cuando dejé a mi marido, me dijo: «Cuarenta años para aprenderme unas reglas, ¿y tú vienes y me dices que ya no valen?». Era un buen tipo, pero no sabía ser de otra forma y yo, tampoco. Es toda una cultura la que tiene que cambiar. Por ejemplo: muchos ven a sus esposas como algo instrumental.

- ¿Esperaba que su marido le apoyase?

- No, pero... queda ridículo, pero muy dentro de mí esperaba que me apoyase económicamente. Había cierto resentimiento porque él no ganaba dinero y sé que es ridículo pero eso estaba ahí. Y muy dentro de él, también había un resentimiento porque yo quería muy profundamente ser escritora y lo llevaba mal. En todo ese lío, el sexo fracasa.

- El movimiento MeToo se ha extendido ahora al ámbito literario, con los casos de abusos de David Foster Wallace o Junot Díaz.

- El movimiento MeToo de repente está haciendo algo que nunca creeríamos que sucedería: decapitar. Es como la Revolución Francesa. Está lleno de mujeres jóvenes que quieren ver a todos los hombres del mundo derrocados y esto es algo que nosotras no esperábamos que fuese a suceder. Nunca creí que vería algo como esto. Todos los días en The New York Times aparece otro hombre al que denuncian y señalan con el dedo. Conozco a muchos escritores y gente del mundo editorial que está perdiendo ahora su trabajo, su reputación y es terrible. Es la política de la revancha, de la venganza.

- ¿No está a favor de que se cuenten todas estas historias?

- Me siento terriblemente mal. Estoy en contra porque la política de la venganza es terrible. En la 'guerra fría' crecí en un hogar de gente de izquierdas. Toda la gente que conocíamos estaba aterrorizada con el senador McCarthy, pero hoy en día mi propio movimiento está haciendo lo mismo y por eso me siento mal. Sin embargo, todos los movimientos sociales están llenos de abuso y de impurezas. No hay forma de controlarlo. Todo depende del aire de los tiempos. Me siento mal por los hombres cuyas vidas están siendo arruinadas. Dicho lo cual, muchos de ellos han actuado muy muy muy mal, de una manera delictiva, como criminales.

«Negros, homosexuales, mujeres... son las nuevas clases sociales, ya no hay clase trabajadora»

- Hoy todo el mundo aspira al estatus de víctima. ¿No es su caso?

- No, no, no. Veamos el caso de los afroamericanos: el racismo ha estado en todas partes y todo el mundo es culpable. Todos los negros de América podrían declararse víctimas y quién podría negar que es cierto. Lo mismo con los homosexuales. Y aquí ocurre lo mismo: el 90% es cierto, pero un 10%, no. Es un puzzle o un jeroglífico. No hay héroes, es un mundo de injusticia social y eso hace que haya abusos por todas partes.

- Más desde el lado de los hombres...

- Claro, claro que sí, por supuesto.

- ¿Qué queda del socialismo en el que usted creció?

- Nada. En América, nada. No tenemos política de clase trabajadora en Estados Unidos. Lo que tenemos ahora es política liberacionista: mujeres, negros, homosexuales... Son las nuevas distinciones de clase que tenemos ahora. Antes hablábamos de la clase trabajadora, que se suponía que tenía agallas.

- ¿Ya no existe?

- Bueno, la clase trabajadora infeliz es la que llevó a Donald Trump al poder. ¿Aquí hay política de la clase trabajadora?

- No mucho. ¿Percibe que hombres y mujeres la leen de forma diferente?

- Los hombres no sienten lo mismo que las mujeres. A veces sí que hay lectores hombres a los que les llega lo que escribo, pero llego más a las mujeres. Pero es cierto que tengo muchos lectores masculinos a los que les gustan mis libros como literatura, buenos lectores.

- ¿Se siente parte de ese grupo de grandes escritores judíos estadounidenses?

- No, no... Soy judía, pero no soy una escritora judeoamericana porque para ellas o ellos ser judío es el tema. Philip Roth o Saul Bellow sí son escritores judíos americanos clásicos y son muy importantes. Han cambiado el lenguaje y ninguna otra subcultura americana ha logrado algo parecido, pero alguien que hoy en día trate de hacer lo mismo que ellos no tendrá sentido. Hoy en día ser judío americano ya no quiere decir nada, no hay nada que reivindicar.

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