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Para Leire Malkorra (Tolosa, 1988) estos han sido días de euforia e incredulidad. Cuando en 2016 comenzó a trabajar como voluntaria en el yacimiento del castillo de Irulegi no se imaginaba que sus manos iban a desenterrar un tesoro escondido. Dos años después formó parte, junto a Mattin Aiestaran, del equipo que abrió las excavaciones del que hoy se conoce como 'el poblado' que ha albergado durante 2.100 años el testimonio más antiguo de la lengua vascónica. Malkorra encontró la 'mano de Irulegi' y así lo recuerda.
– ¿Qué siente?
– Llevo todo el rato muy eufórica, muy feliz. Estamos todos enormemente contentos de poder dar ya la noticia y de contárselo al mundo. Muy a gusto. Para mí ha sido una suerte la verdad, aunque ha sido el resultado de un trabajo de todo un grupo.
– ¿Cómo fue la cronología del descubrimiento?
– En realidad fue un día normal como otro cualquiera. El día anterior había estado excavando en una zona que es donde se localiza la entrada de la vivienda y habían salido trozos de cerámica, así que ya estaba trabajando a detalle. A medida que iba quitando un poco de tierra, apareció una pequeña esquina de bronce que, al oxidarse, coge este color turquesa que llama tanto la atención y que además suele estar bastante húmedo. En ese momento paré y avisé de que podía haber algo. Lo primero, por protocolo, es sacar una foto junto a una pequeña escala y se empieza a trabajar en la extracción con mucho cuidado mientras se graba todo el proceso en vídeo. Delimité el tamaño que podía tener quitando la tierra a su alrededor y, cuando ya tienes una idea de hasta dónde llega, entonces se va destapando. Las piezas nunca se levantan, se va quitando tierra a su alrededor hasta que se suelta sola. Una vez fuera la metí en una bolsa y se llevó a registrar.
– ¿Tiempo total? ¿Una hora?
– Diría que más. Todo el proceso de sacar la pieza desde que la descubrimos pudo durar alrededor de dos horas.
– Tiene un grosor de 1,09 milímetros, por lo que no se podía manipular en exceso.
– Además de meterla en la bolsa, en su caso también se guardó en una caja para que no se moviese porque era muy fina. La palma estaba más estable, pero los dedos eran muy delicados.
– En el momento en que salió, ¿pensó que podía ser algo de valor?
– En este caso, por su forma, no nos indicaba nada sobre qué podía ser, pero al ser bronce y tan delgada al menos nos sembró la duda. Sí parecía algo especial por lo delicado que resultaba. En ese momento nos imaginamos cualquier cosa, algún elemento decorativo de un casco.
– Luego llegó al departamento de restauración y siete meses más tarde saltó la sorpresa de las inscripciones.
– Casi me había olvidado de la pieza. Me llamó Mattin y me dijo: '¿Te acuerdas de aquella pieza con forma de mano que no sabíamos lo que era? Pues tiene una grafía y la primera palabra la entendemos'. En ese momento se me saltaron las lágrimas. Ya no era la emoción, era el no creerme la importancia de la pieza que había sacado con mis manos. ¿Cómo hemos encontrado esto? Una pasada. Sí que era consciente de que, al no estar en latín, tenía que ser algo gordo.
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– Esta 'mano' es la punta del iceberg.
– Irulegi para mí es muy importante y la tesis doctoral que está haciendo Mattin sobre ello, junto a la información que está dando el poblado ya me parece suficientemente trascendental. Esto ha sido el broche de oro, más que dar sombra al resto de descubrimientos, lo que hace es aportar.
– Un día en el que no se encuentra nada, ¿genera frustración?
– No porque, aunque yo saqué la pieza, esto es un trabajo en equipo y me tocó a mí como le podía haber tocado al que estaba a mi lado. Si un día no encuentras nada, igual lo hace un compañero, además, siempre pensamos en piezas, pero hay veces que localizas dónde se encontraba una puerta que te da mucha más información.
– ¿De dónde nace esta afición por la arqueología?
– Siempre me han gustado la Historia y la Arqueología. El verano después a terminar la carrera de Arquitectura, decidí apuntarme como voluntaria a los yacimientos arqueológicos de Aranzadi. En 2015 fue el primero, en el castillo de Amaiur (Baztán), y a partir de ahí me enganché. Un año después fui con el director de la excavación Mattin Aiestaran a Irulegi a trabajar en el castillo y, desde entonces, he ido todos los años.
– Usted es arquitecta.
– Así es y posteriormente hice un máster de Rehabilitación en Patrimonio y otro de Estructuras en Madera. En nuestro estudio (ZÜR Studio) somos tres compañeras que nos dedicamos a temas de rehabilitación y a edificación de estructuras de madera.
– ¿Cómo es el día a día en el yacimiento?
– Son tres o cuatro semanas. Nos alojamos todos en la misma casa y nos despertamos temprano para subir al poblado, unos en todoterreno y otros andando, y solemos pasar todo el día trabajando allí. Cada uno se pone a excavar en la zona que le dicta el director. También me gustaría recalcar que el equipo (una media de 15 personas) no sólo lo formamos quienes estamos ahí arriba, las compañeras Olaia y Elene se quedan en la zona baja limpiando material y documentando objetos.
– ¿Se necesita algún tipo de formación previa?
– En el caso de Irulegi creo que nos complementábamos un poco todos. El arqueólogo es el director de la excavación y en mi caso me tocaba llevar un poco los temas logísticos, comidas, transportes... y también suelo estar excavando. Y al estar haciéndolo en un antiguo poblado, a veces, puedo aportar algo en cuanto a temas de construcción, a la hora de realizar planos y reinterpretación.
– Porque en estas dos viviendas casi se podían localizar cada uno de los departamentos, la cocina, el establo y el taller.
– Según el material que nos vaya aportando cada estancia o cada espacio, podemos deducir en qué zona se encendía el fuego, donde se almacenaban las vasijas que se utilizaban para cocinar. También los huesos de animales nos dan pistas de dónde se cobijaban.
– ¿Cómo se imagina a aquellos pobladores?
– Me imagino un hogar con una cantidad de recipientes de cerámica, utensilios de madera y edificios construidos en adobe, con vigas de madera y techumbres con estructuras de troncos y paja.
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