La novillada de Miguel Reta en Corella, una mirada atrás en el tiempo
La conclusión tras un festejo distinto: si queremos ver ganado de casta navarra en los ruedos, los ganaderos deberán adaptarse
MANUEL HARINA
San Sebastián.
Sábado, 30 de octubre 2021, 09:19
Lo cierto es que después de la corrida del día 17 de julio en Ceret con toros de Miguel Reta de Casta Navarra, así como ... la más reciente de José Arriazu en Torres de la Alameda, me parecía muy atractiva la idea de desplazarme a Corella a ver la novillada con picadores del día 12 de octubre. La corrida de Ceret había salido imposible para los toreros, en cambio la de Torres de la Alameda, aunque complicada, había propiciado la salida a hombros de dos de los espadas.
Parecía la oportunidad de retroceder en el tiempo y asistir a un festejo tal como el que hubiera podido tener lugar a principios del siglo XX: una plaza de 'pueblo', pequeña, escondida entre las casas; un aficionado de la tierra, Javier Munarriz, que por afición y por amistad con un compañero que ayuda a un chaval que está empezando, se ha metido a empresario de estos festejos menores; las ganas de recuperar la casta navarra, para su lidia en plazas de toros después de más de cien años..... Todo ello en un cartel que también recordaba a los de antaño: dos toreros y un medio espada sustituido hoy por un novillero sin caballos. En definitiva, cuatro utreros y un eral de Miguel Reta para José Cabrera, Francisco Montero y el novel Javier Doley.
El desarrollo de la lidia cumplió, por momentos, mis expectativas de entender cómo era una corrida hace más de cien años. Miguel Reta lleva casi toda su vida trabajando para recuperar el 'torico navarro' que se lidiaba con normalidad hasta casi los años veinte del pasado siglo. Lo ha conseguido.
Los novillos que saltaron al ruedo de Corella eran 'royos', es decir colorados casi como el fuego, terciados y cornalones; no humillaban y tenían una fijeza extraordinaria. De salida, abantos en extremo, rematando violentamente en los burladeros, barbeando las tablas para intentar saltar al callejón, acercándose desafiantes al burladero y mirando por encima de este al banderillero que debía pararlos. Al caballo embestían con prontitud, con la cara alta, tanto que una de las veces el hocico tocó la parte alta del cuello del caballo y en otra el picador quedó prácticamente sentado sobre el propio novillo; pero igual de rápido que acudían se dolían del hierro y se rajaban, aunque repetían.
En banderillas se arrancaban hacia los adentros haciendo hilo casi siempre. En un par, el banderillero Mario Campillo debió tomar el olivo y lo propio hizo el novillo saltando más alto que él, arrollándole y tirándole al callejón. Con la muleta, en tablas o en el tercio, pases ayudados por bajo, macheteo y toreo sobre las piernas, pases de tirón de pitón a pitón y poco más. Y con el estoque: 'a cazar', al encuentro, paso de banderillas...
¿Y con ese material cuál fue el papel de los novilleros? Bastante mérito es haber salido de la plaza por su propio pie. José Cabrera y Javier Doley, desconcertados, sin recursos, poniendo voluntad y ganas. Francisco Montero, añadiendo un valor casi imposible, logró torear al segundo: pases sueltos con la cara arriba, imposible rematar una serie. En los tendidos un público con exigencias de un toreo de hoy para unos toros de ayer, que necesitan un tipo de lidia que ya no es ni entendible ni asumible. Si queremos recuperar la casta navarra lo primero será conseguir que sin perder sus características pueda adaptarse al concepto y cánones de la Fiesta.
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