Si algo funciona no hay por qué cambiarlo. Esa parece ser la máxima que vertebra a la Euskadiko Orkestra en los últimos años y, una ... vez más, en la temporada que acaba de presentar. Por eso, no se encuentran grandes novedades, ni en un director titular que se ha establecido como un valor seguro para la agrupación, tanto a nivel musical como de promoción del conjunto, como en una programación estable en directores, solistas y un repertorio.
La demostración más importante del acierto es, sin ninguna duda, la respuesta del público. La fidelidad del que respalda a la Euskadiko Orkestra es tan evidente como el hecho de que ésta parece conseguir el milagro de llenar el Kursaal dos días -3.600 personas- cuando otras propuestas musicales tienen serias dificultades para atraer al deseado público. Si el éxito se mide en número de asistentes, es evidente que la orquesta es la gran triunfadora.
Al menos en apariencia, las grandes líneas que mueven esa respuesta de la población son varias. Destaca el gran trabajo que realiza todo el equipo que conforma la Euskadiko Orkestra -comenzando por los músicos, que son su verdadera alma, pero también todo el personal de administración-. Pero también suman puntos el diseño de una programación que conjuga obras atractivas del repertorio sinfónico con guiños a la creación actual, la ya habitual y obligada presencia de la música vasca, y el mimo al mundo coral, que mantiene de manera férrea a sus adeptos. Esto, unido a la tímida pero real presencia a nivel internacional, hace honor a los principios que hicieron posible la creación de la orquesta y a los compromisos que como institución debe cumplir.
Si bien se puede echar en falta alguna obra sinfónica de base -felizmente hay una sinfonía de Haydn, pero Mozart solo aparece en un Concierto para piano y Beethoven no existe- y sería interesante recuperar los intercambios con otras orquestas, la nueva temporada funcionará basándose en el valor de la estabilidad.
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