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El Museo San Telmo expone los lienzos que Sorolla pintó en Donostia
La muestra 'Viajar para pintar. Sorolla en San Sebastián', con 27 piezas, fotografías y notas de color, se puede visitar desde este sábado hasta el 15 de octubre
Fue en 1889, después de contraer matrimonio con Clotilde García del Castillo y en un viaje de vuelta desde París a Madrid, que Joaquín Sorolla ... y Bastida (1863, Valencia-1921, Cercedilla) conoció San Sebastián. La 'perla del Cantábrico' le maravilló y, desde entonces, ya nunca dejó de visitar una ciudad a la que dedicó más de 300 obras a lo largo de más de tres décadas. Con motivo de la conmemoración del centenario del fallecimiento del pintor valenciano, el Museo San Telmo y la Fundación Museo Sorolla inauguran este sábado la muestra 'Viajar para pintar. Sorolla en San Sebastián', «una exposición 'txikia', de gabinete, pero una joya muy ambiciosa» que hasta el 15 de octubre expondrá casi una treintena de obras, lienzos y notas de color que el artista pintó en Gipuzkoa hasta poco antes de su muerte.
El verano que ahora encara la ciudad, es el mismo pero diferente al que Sorolla retrató con su pincel durante sus intermitentes visitas entre 1889 y 1921. Un viaje en el tiempo a través de 27 piezas, la mayoría de ellas pertenecientes a la colección del Museo Sorolla y a las que se han sumado tres óleos pertenecientes a San Telmo, que fueron donados por Rogelio Gordón, entonces director de la Escuela de Artes y Oficios de San Sebastián y amigo personal del pintor. Uno de ellos es 'Cabeza de gitana', que el museo donostiarra dejó en préstamo al Bellas Artes de Valencia y que este jueves regresaba a San Telmo.
La exposición, que acoge la Sala Capitular, está dividida en cuatro secciones que ofrecen un recorrido casi cronológico por la rutina veraniega que Sorolla, su mujer Clotilde y sus hijos María, Joaquín y Elena seguían en sus vacaciones guipuzcoanas: 'La luz del Cantábrico', 'Veraneante sin descanso', 'Interiores vascos' y 'Últimos veranos'.
«Sorolla y San Sebastián formaron un binomio indisoluble», reconoce la comisaria de la exposición y técnica de museos Acacia Sánchez Domínguez. «Desde su visión moderna y progresista reflejó esta ciudad entresiglos y siempre cosmpolita. Fue un viajero incansable, inquieto, cuyos desplazamientos siempre tenían como objetivo el pintar, es por ello que esta es la mejor manera de conocer al personaje». San Sebastián, Pasaia, Zarautz y Biarritz se muestran a través de notas de color en óleos sobre papel o cartón, diez grandes lienzos y documentos fotográficos de la época, todos ellos en constante diálogo. «Su pintura tiene un gran enfoque fotográfico, tanto por la influencia de su suegro Antonio García Peris, como por la primera cámara Kodak que la familia Sorolla adquirió. Gracias a ello nos queda un testimonio directo».
Dos fueron los motivos que atrajeron a Sorolla a la ciudad. En primer lugar, una razón pictórica «pues la luz del norte nada tenía que ver con la del Mediterráneo. Siempre con un clima tan cambiante, le obligó a mudar los tonos de su paleta a una gama más suave y matizada, como utilizaban Monet o Renoir, y a practicar la yuxtaposición de color con lo que ganaba gfuerza contraponiendo colores pasteles con sus complementarios», describe Sánchez Domínguez.
Un ejercicio de introspección que se refleja en la serie 'El rompeolas', con el monte Ulía como protagonista, y que es el que inicia el recorrido expositivo: una selección de tres lienzos muestran el mismo paisaje, uno con una galerna inminente, otro con un mar plata sereno y el último en un atardecer que se apaga.
Un sagaz cronista social
Desde que en 1848 la reina Isabel II reconvirtiera una ciudad de tradición pesquera en el «epicentro del encuentro social de la burguesía y la aristocracia», Sorolla se descubrió como un sagaz cronista social que le granjeó numerosos clientes. «Las playas de San Sebastián siempre estaban abarrotadas, a diferencia de las playas familiares de Zarautz y Valencia, por eso el pintor pasaba los mediodías bajo el mismo toldo alquilado, mientras pintaba acompañado de amigos como Ignacio Ugarte, José Salís o el doctor Juan Madinaveitia, así como de aprendices».
Por las mañanas gustaba de madrugar para disfrutar de la frenética actividad en el puerto y que testimonió a pincel en 'Cosiendo redes'. Por las tardes caminaba por las avenidas, frente al Gran Casino y «disfrutaba de los partidos de tenis en Ondarreta, de las regatas de traineras y de las corridas de toros». También, por supuesto de las tertulias en el Café Oriental del Boulevard, en donde departía amistosamente con Darío de Regoyos.
La tercera parte de la exposición está dedicada a los paisajes interiores vascos, esos que pintó 'au plein air' en sus largas excursiones. «Los montes vascos y el verdor reflejan un carácter más abocetado y sin acabar de sus trabajos». Y en el tramo final un obituario publicado en El Diario de San Sebastián corona la muestra. El 17 de junio de 1920 había sufrido un accidente cerebrovascular mientras pintaba en su casa de Madrid y, desde entonces, no volvió a hacerlo. El deterioro de su salud fue progresivo, lo que no le impidió disfrutar de sus últimos veranos en San Sebastián antes de fallecer el 10 de agosto de 1923 en Cercedilla. Tenía 60 años y más de 4.500 obras que cien años después continúan siendo testigos de una vida no tan lejana.
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