Muere el escultor y religioso Antonio Oteiza a los 99 años
El fraile y hermano pequeño de Jorge, buscó reflejar a través de su obra el mundo espiritual en el que vivía y utilizaba sus piezas como un medio de evangelización
San Sebastián
Lunes, 4 de agosto 2025, 19:09
El pintor, escultor y religioso donostiarra Antonio Oteiza ha fallecido este lunes en Madrid a los 99 años. «Fraile capuchino, escultor, pintor y misionero», así ... lo describían ayer sus hermanos de congregación para dar la noticia de su muerte. Añadían: «Nos deja el testimonio de una vida fecunda en vocación, arte y compromiso. Un hombre que, como san Francisco, convirtió el mundo en su claustro y la belleza en su forma de evangelizar». Deja un legado de miles de obras entre esculturas, pinturas y dibujos. Su muerte supone una gran pérdida tanto para el mundo del arte religioso como para la cultura vasca.
Nacido en San Sebastián el 26 de junio de 1926. No fue el primer artista de su familia, le precedió su hermano Jorge, aunque su forma de entender la creación era distinta. A este respecto señalaba que «podemos estar influidos por motivaciones similares. Jorge ha razonado todo su arte, esto es muy importante. Yo, por mi parte, intento ser espontáneo y estar cerca de la frescura del arte popular».
Retrospectiva en Donostia
El capuchino siempre entendió el arte como una manera de comunicarse con los hombres que le rodeaban y un vehículo para reflejar su mundo religioso. «El arte me sirvió desde el primer momento para predicar la fe», solía decir. Esas son las razones por las que su obra es claramente expresionista, entendida, como explicaba él mismo, como «una intención de ser expresivo. Las obras tienen una voz interior que eleva mejor su mensaje a través del expresionismo, se exagera. Por eso, dentro del arte religioso busco dar una voz a las piezas que alcancen al público». Así reflexionaba ante alguna de sus obras en la presentación de la exposición antológica 'De hombres y santos' que la Kutxa le dedicó en el año 2011 en las desaparecidas Salas Boulevard de San Sebastián.
Los datos
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Nació en Donostia el 26 de junio de 1926. En 1945 entra en el noviciado de los Capuchinos, en Bilbao.
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Comienza a trabajar en su obra en los años 50 y en 1961 traslada a sus superiores su deseo de dedicarse al arte.
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En 1969, colabora un año con su hermano Jorge en la obra de la Basílica de Aranzazu. Es la única vez que trabajan juntos.
Oteiza ingresó en la orden de los capuchinos y fue como misionero a Cuba y después a Venezuela donde recorrió el Orinoco y conoció la cultura de los indios guaraunos y motilones. Muchos de sus trabajos tienen claras referencias precolombinas. Su afición al arte nació de una necesidad: «Andaba a mis 30 años por el oriente venezolano, y era el año del tercer centenario de la llegada de los capuchinos a esas regiones donde habían fundado multitud de pueblos. Quise hacerles algún recordatorio, pensé en un monumento y busqué un escultor, pero no lo encontré. Así que busqué barro y lo hice yo mismo».
Pero no fue hasta su vuelta a Madrid en 1961 cuando planteó a sus superiores dedicarse al arte religioso. Montó un taller en el convento de Cuatro Caminos y allí creó sus primeras obras figurativas. Durante años participó en el movimiento de renovación que promovió el Concilio Vaticano II. «El arte sacro tiene que remover por dentro. El artista que tiene la apetencia de trascendencia rompe la materia, y aparece el grito, la sangre, la huella de Dios», decía.
Básilica de Arantzazu
En 1969 pasó un año en Arantzazu con su hermano Jorge, donde trabajó en la obra de la Basílica. Otros nombres que participaron en el proyecto fueron el arquitecto Saénz de Oiza, los escultores Lucio Muñoz y Eduardo Chillida, los pintores Carlos Pascual de Lara y Nestor Basterretxea y fray Javier M. de Eulate, autor de las vidrieras. Fue la única vez que los hermanos trabajaron juntos.
A lo largo de su carrera artística utilizó todo tipo de materiales y hasta hace poco seguía pintado cartones humildes porque, como él decía, «el cartón es seráfico, mas pobre y a la vez más cercano».
Su legado permanece vivo en museos, espacios religiosos y públicos. En Azkoitia en 2007 se inauguró la Fundación Antonio Oteiza con el objetivo de promocionar la obra del artista vasco y difundir sus valores, pensamientos, filosofía y sentimientos. En sus últimos años, su nombre quedó unido al del escultor Carlos Ciriza, con quien dio origen al futuro Museum Ciriza Oteiza en Estella.
Su legado permanece vivo en museos, espacios religiosos y públicos. Su vida de 'capuchino aventurero', nómada y creativo, le llevó desde el Amazonas hasta múltiples salas de exposiciones, contribuyendo a una imagen renovada y positiva del arte sacro contemporáneo.
El 'capuchino aventurero', recuerda Ruiz de Eguino
«Él se describía a sí mismo como 'capuchino aventurero'», recuerda el artista y crítico Iñaki Ruiz de Eguino. «Vivió 15 años como misionero en países latinoamericanos, frecuentemente entre grupos indígenas, y fue precisamente en Venezuela donde empezó en el arte, por azar, porque buscaba un escultor y, al no hallarlo, se puso él manos a la obra». Ruiz de Eguino, que recuerda también la influencia que ejerció Jorge Oteiza, su hermano mayor, destaca las numerosos exposiciones de Antonio y sus series monográficas en relieve sobre San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz, Padre Anchieta o Lope de Aguirre, entre otros.
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