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Cuando la Redacción de este periódico se encontraba en Ibaeta algunos íbamos andando a trabajar. Ahora estamos en Miramon, más cómodos pero más lejos. A ... veces vengo en coche, otras en combinación paseo+DBizi y en ocasiones en autobús. Es el mismo bus de quienes van a los hospitales, y si vas con los oídos abiertos escuchas las quejas sobre las largas esperas en Urgencias y el catálogo de déficits del sistema sanitario. Es la banda sonora de la vida cotidiana. Cuando el virus remitió todos supimos que no había mayor prioridad que una apuesta gigantesca para mejorar los sistemas sanitarios. En el País Vasco, al menos, el nuevo lehendakari ha puesto en marcha el intento de «gran pacto» para rescatar Osakidetza (ojalá sirva para algo) pero en el mundo que nos rodea la prioridad es de repente más gasto militar. Qué estafa, que escribiría Haro Tecglen.
Yo también tengo mi artículo sobre los cinco años de la pandemia. A pie de tierra. De aquello no hemos salido mejores, como nos animaban, pero hay gente que sí. Aunque los cinco años parecen cinco siglos: es increíble la capacidad de adaptación y de olvido que tenemos los humanos. Menos mal.
Algunos pronto supimos en aquel 2020 que el asunto iba en serio: personas queridas y cercanas pasaron súbitamente de la salud absoluta a la UCI, y de pronto te veías vestido de astronauta para una visita al hospital. Por fortuna, acabó bien; por desgracia, para muchos terminó mal. Y eso es lo importante ahora: recordar a tantos que se fueron.
Pero el mundo seguía girando. Juan José Millás, siempre agudo observador, pronto apuntó el fenómeno de aquellos días: quienes nos 'salvaban' en lo cotidiano, los que se la jugaban en la primera trinchera, no eran los grandes ejecutivos en los grandes despachos, sino los 'obreros' del barrio. Los sanitarios y servicios esenciales, por supuesto, y los empleados del super, los tenderos, los kioskeros... Lo escribí entonces: era emocionante bajar a mi calle y ver abiertos la panadería, la librería, la farmacia,la tienda, como elementos de resistencia. El periódico en papel volvió a ser días necesidad básica que ordenaba el desorden y daba testimonio de lo que parecía irreal.
Esa gente sí salió mejor, al menos ante los ojos de quienes les vimos trabajar con todo en contra. Luego conocimos que algunos jetas, mientras tanto, se habían forrado con mascarillas o contratas. Y tantos excesos que se cometieron por la 'policía de los balcones': nadie sabía qué había que hacer. Pero me quedo con más hallazgos: que se encontrara una vacuna eficaz, tan pronto, y llegara a todos en tan corto período de tiempo (intenten recordar sin emocionarse aquellos primeros pinchazos en Illunbe). Dicen los antivacunas que un día sabremos los efectos secundarios, pero sin vacunas muchos habrían caído con los efectos 'primarios'.
Salíamos a los balcones a aplaudir. Vista desde hoy parece una reacción infantil, pero vivíamos encerrados: salir y ver que estábamos ahí, compartir miedo y esperanza, era una manera primaria de resistencia. Que no os engañen desde este presente que invita al sarcasmo: no hacíamos el ridículo, solo tratábamos de estar juntos y resistir. Y recordar a quienes caían.
A veces sucede la magia. Venía el científico Carlos López-Otín al Aula DV a hablar de salud, de cultura, de bienestar, con su libro 'La levedad de las libélulas'. Ya sabíamos que es un gran comunicador, además de excelso investigador, y quizás por eso el Aquarium se abarrotó. Lo inesperado fue una charla hipnótica que emocionó (en algún caso literalmente) al público. Qué interesante la presentación de Cristina Garmendia (exministra y todo eso, pero como le dijo José Ignacio Espel, «para nosotros, la hija de Elías, que fue leyenda del puerto de Pasajes») y la investigadora e hija de Cristina Teresa Celaya (los tres, en la foto).
Como responsable del Aula me tocó ir a buscar al hotel a Otín, personaje fascinante, el científico español más citado en el extranjero, catedrático en Oviedo, investigador en Boston, Nueva York o París, y tan sencillo y directo en el trato. Es de Sabiñánigo. «La primera vez que vi el mar fue en San Sebastián. Nos trajo mi padre a los tres hermanos en el único taxi del pueblo. Dormimos en Pamplona porque el viaje era largo. Y ese mar ya nunca se me ha olvidado», me contó en el asiento de copiloto, ese lugar del que algún día escribiré: el psicólogo Rafael Santandreu me habló ahí de la muerte y el gran Aute me contó chistes verdes.
Ha sido semana de libros. El jueves presentamos en la librería Zubieta los libros del profesor Rafael Jiménez Asensio sobre Pérez Galdós y Juan Valera, dos estudios que enganchan como si fueran novelas. ¡Y descubrí que descendientes directos del autor de 'Episodios nacionales' viven en Donostia! Aunque esa es otra historia...
mezquiaga@diariovasco.com
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