Jorge Edwards, por el cielo y el infierno donostiarras
Huella de un escritor. El fallecido abrazó en Lagun a López de Lacalle solo unos días antes de que fuera asesinado. Años antes 'secuestró' a Vargas Llosa para comer en Arzak
Jorge Edwards bien pudo escribir una novela con sus intensas vivencias donostiarras. El escritor chileno fallecido el viernes en Madrid a los 91 años supo ... en primera persona que esta ciudad convivían el infierno y el cielo casi al mismo tiempo. En la memoria de quienes fuimos testigos perdura el abrazo solidario que Edwards dio en la antigua librería Lagun, en la Plaza de la Constitución, a José Luis de López de Lacalle y otros resistentes frente al terror. Era un 17 de abril del año 2000. Tres semanas después, el 7 de mayo, López de Lacalle fue asesinado en Andoain.
La relación del chileno con Donostia está llena de simbolismos. Aquel abril quisopresentar su nueva novela, 'El sueño de la historia', en el Lagun que recibía los ataques en la Consti. Faltaban solo unos días para que recibiera en Alcalá de Henares su premio Cervantes y Edwards quería mostrar su respaldo. Con sus elegantes maneras de diplomático contó a este periodista su 'flechazo' con San Sebastián.
«Descubrí San Sebastián a finales de la década de los 70 gracias a un Festival de Cine, y desde entonces he venido siempre que he podido», explicaba. Otro día consiguió que sus amigo Mario Vargas Llosa y su esposa Patricia, con quienes viajaba en automóvil, cambiaran el itinerario previsto y se desviaran hasta Donostia para llegar al restaurante Arzak a la hora de comer. «Disfrutamos en aquel almuerzo, aunque a mí me gustan más los placeres de la mesa que a Mario», bromeaba el chileno.
Un paseo por la Consti
En aquel año 2000 Lagun fue la única librería por la que pasó la gira de promoción de 'El sueño de la historia'. «Es un gesto que queríamos hacer con esta librería, que es un símbolo y que conocemos desde hace tantos años», aseguraban Edwards y sus amigos Antonio López de Lamadrid y Beatriz de Moura, responsables de Tusquets, editora del libro. El chileno se encontraba feliz por reunirse cara a cara con gente como Fernando Savater, Javier Elzo, Raúl Guerra Garrido, Angel García Ronda, Javier Pradera o Mikel Azurmendi, entre otros, además de los Recalde, Castells o Latierro, anfitriones ese día. Y con José Luis de López de Lacalle. Muchos sufrían entonces los momentos más duros del acoso desde el entorno de ETA: al articulista de Andoain le costó la vida, asesinado cuando cumplía el ritual de ir a comprar los periódicos, y Lagun terminaría cerrando en ese local de lo Viejo para reabrir en el centro de la ciudad.
Edwards posó en la Consti para este periódico y habló de su libro. «El manuscrito de mi última novela, 'El sueño de la historia', llegó a manos de mi editora la misma mañana en que se dio a conocer el fallo del Cervantes», explicaba Edwards. Había vuelto a vivir en Santiago de Chile tras sus años de exilio y de diplomacia en numerosos países del mundo. «Las cosas han cambiado», decía, y se resignaba a charlar de Pinochet. «Cada vez me cansa más hablar de él: creo que el proceso en marcha en mi país llegará a buen fin, y a los chilenos cada vez les importa menos su figura. Ya ni le nombramos, porque casi nunca se le llamó por su nombre: unos le llaman el viejo, otros el Caballero, o el número uno».
La alusión a Pinochet le cansaba, pero la referencia a Pablo Neruda le seguía agradando. «Cuando yo tenía 21 años publiqué un librito de poemas, busqué en el listín de teléfonos su dirección y allí estaba, en la N de Neruda. Se lo mandé, me respondió y así nació una intensa amistdad que se mantuvo hasta su muerte. Primero yo fuí su hermano menor; luego, cuando yo ya era diplomático y tuve que ayudarle, fuí su hermano mayor».
¿Y el Cervantes? «Dicen que ese premio es la consagración del escritor en castellano, y me agrada que lo digan, pero yo no voy a dejar de escribir. Sigo haciéndolo y preparo ya varias nuevas obras». Al final de la entrevista dedicó un ejemplar al periodista. «Me tendrá que deletrear el nombre, con esa x endiablada. El idioma de los vascos no deja de maravillarme».
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