Dama solidaria y cazadora de espías
Arantzazu Ametzaga ha recuperado en una «biografía simbólica» la vida de María Ana Bidegaray, hija de emigrantes vascos a Uruguay que fue escritora, quiso «humanizar la guerra» y colaboró con la red de agentes que creó el lehendakari Aguirre
«Emigrante. Nació en Hasparren (Laburdi) en 1890. Hija de Jean Baptiste Bidegaray, natural de Hasparren, y de Ramona Salaverria, natural de ... Goizueta (Navarra)». Eso dice una de las pocas referencias a María Ana Bidegaray Salaverría que se encuentran en la red. Es, concretamente, la que figura en la enciclopedia Auñamendi.
A esa mención, y a unas pocas más relativas a uno de los libros que escribió –'Cuna vasca', una especie de autobiografía novelada editada en 1948–, se limita el rastro de María Ana Bidegaray Salaverri que, pese a haber nacido en Hazparne, hizo su vida en Uruguay. En su capital, Montevideo, falleció en 1970, después de una vida de película hasta ahora olvidada.
Esa huella tan liviana, sin embargo, contrasta con la afirmación de su biógrafa, Arantzazu Ametzaga. «María Ana Bidegaray es, sin duda, una de las figuras femeninas vascas más relevantes del siglo XX por su labor humanitaria, política, social y cultural tanto en Europa como en América» afirma. María Ana escribió cuatro libros -el último de ellos un poemario-, e innumerables artículos en «las infinitas revistas y boletines» de la diáspora; crió cinco hijos; promovió y contribuyó a financiar complejas operaciones de ayuda humanitaria en las dos guerras mundiales; colaboró con grupos que ayudaron a escapar a soldados belgas de los campos de prisioneros alemanes... Aquella 'Red Bidegaray' podría considerarse, de hecho, un precedentes de las redes Comète o Álava.
«María Ana Bidegaray es, sin duda, una de las figuras femeninas vascas más relevantes del siglo XX por su labor humanitaria, política, social y cultural»
arantzazu ametzaga, escritora
Bidegaray, siempre muy activa en la comunidad vasca de Uruguay, tampoco dudó en ayudar al Gobierno Vasco en el exilio, colaborando con la célula de espías que creó el lehendakari José Antonio Aguirre en Uruguay entre 1943 y 1949 para ayudar a identificar y capturar a agentes españoles, italianos y alemanes que operaban en aquel país. Aun así, «a pesar de ser un personaje muy interesante también desde el punto de vista internacional, es una mujer completamente desconocida dentro de la cultura vasca».
«Tirando de recuerdos»
Arantzazu Ametzaga, hija de padres vascos exiliados tras la Guerra Civil, nació en 1943 en Buenos Aires, y es autora de numerosos libros de tema vasco, a menudo vinculados al exilio. Aunque hace décadas que regresó a Euskal Herria, no ha perdido la cadencia y el decir de sus años argentinos y venezolanos. Arantzazu no solo trató a María Ana con un grado de confianza que le permite hablar de 'Marianita', sino que la considera su mentora literaria, «la primera escritora que conocí, y la única que me ha dedicado un poema».
Esa cercanía se advierte en el libro con el que ha querido rescatar del olvido a María Ana Bidegaray de Janssen. No es una biografía al uso. En ocasiones tiende a la crónica, a veces se orienta hacia la historia y es también un ejercicio de memoria personal. «Tirando de recuerdos» ha compuesto una «biografía informal, simbólica»que ha sido editada en Montevideo por la editorial Euskal Erria, una referencia ineludible en la historia de la cultura vasca en el exilio. En la elaboración del libro, que es el decimocuarto volumen de la Serie Diáspora y fue presentado en Uruguay en diciembre de 2018, en el marco del IV Seminario Internacional de Cultura Vasca, la autora ha contado con la colaboración de su hijo, Xabier Irujo Ametzaga, director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada.
«Generosa y resuelta»
Para que María Ana naciera en 1890 en el caserío Hargignaenea de Hazparne y tuviera así 'cuna vasca', su padre Jean Baptiste y su madre, la goizuetarra Ramona Salaverría, se desplazaron expresamente a Europa, de manera temporal, desde Montevideo, la ciudad en la que se habían conocido y se habían casado.
Jean Baptiste Bidegaray había emigrado a Uruguay con 18 años, al igual que miles de jóvenes de Iparralde, para no enrolarse en el ejército francés. Mucho antes lo había hecho su padre, Bernard, un campesino casi analfabeto que tras la experiencia americana regresó a Hazparne. Jean Baptiste llegó a Uruguay sin más recursos que su habilidad como carpintero y ebanista. «Para los 23 años ya era rico», recuerda Ametzaga. Parte de su fortuna la dedicó a proporcionar a su hija la educación más exclusiva en un internado de Burdeos, del que se desplazaba los veranos al caserío familiar. También contribuyó a financiar las actividades humanitarias de 'Marianita', una dama muy solidaria.
El hecho de proceder de una familia de emigrantes que, pese a haber prosperado económicamente, tenían un origen humilde, no impidió que aquella joven alta, guapa, educada a la europea, y «dotada de una gran empatía e inteligencia social» destacara en la sociedad de Montevideo. Ascendió de nivel al casarse en 1910 con el cónsul general de Bélgica en Uruguay, un flamenco llamado Raymond Janssen, con el que tuvo cinco hijos y residió, además de en Uruguay, en Bélgica o en China. Los contactos diplomáticos a los que tuvo acceso gracias a su esposo le ayudaron a materializar las ideas que surgían de su carácter «generoso y resuelto».
«Los contactos diplimáticos a los que accedió a través de su marido le resultaron muy útiles»
Durante la Primera Gran Guerra conoció en Bélgica las penurias de la población. Con solo 28 años, se comprometió de tal manera con «la humanización de la guerra» que a su término fue condecorada por el rey Alberto I. Los barcos llenos de comida y ropa que ayudó a enviar a Europa, sobre todo a los niños de Iparralde, al término de la Segunda Guerra Mundial también le granjearon el reconocimiento de la Cruz Roja. «Fue una mujer compasiva en un momento en el que el mundo no era compasivo, sino brutalmente militarista», ha escrito Arantzazu Ametzaga en relación a una persona que no escatimó esfuerzos para llevar a la práctica su voluntad de «humanizar la guerra«.
En general, parece que su intervención estuvo más relacionada con labores de financiación y logística que con el trabajo de campo. No obstante, al parecer tuvo contactos con los servicios secretos británicos y franceses. Y aunque según Ametzaga ese pasaje de su vida «es totalmente desconocido e inédito», el trabajo realizado en los archivos les ha permitido constatar que, aprovechando las relaciones diplomáticas de su marido, obtuvo información acerca de los campos de prisioneros alemanes y pudo organizar la red de rescate de prisioneros de guerra.
No obstante, gran parte de su trayectoria sigue oculta, mal documentada, «tal como sucede con la historia de la mujer vasca en la diáspora, sobre la que hay mucho por escribir». «Queda mucho por investigar», aseguran Ametzaga e Irujo, conscientes de haber dado tan solo un primer paso.
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