Cóctel de cinco elementos para liberarse de etiquetas
Steve Coleman & Five Elements ofrecieron un show de espontaneidad e improvisación que conquistó a una buena parte del público
Aseguraba el saxofonista de Chicago a este periódico días antes de su concierto en la Trinidad que no sabía qué era «lo que la ... gente esperaba» de su concierto, que 'la gente' «son diferentes individuos con sus opiniones» y que «no se puede pretender hablar por 'la gente'». Imposible quitarle la razón. Y es que hay de todo en la villa de San Sebastián. Hubo quién sabía a lo que venía, como los protagonistas de la mañana en el Victoria Eugenia Moisés Sánchez y Daahoud Slim y su tropa, así como otros tantos devotos de la vanguardia artística que emerge de su saxo alto. Y hubo quien, simplemente, no.
Porque los cinco elementos en que Coleman basa su espectáculo se pueden resumir en uno solo: «composición espontánea». Algo así como salir y ver qué pasa. Y lo que pasaba es que, a raíz de un sencillo motivo melódico que a veces llevaban los vientos, otras el bajo, el resto era jazz. Perdón, «composición espontánea».
Con su gorra calada hacia atrás y ese aspecto juvenil y callejero con el que hace 41 años fundó los Five Elements apareció sobre el escenario Steve Coleman. Y su banda, esa que nació en las calles de Nueva York con una novedosa mirada sobre el género a la que hace tiempo que dejó de llamar M-Base.
«Life in plastic is fantastic» rapeaba Kokayi en un sentido homenaje a Aqua, mientras sus compañeros interpretaban uno de los pocos temas que seguían cierta armonía y en el que incluso Anthony Tidd quiso acotar fronteras caminando un 'walking bass'. Coleman y Finlayson seguían intercambiándose coros, entrando y saliendo de una armonía imaginaria que, por momentos tomaban un sabor latino y otras 'swingaban' con frases bebop. Ambos recogían ideas de uno y otro para modificarlas, variarlas y llevarlas a sus propios terrenos.
Por su parte el MC de Washington D.C., aunque discreto entre cada una de sus intervenciones, ponía a hervir el aplauso del público con versos rápidos y efectistas. Y cuando no lo hacía, doblaba alguno de los incontables 'ostinatos' a los que anclaban sus compañeros. Se pudo ver algo más del protagonismo de Rickman a la batería hacia el final, aunque durante todo el show permaneció atento de todas las provocaciones rítmicas que le iban llegando.
Hora y cuarto después, el escenario de la Trinidad se engalanaba para la puesta de largo de Louis Cole y su banda que prometía toda una fiesta de funk, soul, sintetizadores y una buena dosis de humor.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión