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Daniel Luque, cara a cara con 'Claraboya', que embestiría de forma inagotable para lucimiento de toro y torero. JOSÉ MARI LÓPEZ

Daniel Luque, qué fácil, qué bien

BARQUERITO

Jueves, 1 de agosto 2019, 07:47

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Es un clásico que la feria de Azpeitia se abra con una corrida de Ana Romero de buena nota. Esta última lo fue. No sin sus imponderables: el quinto de sorteo, el más astifino del envío, de bello remate, buen cuajo y pinta espectacular -cárdeno capirote muy claro, apenas moteado el lomo sobre capa y vientre ensabanados, botinero o calzado-, enterró pitones poco después de haber salido al ataque y a partir de entonces dio en claudicar. Se empleó en el caballo, salió de varas no solo claudicando sino derrengado de cuartos traseros, llegó a doblarse en plancha sobre sí dos veces y fue devuelto en banderillas.

Ese fue el toro que faltó para completar una corrida que, sin ser sencilla, iba para entonces ligera, viva y rodada. Un primero que, sin descolgar y a la espera en banderillas, se movió con ese punto de listeza tan propio del encaste Buendía/Santa Coloma, sin que dos embestidas seguidas fueran iguales. Toro bien tenido en la mano por Daniel Luque en faena poderosa, de gobierno y seguridad llamativos, el sello de habilidad para imponer terrenos y la gracia de una cadenciosa última tanda con la izquierda. Y media estocada.

Ese trabajo tan labrado fue anuncio de lo que iba a llegar en la segunda baza de Luque con el cuarto de corrida, de nobleza casi pajuna, sus pequeñas flaquezas pero su prontitud y su entrega, y su muerte de bravo encastado, que conmovió a la gente tanto o más que su cumplida pelea bondadosa. Faena de dos orejas, que en Azpeitia no se regalan, que fue como el cuerno de la abundancia -tandas de nunca menos de cinco ligados por una y otra mano, y no menos de siete tandas- y que, siendo extensa, no pesó, probablemente por ir a más. Un lindo arranque de toreo a compás y dibujo largo intercalando manos, un cuerpo central de toreo reunido, precisión en cada toque, firmeza relajada, los brazos jugados con insultante facilidad, muletazos enroscaditos cuando quiso Daniel, temple para tirar del toro y hasta sujetarlo cuando tocó hacerlo y, en fin, una facilidad que se tiene por privativa. El remate de faena, con muletazos sin ayuda, encadenados y enjaretados, no ligados propiamente, enlazados con cambios de mano por la espalda, todos ellos de invención y repertorio propios, tuvo efecto deslumbrante. Una estocada hasta la mano, tardó en rodar el toro y la emoción creció de grado. Un triunfo incontestable.

Entre los dos toros de prestidigitación de Luque, se jugaron otros tantos: un segundo que se revolvió por la mano derecha pero metió la cara por la otra, y un tercero noble y tardo, un punto distraído, toro a menos que llegó a recular. Dos toreros debutantes en una feria renovadísima, de cinco caras nuevas en tres carteles: David de Miranda y Adrien Salenc. Discreto y movido Miranda con el segundo. Entonado, firme y caliente Salenc con el tercero, al que toreó de salida a la verónica con ángel, ajuste y cadencia, ocho lances y dos medias de remate.

Soltura impropia de torero nuevo la de Salenc, ideas fluidas, recursos. Con eso caló y llegó a la gente. Faena de fe cuando el toro pareció rendido. Una estocada ladeada al segundo intento. Y otra, de excelente ejecución y en el primer asalto, para tumbar al sexto de corrida, que, fiero de partida, derribó en el caballo, atacó en banderillas y, arriba en la muleta, no fue de trato sencillo: solo empapado en el engaño y traído por delante se prestaba y esa fue la fórmula de Salenc cuando, tras un rico arranque por doblones, acertó con el sitio, la distancia, y se acopló. Solo un parón del toro en media arrancada y la rectificación obligada sobre la marcha. Una faena seria. Todavía planeaba la sombra de la de Daniel Luque, que fue para Salenc un estímulo y no un lastre. Con un sobrero bravucón, temperamental y hasta incierto de Salvador Gavira salió mal que bien del paso David de Miranda. Más mal que bien.

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