Radiactividad sin brillo

La versión canónica de 'Madame Curie', la dirigida por Mervyn Le Roy en 1943, ya nos impresionó y nos enseñó desde que éramos niños que una mujer podía ser científica y luchar por ser reconocida y descubrir cosas asombrosas como la radioactividad, por sí misma y en comandita con su marido. Y que eso había ocurrido realmente a finales del siglo XIX. La emoción que transmitía la película sobre el esfuerzo de Marie Curie y todos sus logros era difícilmente superable.

Claro, que todo es susceptible de renovación, pero el personaje de Marie Curie no estaba necesitado de reforzar su componente feminista: lo lleva implícito. En cuanto a la posibilidad de buscar un nuevo lenguaje más supuestamente contemporáneo, la directora Marjane Satrapi lo intenta pero desbarra con los ingredientes, en lo que acaba siendo una grandilocuente, nerviosa y desperdigada aproximación a la historia de Marie Curie.

El pulso acartonado y caprichoso se intuye desde las primeras secuencias, con una Rosamunde Pilke envejecida y con una gesticulación poco natural que se mantendrá en el resto del metraje, con un montaje atropellado que ni busca un lenguaje visual relevante ni se adhiere a las acomodadas reglas del producto de 'qualité'. Satrapi se empeña en aderezar todo demasiado, no para quieta: una especie de filminas insertadas cuando el matrimonio habla de sus investigaciones, unas secuencias del 'futuro' respecto a los personajes para mostrar las cosas buena y malas que trajo el descubrimiento del radio, con innecesaria labor didáctica, y una música martilleante que quiere dar un toque de modernidad que resulta ajena al filme.

La historia es interesantísima, cómo no, y es lo que sujeta la película, el personaje de Marie Curie y la relación con su marido, y en ese sentido puede ser disfrutada esta 'Madame Curie' aparente y aparatosa, pero poco asentada.