Fantasmas para el genocida

Que Jayro Bustamante tiene un estilo tan intrigante como bien definido se constata desde la escena inicial de 'La llorona', una reunión de personajes similar a la del comienzo de 'Temblores' y que define la tendencia del cineasta a componer cada encuadre de manera muy cuidada, pero no primorosa; pictórica, si se quiere, pero nada preciosista. La estética nunca se come a la intención, a la razón de ser de una forma de filmar que Bustamante emplea para salirse de norma sin aspavientos ni rimbombancias. Toma asuntos muy reconocibles y los presenta de otra manera, no rara ni críptica, sino intrigante, atrayente, sensorial.

Así, 'La llorona' trata de un general genocida en una Guatemala que le pide cuentas. Se puede decir que es una película de terror, trasladando la huella de unos hechos horrorosos. Es fácil ver la silueta, notar la presencia de elementos propios del género, fantasmas, zombis y muertos que vuelven, con las protestas del pueblo que reclama a los desaparecidos y los rituales propios de los indígenas.

Bustamante hace un cine de sensaciones poderosas construidas a base de luz y sonido, de actores de magnética presencia, de ambientes que simbolizan el reverso de la historia y de la sociedad que acaba dinamitando la conciencia del genocida en forma de pesadilla, angustia y demencia insoportable. Otra forma de justicia. Merece la pena quedarse a escuchar los siete minutos de los créditos finales, con la imaginativa versión de la popular canción 'La llorona' a cargo de una soberbia Gaby Moreno.