Crítica de 'Padre no hay más que uno 4': 22 de junio, bodorrio triple

Toma ya, y algunos sin enterarnos. Algunos pensábamos que la cuarta película de una saga empezada (seguimos sin agradecértelo lo suficiente) cuando el coronavirus aún nos rondaba de cerca (2019) era una comedieta familiar y tirando a aburrida y sin tanta gracia ni gracietas como las anteriores. A la que ya se le ven demasiado los mimbres de los que está hecha y que cada vez es menos escatológica. Por favor, ¡un pedo! Por Dios, ¿es lo más guarro que tenéis, un pedo en una cena con los padres del novio pijo de la hija segunda? Será que como a medida que los niños que salen en la pantalla crecen (como pasa en todo cuento con muchas secuelas donde hay de eso, de crianzas, bebés y preadolescentes), disminuye exponencialmente la edad de los espectadores que acuden a las salas (decenas de niñitas y niñitos), el y las guionistas intentan hacer una película igual de chorra (no lo malinterpreten) pero cada vez más blanquita, más inocua, más inodora y, más correcta para con todas, todos, todes, veganos y borrachos incluidos.

Yo diría que incluso (y mira que le tienen bien pillado el oficio los tres libretistas), les ha queddo, además de blanquita, paticorta. El relato se nos agota enseguida y nos quedamos dando vueltas esperando el bodorrio del 22 de junio. Me da, no estoy muy segura, que la han hecho así como con cierta desgana. En plan 'Tendremos que hacer la cuarta, ¿no? ¿Vosotros créeis? Sí, antes de que te pongas a engordar para el Torrente que le has prometido al ala dura de tu club de fans. Pues vale, la hacemos'. Nada en contra. O todo. No sé.