Caminar de Pamplona a Logroño es más exótico que viajar a la Polinesia
La Agenda Portátil ·
Otro ensayito de cuatro etapas por la ruta de Santiago en Navarra / Las vidas tan vividas de Raffaella y Luis Gasca / La fiesta de Janino BaskoneVas caminando bajo un sol de justicia, en medio de la nada, en esos diez kilómetros sin pueblos, sin árboles, sin agua, que hay ... entre Villamayor de Monjardín y Los Arcos, tan desérticos como hipnóticos, con esa belleza de la Navarra profunda tan a lo 'París Texas', la peli de Wenders, y una pregunta taladra tu cabeza tanto como el calor: ¿qué estás haciendo aquí?
Pero cuando llegas a la única sombra en millas, bajo un árbol que es una encina o algo así y te encuentras ahí guarecidos a tres belgas que llevan meses a pie desde Bruselas hasta aquí, y a dos bretones que caminan de día y prueban de noche los vinos de cada pueblo, y a una ciclista catalana que pedalea para dejar atrás una ruptura sentimental, confirmas que en esto hay algo que atrapa. Y el día siguiente vuelves a ponerte en marcha con más ganas.
He cumplido unas nuevas etapicas del Camino de Santiago y me reafirmo en que resultan más exóticas la mochila y las botas que un viaje a la Polinesia. O mejor dicho, el Camino rompe más la vida cotidiana que un largo viaje en avión. Aunque sea el Camino cercano.
Hace un año hice un primer ensayo de dos etapas desde Roncesvalles a Pamplona, o Zizur, en realidad. Esta semana he seguido hasta Logroño, en etapas que me han llevado por Puente la Reina, Estella, Viana o la capital riojana. Es solo otro ensayo, un 'trailer' de esa aventura, y mi relato suscitará la burla de tantos lectores que han cumplido el recorrido entero. Sí, vengo a contar historias del Camino con solo una semana de bagaje. Pero como también saben esos andarines veteranos, unos días de zapatilla son tan intensos como varias semanas en Benidorm.
Está el viaje interior, ese que te lleva a experimentar tantos estados de ánimo en solo un día, y que equivale a una terapia entero con el psicólogo. Y está el viaje exterior, ese sentir las distancias a ras de suelo: los veintitantos kilómetros de Puente la Reina a Estella sudados entre viñedos son más verdad que miles de millas de de avión de Madrid a Estambul.
He disfrutado de la subida al Perdón, de pueblos como Cirauqui, que son como Saint-Emilion pero sin turistas, de Iratxe y su fuente de vino, de la seductora Viana… En Azqueta me saludó Pablito, leyenda del Camino a quien pedían varas los peregrinos y que ahora, con 80 y tantos años, ya no sube al monte a recoger palos pero regala al caminante charla y ánimos. Dicen los vecinos que este año hay mucha menos gente, que se nota las ausencia de los americanos o los asiáticos. Muchos albergues están cerrados. Para quienes llegamos como paracaidistas es un privilegio vivir la ruta así, con los senderos tan vacíos, a solas con nuestros pies y nuestros pensamientos.
Entré a Logroño, pasé por la calle Laurel con la promesa de volver a sus bares menos lírico y más épico (o sea, a comer y beber) y en La Estellesa regresé cansado y feliz, deseando retomar la ruta. Y eso que esta vez solo han sido unos días. El Camino engancha.
EN VOZ BAJA
Raffaella y Gasca: cultura popular
En mitad de mi ruta por el Camino, que es una celebración de la vida, recibí la noticia de dos muertes. Cierran vidas tan vividas que parecen menos muertes.
No conozco a nadie a quien cayera mal Raffaella Carrà. Hay quien la criticó por sus lentejuelas o canciones de apariencia frivolona, pero era un canto a la alegría que fue de generación en generación. En un mundo donde el pesimismo y el desencanto tienen tanto prestigio intelectual la Carrà transmitía vitalidad y felicidad, que ahora sabemos que son valores tan importantes como el existencialismo. O más.
La italiana era cultura popular. Y el gran Luis Gasca fue un sabio de eso. Lo sabía todo del cine, del comic, de géneros supuestamente menores. Era una fuente de anécdotas: hasta hace pocos meses me guasapeaba con historias «por si te sirven para el periódico». Varios reportajes nacieron de su curiosidad y generosidad inagotables. Vivió varias vidas en una: qué mejor despedida para alguien que se va.
El akelarre de Alex
El tolosarra Alex Díez es un genuino producto del Carnaval que emprendió carrera musical como «probablemente el peor cantante del mundo». Lanzó un primer disco como Alex Di Or y ahora edita otro como Janino Baskone. El jueves lo presentó en la bodega Hika de Amasa en una fiesta entre amigos, con todas las medidas de seguridad pero como un «akelarre» de aire italiano. Canta mal, pero es un genio. Y se rodea de quien canta bien: María, Uxue o mi querido Simón. Viva la vida.
mezquiaga@diariovasco.com
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