
Secciones
Servicios
Destacamos
Fátima Román, hernaniarra vecina de Bera, espera noticias. «Me gustaría saber cómo está el niño al que salvé. Sé que salió del hospital de Jerez y le trasladaron a otro, pero no sé a dónde. He estado en contacto con el hospital pero no me han podido dar más información, por protección de datos. Cosa que entiendo».
Sabe que «estaba vivo, pero tengo ganas de saber más. Estoy en contacto también con la sobrecargo, que también está intentando conseguir más información. No diré que para mí es como un hijo más, pero sí siento un poco que en vez de dos ahora tengo tres. Por eso me gustaría saber cómo está». Román es un torrente en la conversación. Sufre baja visión, con un 86% de minusvalía, «por una meningitis a los 11 años, que también me ha acarreado otros problemas, pero me defiendo».
Esta hernaniarra tuvo una intervención providencial para salvar la vida de un bebé de un mes que había entrado en parada cardiorespiratoria en el avión. En su domicilio de Bera, dos días después de su hazaña, aún trataba de reponerse de la «congoja» que le viene cuando recuerda el episodio. Trabaja cerca de casa en una residencia de ancianos, donde es auxiliar clínica y desempeña tareas organizativas.
«Siempre he sido una echada para delante –asegura–. Mi madre me solía decir que cómo hacía lo que hacía sin ver nada. Me doy algún golpe, pero alguna vez he andado incluso en bicicleta. No me impide hacer cosas», como es obvio después de su actuación en ese avión. Su falta de visión no interfirió en la maniobra de resucitación del bebé. «No, porque era tan pequeño que mi mano era como todo su cuerpo, así que no necesitaba ver bien para poder realizarle el masaje».
Noticia relacionada
La hazaña ya está circulando por Bera «pero todavía no lo sabe todo el mundo, aunque se van a enterar porque mi marido no sabe estarse callado», bromea. «En el trabajo supongo que también se irán enterando todos», asume. Fátima Román reside en Bera desde que contrajo matrimonio.
El niño no respiraba y su piel había adquirido un tono amoratado. «Les dije a las azafatas que trabajo en una residencia de ancianos y que de glucemias domino bastante. Lo primero que hice fue medirle el azúcar al bebé, pero dio 160 y algo, estaba bien. Así que pensé que era un paro cardiaco. Le toqué el moflete y no notaba nada. No le encontraba el pulso de ninguna manera, ni en el pecho, ni en la muñeca... Nada». Así que procedió al masaje cardiaco con dos dedos y el corazón comenzó a latir.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.