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¿Hay algún médico en el avión? En las películas siempre se levanta un señor de las últimas filas, se remanga la camisa y salva al moribundo. Pero en el vuelo del domingo entre Las Palmas de Gran Canaria y Hondarribia no había médicos. Ni sanitarios. Estaba Fátima Román.
Esta hernaniarra tuvo una intervención providencial para salvar la vida de un bebé de un mes que había entrado en parada cardiorespiratoria en el avión. En su domicilio de Bera, dos días después de su hazaña, aún trataba de reponerse de la «congoja» que le viene cuando recuerda el episodio. Trabaja cerca de casa en una residencia de ancianos, donde es auxiliar clínica y desempeña tareas organizativas.
«Volvía con mi marido, Rafa, de unas vacaciones –comienza su relato Román–. Veníamos de Gran Canaria a Hondarribia y a mitad del vuelo, más o menos, una señora de la primera fila se levantó gritando como loca. Enseguida, una azafata recorrió el pasillo del avión buscando un médico. '¿Hay un médico, hay un médico?' No se levantaba nadie y empezó a preguntar si había algún sanitario, pero yo miraba para atrás y tampoco se levantaba nadie. Entonces le dije a mi marido que yo no soy sanitaria pero trabajo en una residencia de ancianos. 'Vete, vete', me apremió él, y allí me fui. Les expliqué que no sabía si podría ser de ayuda pero para cuando pensé qué hago yo aquí ya estaba sentada en la primera fila». Se da la circunstancia de que Fátima Román tiene baja visión –un 86% de minusvalía– y es miembro de la ONCE, problema que, está claro, no le impide desenvolverse con determinación en situaciones de máximo estrés.
El niño no respiraba y su piel había adquirido un tono amoratado. «Les dije a las azafatas que trabajo en una residencia de ancianos y que de glucemias domino bastante. Lo primero que hice fue medirle el azúcar al bebé, pero dio 160 y algo, estaba bien. Así que pensé que era un paro cardiaco. Le toqué el moflete y no notaba nada. No le encontraba el pulso de ninguna manera, ni en el pecho, ni en la muñeca... Nada».
En esa situación, procedió al masaje cardiaco, «algo que jamás había hecho en una persona, solo con muñecos en los cursillos que nos dan una vez al año. Y sobre todo, dirigido a adultos, como es lógico en trabajadores de una residencia de ancianos. Sabía que a los niños hay que practicárselo con dos dedos. Empecé y el corazón comenzó a latir solo. ¡Qué sensación! No digo que fuera un milagro, pero yo lo sentí así. '¿Esto lo has hecho tú?', me decía a mí misma».
Superado el primer momento crítico, Román tuvo que gestionar la situación gracias a sus conocimientos. «Sé que el corazón de los bebés late muy rápido, a 160 o 170 pulsaciones por minuto, y el del bebé latía pero mucho más despacio así que continué con el masaje con los dedos hasta que fue adquiriendo un ritmo normal. Reaccionaba y su piel empezaba a adquirir un color normal. Notaba que estaba yendo bien».
Por si asumir la responsabilidad médica del caso no fuera suficiente, la hernaniarra tuvo que tomar también una decisión logística. «Me vino la sobrecargo –relata Román– y me preguntó si aterrizábamos de emergencia o seguíamos hasta Hondarribia. '¿Eso también tengo que decidirlo yo?', pensé. Le conteste: 'Si fuera mi hijo, bajamos'. 'Si fuera el mío, también, así que para abajo', me respondió ella».
El avión se dirigió al aeropuerto de Jerez de la Frontera. «No tenía el cinturón de seguridad puesto y llevaba al bebé en brazos, solo pensaba en que no se me escapase en el aterrizaje. El niño era muy pequeño para tener un mes. Vino un chico que hablaba francés y nos fue traduciendo. Era una familia de Mauritania y la madre explicó que el niño había nacido con una malformación, pero que no había tenido ningún síntoma previo. Que iban al médico, no sé a dónde pero me imagino que a Francia».
Al aterrizar, Román tomó toda clase de precauciones. «No veo bien y solo faltaba que al salir del avión me tropezara y me cayera por las escaleras con el niño en brazos. 'Yo no me muevo de aquí hasta que vengan los sanitarios', me dije. Cuando aterrizamos ya estaban en la pista, esperando. Vinieron y le examinaron. Comprobaron que el niño estaba bien.Me hicieron subir a la ambulancia, pensando que yo era la madre. Al decirles que no, me dejaron volver al avión. Al entrar, todo el mundo empezó a aplaudir».
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A pesar de que la tensión debió de ser pavorosa, Román estuvo «súper tranquila. Fue cuando me volví a sentar junto a mi marido cuando se me vinieron encima todos los nervios y se me saltaron las lágrimas.El cuerpo se me puso en tensión, rígido, toda la adrenalina me explotó. Esa noche no dormí».
Román dejó al niño en manos de los sanitarios de Jerez, antes de retomar el viaje. Tras unos 40 minutos para que las dos personas que acompañaban al niño, su madre y otra familiar, pudieran salir rumbo al hospital, el avión volvió a despegar rumbo a Hondarribia. «El niño lloraba y se dormía, estaba súper relajado pero bien. Estaba muy cansado por el llanto y el masaje cardiaco, que es una paliza para un niño tan pequeño», explica la hernaniarra.
Recuerda que «todo fue sin pensar. En la residencia hemos hecho cursillos con muñecos un montón de veces, pero en el avión todo me iba saliendo solo. Ahora, después del bajón de la tensión, pienso en cómo pude actuar con tanta tranquilidad y no lo sé. Fue puro instinto. Si me dicen que en vez de en un avión estaba en el banco de un parque o en mi casa, me lo creo, porque yo solo estaba concentrada en el niño, aislada de todo lo demás».
Sabe que «esta experiencia no se me va a olvidar en la vida» y asegura que «es lo mejor que he hecho en mi vida y no sé si haré algo mejor. No se puede describir la sensación de notar cómo empieza el corazón a latir él solo. '¡Lo he hecho yo!', pensaba. 'Lo he hecho yo con la ayuda del niño'. No dejaba de pensarlo toda la noche siguiente».
La compañía del vuelo, Binter, se ha puesto en contacto con Fátima Román para agradecerle su intervención y le regaló dos vuelos para realizar cuando desee en el plazo de un año. «Los pilotos y las azafatas también vinieron a darme las gracias. Me regalaron una bolsa con todas las chocolatinas que tenían en el avión». No tiene reparos en volver a embarcarse en un vuelo. «No creo que vuelva a repetirse algo así», sonríe.
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