Olaizola II desquicia a Irujo
El de Goizueta recupera la txapela tras encadenar una tacada final de diecisiete tantos. Volvió a dirigir muy bien la pelota hacia la pared izquierda hasta desesperar al contrario
JOSEBA LEZETA
Lunes, 25 de junio 2012, 19:25
BILBAO. Los Olaizola II-Irujo son algo más que partidos entre dos pelotaris. Coinciden sobre la cancha dos personalidades, dos estilos a la hora de desenvolverse en la cancha, dos maneras de entender este juego. La pausa de Aimar Olaizola choca contra el carácter impulsivo de Irujo. Es una lucha de caracteres.
Sus movimientos antes de iniciar cada tanto les delatan. Mientras Irujo quiere comenzar cuanto antes, Aimar retrasa la puesta en juego de la pelota con botes, con esos dos o tres pelotazos hacia la pared izquierda que tanto irritan a un excampeón manomanista guipuzcoano. Irujo trata de evitar los parones y los descansos. Aimar busca esos segundos de respiro que tan largos se le hacen a su oponente.
No se trata sólo de dar pelotazos más largos y mejor dirigidos. Las finales entre estas dos figuras acaban convertidas en guerras de nervios de las que sólo uno puede salir vencedor. Esta vez se llevó el gato al agua un Aimar Olaizola infalible, perfecto conocedor del guión que le convenía y perfecto ejecutor de la estrategia que tan bien trajo estudiada de casa.
Recuperó una txapela que no ganaba desde 2007. Había perdido las dos finales que había disputado desde entonces y la de ayer en Bilbao era su tercera oportunidad. La aprovechó tras desquiciar a Irujo con su frialdad, con esa muñeca de seda que tan bien ejecuta los planes de una cabeza perfectamente amueblada.
Decepcionó la final por su marcador abultado, por la falta de emoción, elemento imprescindible en estas citas tan esperadas. Se vio demasiado pronto quién iba a ser el dueño de la txapela. Ahora bien, el número de pelotazos total, 253, es bastante superior al que corresponde habitualmente a semejante diferencia en el tanteador.
Hasta el 9-7 jugaron tantos durísimos, exigentes, propios de la calidad de dos manomanistas increíbles. Aunque cada finalista aprovechaba bien su saque y su pelota para encadenar varios tantos, quien defendía presentaba batalla y dificultades al que llevaba la iniciativa. El toma y daca era de categoría. El espectáculo, de altura.
Sin embargo, el 9-7 marcó la frontera entre un arranque de partido embaucador y un desenlace inmejorable para Olaizola II, triste para Irujo y decepcionante para unos pelotazales que esperaban mucho más del compromiso más atractivo de la temporada manista. En ese tanto cruzaron a buena nada menos que 27 pelotazos. Los dos atacaron y defendieron, llevaron su cuerpo al límite físico hasta que Aimar atropelló al rival y encontró la oportunidad de entrar de gancho y resolver. Irujo asistió quieto, sin iniciar la carrera, al remate del delantero de Goizueta.
Directo al 22
Ninguno de los dos solicitó descanso, aunque les hacía falta. Fue otro capítulo más de esa guerra de nervios en la que acaban convertidos los Olaizola II-Irujo. A renglón seguido, Aimar puso la directa hacia el 22 ante un contrario que a partir de ese momento careció de la chispa, del nervio y del genio que le han caracterizado durante tanto tiempo y que de tantos apuros le han sacado cuando le tocaba restar.
Irujo no encontró la manera de contrarrestar los saques altos y bien cruzados a la pared izquierda que martillearon su defensa. Apostó por restar de aire, sobre todo después de fallar de zurda una devolución fácil a bote en el 7-7. Esa acción disminuyó su confianza para quedarse atrás.
Aimar jugaba perfecto en ataque. Sacaba con intención y a continuación disponía de pelota dentro del cuatro para coger altura en el frontis y buscar con insistencia la pared izquierda. Sus remates llegaban sólo cuando la oportunidad era indiscutible. Si hay alguien que lo sabe discernir es Olaizola II.
El partido todavía tenía vida cuando, con 12-7 en el marcador, Irujo pasó a dominar y soltó un derechazo que tocó la chapa de arriba. Del hipotético 12-8, la recuperación del saque y la oportunidad de recuperar la pelota que tantos problemas causó a Aimar entre el 5-1 y el 5-7 se pasó al 13-7.
El de Goizueta mantuvo sobre la cancha la pelota que tan buen resultado le estaba dando, siguió gozando cada zarpazo y mantuvo cerrado el grifo de las concesiones. Ninguna más. Su cupo ya estaba completo desde el 4-1 cuando mandó un gancho a la contracancha.