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Guardo en mi memoria intenso aquel instante mágico. Sucedió hace un par de años en el anochecer de un diecinueve de enero ,regresábamos de un acto cultural en el Convento de Santa Teresa, y atravesábamos la Puerta de Tierra del Puerto, entonces, comenzamos a oír bajo un cielo en el que empezaban a brillar las primeras estrellas, los sonidos de los tambores que en las distintas sociedades de la ciudad ensayaban para el día grande, el más íntimo y querido de todos los donostiarras.
Aquella entrañable música no sólo procedía de la Parte Vieja, sino de todos los barrios de la ciudad que en la bahía resonaban como un coro de percusión tejido por múltiples corazones apasionados.
Y Ricardo y yo, como pequeña audiencia, apoyados en la barandilla, frente al mar, con la piel de gallina y las lágrimas prontas a hacer su aparición, asistimos aquella noche a uno de esos momentos únicos que nunca se olvidan. La cadencia de las olas como batuta para la más hermosa de las orquestas.
Como donostiarra he escuchado cientos de veces emocionada la marcha de San Sebastian, pero nunca como aquel día he sentido la vibración de todas las sociedades como poema de amor poderoso y sonoro en medio de la noche.
También en mi memoria la inauguración de 'Estela' en la Plaza del Centenario, escultura con la que mi marido Ricardo Ugarte ganó la primera Bienal internacional de San Sebastian, y a cuya inauguración el veinte de enero de 1970 acudieron varias compañías de tamborreros txikis, como así consta en las fotografías.
Para finalizar, una tradición, mi marido y yo cada veinte de enero, nos levantamos temprano, y esperamos a primera hora de la mañana en la Plaza Sarriegui a nuestra querida tamborrada de Kresala. Compañía que para nuestro orgullo, fue la primera en incluir mujeres en el desfile.
La fiesta mejor disfrutarla juntos , tenemos ese día un solo tambor por corazón.
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