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En su famoso cuento 'El penal más largo del mundo', Osvaldo Soriano parece estar hablando de hoy mismo. «Se dictó el estado de emergencia, o ... algo así», y se decidió que «ese match tendría lugar en el mismo estadio, a puertas cerradas». La final de Copa Real-Athletic se jugará un año más tarde y, si la cosa no cambia, como algún aficionado se atreva a acercarse a Sevilla harán «enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí».
El gran acontecimiento del deporte vasco de 2020 se jugará en 2021. Un año que parece mucho y no es gran cosa si se compara con los 40 que han pasado desde la última vez que el fútbol del país dominó el mundo, un mundo que poco antes había contemplado en toda su grandeza Martin Zabaleta desde la cima del Everest.
La Real ha consolidado su posición hegemónica en un deporte guipuzcoano que poco a poco va perdiendo la diversidad que le hizo rico. El coronavirus no ha ayudado a las modalidades modestas y el tejido multicolor se torna blanquiazul. Todos los ojos miran a Anoeta.
La final de Copa confirma a la Real como un proyecto de futuro, algo dificilísimo de conseguir para instituciones con un pasado tan glorioso, del que resulta imposible despegarse y termina por bloquearlo todo. El título de Copa del equipo femenino marcó el camino.
La labor de reconstrucción del tejido deportivo de Gipuzkoa, recuperar ese tesoro tan delicado, es un objetivo comunitario. Largo, pero decisivo como un penalti.
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