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Es el sector más golpeado por la pandemia. Entre cierre y cierre, restricciones, limitaciones de aforo, de horarios... la hostelería está a punto de acabar ... un ejercicio que muchos dan prácticamente por perdido. Con una caída de la actividad que ha sido incluso peor que las previsiones más negativas, al reducirse un 48% en relación al año pasado, y una pérdida considerable de empleo, que tan solo en noviembre ha sido de 2.500 personas en relación al mismo mes del año anterior en Gipuzkoa(-11%), los hosteleros indican que «las espectativas no son halagüeñas al menos hasta el próximo verano».
Una larga travesía que dejará tocados a muchos establecimientos, con los ahorros agotados, préstamos por devolver y muchos gastos que seguir afrontando. «Y no entendemos que este escenario no vaya acompañado de medidas de apoyo al sector», se lamenta una vez más Kino Martínez, secretario general de la Asociación de Hostelería Gipuzkoa. «En los presupuestos del próximo año no hemos visto medidas específicas», incide.
La hostelería supone el 5,44% del PIB de Euskadi y el 6% del empleo. No hay datos desagregados de Gipuzkoa. Un sector económico con suficiente peso, reivindican, como para no recibir el apoyo que le corresponde.
Cuatro hosteleros del territorio nos acercan cómo están viviendo este año tan atípico y las expectativas para el arranque del próximo ejercicio. Oscar Urruticoechea, director del Restaurante Abakando de Donostia lo resume en cuatro palabras. «Profesional y econónicamente, un desaste». Culminarán el año con una caída de la actividad y de ingresos del 50%. En estos momentos apunta que solo cuentan con un servicio, el del mediodía, y que al no haber cenas, y limitarse las comidas de empresas, la actividad se reduce mucho. Y todo ello en un mes, diciembre, que es el más importante del año, recuerda.
«Estamos mentalmente muy afectados. Pasamos de cerrar, a abrir, vuelta a cerrar, comidas para llevar, solo terraza, con lo que conlleva de inversiones para atraer a la clientela... estamos pasando por todos los escenarios imaginables y hay que ir adaptándose a ello», relata.
Un carrusel que afecta también a la plantilla. «Sacamos a todos los trabajadores del ERTE en verano y ahora estamos al 50% porque trabajamos media jornada. Somos doce empleados».
Aunque Oscar se confiesa «muy echado para adelante» ve difícil cargarse de optimismo de cara al inicio de 2021. «Sin fiestas que celebrar, ni Nochevieja, San Sebastián... lo veo muy complicado. Habrá que esperar al menos hasta Semana Santa y ver si se genera esa inmunidad de rebaño». Y es que recuerda que el suyo es un sector muy expuesto pese a ser muy escrupulusosos con las medidas de protección.
Aritz Padres, responsable del Bar Café Limerich de Errenteria, es aún más tajante. «Es un año perdido. Vivimos de ahorros y de préstamos ICO». El suyo es un local de ocio nocturno, el peor parado del sector. «Cero ingresos», resume. «Ahora nos dejan abrir, pero no es tan fácil reconvertirnos. Eso no se hace de la noche a la mañana. Además, no es la solución, es contraproducente».
Pese a ello, comenta que se están preparando para poder abrir. «Nos estamos organizando». ¿Con la intención de abrir para la Navidad? La respuesta brota casi con rabia. «La dimensión de todo esto es tan grande, las restricciones son tan importantes que la Navidad no nos condiciona nada. No tiene valor. Lo hacemos para poder ponernos en marcha».
Este hostelero recuerda ya casi con cierta lejanía los dos primeros meses del año en los que se trabajó bien. «Y luego cero ingresos», reitera. Como a todos no le ha quedado más remedio que «ajustar todos los gastos y vivir a la expectativa. Mucha incertidumbre, como si se hubiera parado la vida y estubiera en 'stand by'. Hemos valorado 50 caminos diferentes pero hemos pensado que no tenemos por qué reinventarnos tanto». Son seis personas. Todas están en ERTE y prevé que el encargado y alguno más pueda salir cuando retomen la actividad, que ve muy incierta.
Respecto al apoyo que reclaman, señala que no se trata de ayudas, sino de compensaciones por los cierres y restricciones y apunta que la dimensión que ha adquirido la «pelea entre la Administración y la hostelería se debe a que no han gestionado bien esas compensaciones, que son imprescindibles para mantenernos a flote». «Como no responden se ha generado una batalla. Bastaba con una gestión más contundente. Ha faltado sensibilidad», remata.
Ibon Leunda regenta el establecimiento 1990 Gastroteka en Arrasate. Ahora mismo uno de los puntos más calientes del territorio, con lo que no ha podido reabrir su negocio. Un escenario que se mantendrá, considera, al menos hasta febrero. Recuerda que hasta mayo facturaron un 80%, que en junio y julio llegaron al 100% pero que luego desde el 26 de agosto «fue bajando y bajando hasta el batacazo de noviembre». Admite que el no consumir en la barra les perjudica porque «aquí hay una cultura de barra difícil de cambiar».
Este hostelero, con muchos años de experiencia a su espalda, cuenta con 14 personas en la plantilla, además del propio matrimonio. Todos están en ERTE. Dice que cerrará el año con unos ingresos que no llegarán al 60%. Pero su vitalidad y carácter dinámico le impiden caer en el pesimismo. Es de los que no paran y desde diferentes ámbitos trata de arañar ayudas allí donde se puede. «Hemos acordado un plan de rescate con el Ayuntamiento de 1.000 euros por mes para la hostelería desde el 1 de noviembre». Una ayuda que servirá almenos para ir tirando y pagando gastos, remarca.
Pero también ve «imprescindible» que el Gobierno Vasco les apoye con un rescate que tendría que cubrir el 70% de la facturación, como ocurre en Alemania, para no cerrar definitivamente y perder puestos de trabajo».
Ixone Martínez de Ilarduya regenta un pequeño hotel familiar, el Punta Monpás de Donostia. Cuentan con cuatro empleados y apunta que cerrarán el ejercicio con una caída de ingresos del 50%. Abrieron el establecimiento en 2014 y señala que no les ha dado tiempo a tener un colchón para poder afrontar una situación como ésta. «Será difícil darle la vuelta a casi dos años parados». Además, comenta que cuando se reactive el sector tendrán que hacer frente a una «competencia feroz de los grandes, que tienen más margen para realizar ofertas más agresivas». Resume que la sensación es de «impotencia, porque no está en nuestras manos».
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