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7 de Julio, entre la derrota y el baile
Danzaron. Lloraron. Adoraron. Extraño día el que sucede al 5 de mayo y al seis de junio. En Lesaka, San Martín de Tours cedió el altar de su iglesia al santo moreno. Chispeó y sopló del Norte en Iruñea. En Antxo, escaparates en rojo, negro y blanco
Alas 11 horas 15 minutos del día 7 del mes séptimo del año 2021 del III Milenio, en la panadería de Lesaka ya no ... quedaba ningún cupón del sorteo de la ONCE para dicha jornada, cupón que reproducía la imagen del santo que suele usar su capote de paseo para proteger a los corredores del encierro. Horas más tarde, también se le agotarían todas las series de papel a José Antonio, vendedor situado en una de las revueltas de la casa consistorial de Pamplona, la que lleva hacia el Maisonnave. Decenas de compradores habían invocado a San Fermín para que la suerte volviera a la capital del Viejo Reyno, transida en muchos momentos, muchas calles, muchos barrios de una extraña sensación de derrota, simbolizada, tal vez, por un solitario pañuelico rojo que ondeaba, muy desarbolado, en el alféizar de la ventana herméticamente cerrada de un edificio que se diría abandonado por todos sus habitantes. Sucedía en La Rochapea, frente al mítico bar Arga donde, para el mediodía ya pasado, se habían servido 15 almuerzos, respetando todos los códigos de seguridad. De aquellos 15 almuerzos quedaba un poco de gazpacho, unas carrilleras, unas colas de rape y cuatro croquetas; dos de hongos, dos de queso. Al fondo, tres parroquianos de café, copa y puro. En la tele, el Tour. Y alguna gente volviendo del trabajo en los polígonos industriales cercanos.
¿De vuelta del trabajo un siete de julio? Sí, ¿para qué pedir vacaciones, para qué demandar libranzas si aunque fuera el día siete del mes siete no había toros, no había corredores y la noche anterior, los que se refugiaron de la lluvia allá por el vergel, a la orilla del río, habían sido, en cantidades que superaban los cientos, conminados por las distintas fuerzas del orden a levantar el campamento?
Chispeaba en Pamplona. Cualquier otro año se hablaría de que el encierro había tenido un punto grande de peligro porque el suelo estaba mojado. Pero toro, lo que se dice toro, solo había en el menú de La Urbana, burgobar con mucho arte de Navarrería. Ofrecía ensalada (mixta) carne de res brava y postre por 15 euros. Ciertamente, más barato salía el especial de la choco-frigo-hamburguesería de Pasai Antxo: por 4,50 queso, salchicha y algún lacteado helado a tomar en la plaza del antiguo mercado.
Se agotaron en Lesaka e Iruña los cupones (los de papel, no de máquina) de la ONCE que reproducían la imagen de San Fermín.
Pasado el mediodía, en Lesaka, la gente ya había dado buena cuenta de las cazuelitas de callos (con ajo ricamente crudo pero bien dulcificado por una salsa perfecta) preparados por Carlos en el Zantzonea, que no está ni muy lejos ni del todo cerca de la Plaza Zaharra ni de lugares tan historiados como el Etxeberria o la casa Joangosenea. Al mediodía, en Lesaka, un chiquirritin llamado Alain, vestido del ezpatadantzari que algún día será, miraba asombrado a los dantzaris grandes que bailaban por las calles, bordeando el Koxkila. Iban triste-alegres, alegre-tristes. En un momento dado, sucedió un suceso bien curioso, un vehículo d la Guardia Civil que venía del cercano cuartel a cumplir alguna misión quedó empotrado entre l danzantes, txistularis y quienes salían de la misa grande.
Chispeó en Pamplona donde se masticaba derrota, soledad y orgullo resistente. Bailaron en Lesaka. En un escaparate de Pasai Antxo, unas mascarillas blancas (corredores) eran perseguidas por unas mascarillas negras (toros) sobre la arena de un cercado que hace mucho que ya no existe. Menos aún podría existir este día siete del mes siete de 2021. En otros escaparates, en fotos de tiempos, años y siglos pasados, Juanjo Bujanda, el gran cohetero del lugar que se marchó de esta vida y de este mundo, en febrero, seguía prendiendo la mecha de un txupinazo que volverá a anunciar las fiestas en 2022.
Chispeó en Pamplona. Sólo alguna urbanita aburrida gritó '¡qué asco de tiempo!' Al resto del personal le importaba bien poco la lluvia. Hasta los maniquíes de las tiendas de souvenirs tenían la tristura subida y la color pálida. A uno, vestido simplemente con un delantal sanferminero de tiempos remotos (nada que ver con la camiseta kukuxumusuera que proclama 'We´ll be back!' ni con otra lucida por un muchacho que pedaleaba por Lesaka, una en la que Guevara (el Che) también se ha anudado pañuelo rojo sota la barba) le faltaban las dos manos y tenía desencajado el hombro. Siguió chispeando en Iruña. Y sopló del Norte. Pero aún era posible salir del parking de la plaza de toros y hacerse un hueco en pequeñas terrazas enlonadas con nombres que recordaban lo pretérito, 'Por la Puerta Grande', por ejemplo. Aún era posible, a pesar de que ni siquiera parecía haber aquellas ganas que sí hubo en 2020 de reivindicar que aquí estamos porque somos quienes somos y nos nos paran ni las vallas ni los bichos, entrar en sitios que siguen llamándose 'Hemingway'. ¿Pero para qué leer 'Fiesta' si el libro del momento lo vendían en Estafeta? ¿Título? 'El pañuelo rojo y el monstruo de la corona de puntas'. Autor, Ricardo Montes. ¿La mejor edad para leerlo? Si cuando llegó el virus tenías entre 4 y 10 años. Acaso entenderás mejor por qué el 7 de julio de 2021 parecía que Pamplona era una ciudad vaciada, en Lesaka los dantzaris no bajaban de la parroquia y en Pasai Antxo, ay, en Pasai Antxo, no hubo txupin, no hubo txupinaz y el txupinero está jugando al mus en las alturas con San Fermín. En 2022, arderémos en rojo y blanco.
A las 14 horas del 7 del 21 faltaban 363 horas para el 7 del 22
El reloj del local que fue de Kukuxumusu, a la altura de Telefónica, cerca del callejón de la plaza del toros, marcaba a las 15 horas 10 minutos de ayer que ya había transcurrido (o no) un día entero, diez minutos y 32 segundos desde el no-comienzo de las no-fiestas de los sí-sanfermines. Pero lo importante eran los dígitos que aparecían en el frontis de La Casa del Libro, al lado del bar 'Ya falta menos'. En el momento en que fue tomada la foto, certificado quedaba que ayer restaban 36 horas, 21 horas, 45 minutos y 2 segundos (¡solo 2!) para que todo sea rojo en Pamplona. Todo sea blanco. Todo sea negro zaino. Para que ondeen, feroces, las pancartas de las peñas.
«Por Sanfermines, que no sea. Tres tenemos nosotros en Antxo»
Pasaia ha reivindicado siempre que de los tres lugares cercanos que celebran al santo de Amiens, nacido en el siglo III, solo ellos le tienen por patrón, pues a San Martín de Tours invocan en Lesaka y a San Saturnino cerca del monte San Cristóbal. «Por Sanfermines que no quede», dice una guardiana de la parroquia, «tres tenemos». Y no miente. Sobre el altar, un vidriera muestra el segundo antes de que el verdugo romano vaya a degollarle con una espada 'gladius'. Entrando a la iglesia, a la izquierda, en la capilla a él dedicada, orgulloso de sus creencias se muestra en policromado casi altivo. Y el séptimo día de todos los meses séptimo, de la sacristía sacan una tercera efigie.
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