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Isabel Urquijo y la enfermera del centro de salud de Aiete, Mari Jose Alzuri, de cogen de la mano. F. de la Hera

«Tengo todo listo para cuando me muera, pero me quedan muchas cosas por hacer»

La donostiarra Isabel Urquijo lleva más de seis años como paciente paliativa tras detectarle un cáncer de pulmón en estadio 4 y un tumor en la glándula suprarrenal

Aitor Ansa

San Sebastián

Domingo, 20 de julio 2025, 00:08

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Isabel Urquijo tiene días mejores y peores, aunque lleva casi tres años sin tratamiento. «El Orfidal para dormir y tomarme la tensión tres veces por la mañana y por la noche, nada más», explica. Hoy le toca revisión con Mari Jose Alzuri, la supervisora de Enfermería del centro de salud de Aiete, que le chequea que sus constantes vitales continúen estables. Todo correcto, como de costumbre de un tiempo a esta parte para esta donostiarra que lleva más de seis años como paciente paliativa tras detectarle un cáncer de pulmón en estadio 4, «el peor», y un tumor en la glándula suprarrenal. «Y aquí sigo, no me lo puedo ni creer que esté durando tanto», asegura con cierta sorna. Ahora su vida discurre con cierta tranquilidad, alerta por cualquier achaque pero lo suficientemente estable como para seguir quedando con sus viejas amigas en Bera Bera para tomar un café y charlar un rato. Sin olvidar, claro, sus clases de gimnasia.«Dos veces por semana», apuntilla.

El caso de Isabel es poco común, admiten los profesionales, aunque poco conocido. Tenía 60 años cuando una mañana, de manera repentina, notó que algo no iba bien. «Estaba subiendo las escaleras en casa con un té y una jarrita, y la leche se me empezó a caer», comienza a relatar. Al mirarse en el espejo del baño vio que «tenía el labio torcido, así que le llame rápidamente a mi hija para que avisase al 112 porque creía que me estaba dando un ictus», añade. En lo que aguardaba a la llegada de las emergencias «perdí el conocimiento, así que cuando me desperté estaba rodeada de mucha gente: médicos, enfermeros...», enumera.

La resonancia que le hicieron en el HospitalDonostia reveló la magnitud de ese desvanecimiento que había sufrido en casa: tres tumores en la cabeza, un cáncer de pulmón en estadio 4 y otro tumor en la glándula suprarrenal. La donostiarra habla abiertamente de su situación y así relata como llegaron las sesiones de inmunoterapia, las resonancias, la caída del pelo –«tenía frío en la cabeza y tenía que dormir con un buf»– o la peluca que llevó «unos dos años y medio, aunque mi hija nunca me vio sin ella».

La enfermedad parecía más o menos controlada, pero de repente todo volvió a la casilla de salida. «No recuerdo el día exacto, pero mi sensación era de que no me dolía nada pero no me encontraba bien. Vinieron mi prima y una amiga a casa dos días a ver si salía. Les dije que no y me contestaron que el lunes subiera de nuevo a Urgencias».

«Cuando entré en la unidad de Paliativos no pensé que me ingresaban para morir, sino que ahí iba a estar mejor cuidada»

De vuelta al hospital volvió a sufrir otro desvanecimiento. «Estaba llamando a mi hija para que supiera dónde estaba, se me cayó el móvil al suelo y detrás fui yo. Me hice un daño que creía que me había roto una costilla o algo.No me podía levantar del suelo. Pero no por la caída, simplemente no podía», rememora la donostiarra. «Ahí fue cuando me llevaron a Cuidados Paliativos», donde recuerda que estuvo dos meses y medio ingresada y quince días en coma. Isabel se muestra tajante a la hora de volver a recordar aquellas semanas. «No pensé nunca que me traían aquí para morir, no me apuré. Simplemente que ahí iba a estar mejor cuidada», reconoce.

«Estupendamente tratada»

Los médicos que la trataban, prosigue, «estaban casi desesperados porque no sabían lo que me había pasado. Me debieron hacer pruebas de todo tipo, pero nada. Así que decidieron quitarme todos los medicamentos y a mis familiares les dijeron: 'pasen a despedirse porque ya se muere'. Fue quitar los medicamentos y ¡pum!», describe enérgicamente mientras abre los brazos en señal de resucitación.

A Isabel se le ilumina la cara cuando habla del personal que la atendió aquellos días. «Estuve estupendamente tratada. Cuando me dieron el alta cada mes me llamaba por teléfono un enfermero, Aitor, a ver qué tal estaba y yo le pasaba el parte», agradece. «Y no te lo vas a creer, pero cuando salí de ahí fui a una funeraria, encargué una urna porque no quiero que me entierren, y lo dejé todo pagado para no dar la lata a nadie. Con esto quiero decir que dentro de esta historia tremenda nunca he estado lamentándome. Yo arreando con las carretas como se suele decir».

Han pasado ya casi tres años desde aquel momento e Isabel está «estable» dentro de su delicada situación. «Los tres tumores de la cabeza se han cicatrizado y de la glándula suprarrenal no noto nada, aunque siempre estoy temblando de que me dé un cólico nefrítico o alguna historia de esas», explica. También ha dejado atrás la medicación, más allá de la pastilla para dormir y tomarse la tensión por la mañana y por la noche, «tres veces con intervalos de 5 o 10 minutos». Y cada cuatro meses «la revisión, porque la resonancia de la cabeza ya no me la hacen. Solo escáner, análisis y la visita a la oncóloga, la doctora Elejoste».

La donostiarra recibe ahora en su casa la visita de una fisioterapeuta dos veces por semana con la que trabaja el equilibrio o la fuerza. «Hacemos de todo y acabo baldada. Que si tumbada en el suelo levantando el brazo derecho y la pierna izquierda, que si ejercicios con gomas, subir y bajar escaleras...», explica mientras ejemplifica en la consulta del ambulatorio alguno de los entrenamientos que realiza en casa. «Ahora me duele la rodilla de la gimnasia que hago.A veces pienso: 'esta me quiere llevar a los Juegos Olímpicos o al Circo del Sol'», bromea.

«A mis familiares les dijeron: 'pasen a despedirse que se muere'. Pero aquí sigo, ni me creo que esté durando tanto»

Los días que no le toca entrenamiento «me cito con mis amigas en la zona del campo de rugby de Bera Bera». También baja «a por el periódico, la pescadería, la carnicería o al supermercado» a hacer los recados «y luego vuelvo pronto a casa a comer y ya no salgo más».

Isabel termina la revisión con su enfermera de referencia en AtenciónPrimaria pero no sin antes hacer un alegato a la «naturalidad» a la hora de hablar de la muerte. «Si me ingresan y me muero pues me muero. Que me seden y punto redondo. Ya está. Hombre, quisiera durar un poco más evidentemente, me quedan muchas cosas por hacer, pero seis años ya... Yo creo que he tenido suerte», finaliza antes de abandonar la consulta.

4.623 pacientes en Gipuzkoa

Isabel es una de las más de 4.500 personas que recibieron el año pasado cuidados paliativos en Gipuzkoa, aquellos que buscan mejorar la calidad de vida y autonomía de pacientes con enfermedades avanzadas, terminales o de agonía, ofreciendo atención integral y personalizada (abarca aspectos físicos, emocionales, sociales y espirituales).

Durante 2024, en Gipuzkoa 4.623 personas necesitaron cuidados paliativos, proporcionados por las Organizaciones Sanitarias Integradas de Bidasoa, Debabarrena, Debagoiena, Donostialdea, Goierri-Urola Garaia y Tolosaldea. Se trata de personas de cualquier edad con enfermedades como cáncer, cardiopatías, enfermedades pulmonares, insuficiencia renal, demencia, VIH/sida u otras dolencias que requieren un nivel de ayuda adicional. El número de mujeres que reciben paliativos es mayor que el de los hombres y, por edades, los mayores de 75 años lideran la estadística con creces.

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