«Si no fuera por mi donante ya estaría muerta. Son las gracias infinitas»
Tándem contra la leucemia. Begoña Vilar, trasplantada de médula ósea y Javier Gómez, donante, cuentan su experiencia en un encuentro organizado por DV. En Euskadi, 770 personas se hicieron donantes en 2019 y se realizaron 59 trasplantes
El teléfono no suena y las noticias tampoco llegan. Soplas y soplas porque dependes de alguien compatible en cualquier parte del mundo para que tú ... puedas seguir viviendo. Y te entra pánico». Así vivió Begoña Vilar la espera del trasplante de médula ósea que le practicaron hace meses. A su lado le escucha emocionado Javier Gómez, madrileño de 29 años. Él cuenta su historia desde el otro lado, como donante, en un emotivo encuentro entre estos dos desconocidos para el reportaje. Conocer a Begoña y su contagiosa alegría de vivir le hizo sentirse aún más satisfecho de su donación. «Considero que ayudar es mi deber. Los héroes no somos nosotros como se suele decir, sino todas las personas como Begoña, que luchan cada día contra su enfermedad», asegura este joven. Desconoce a dónde fueron a parar sus células (las donaciones son siempre anónimas) pero tampoco le importa. Lo que le preocupa es «saber si mi receptora se encuentra bien».
El número de donantes de médula ósea que aportó Euskadi en 2019 al registro mundial fue de 770 personas y actualmente hay inscritos un total de 14.709 de los 33 millones que componen el registro internacional. Entre esa diversidad genética y desafiando a millones de combinaciones posibles, encontró su donante Begoña, donostiarra de 57 años a quien le diagnosticaron leucemia mieloide aguda en septiembre de 2018. Tras una «tralla» de sesiones de quimioterapia los médicos convinieron en que lo mejor para combatir la enfermedad, «para no morirme», expone sin miramientos, sería un trasplante de médula. «El diagnóstico fue un 'shock'. Tenía el 77% de células cancerígenas en sangre y había que ingresar ya. Lo primero que hice fue realizar unas llamadas a proveedores para cancelar el género de la mercería que regentaba en Bidebieta, porque tuve que bajar la persiana ese mismo día. Después fui a cortarme el pelo casi al cero y me dije: adelante, no tengo miedo al dolor ni a las secuelas físicas. Seguí peleando y me comí otros 30 días de aislamiento hasta que apareciese el donante».
«Me gustaría saber si la persona que recibió mi donación se encuentra bien»
JAVIER GÓMEZ
«El proceso no duele nada, lo molesto es la medicación de los días anteriores»
JAVIER GÓMEZ
Los médicos empezaron a buscar en su entorno familiar, primero le hicieron las pruebas a su único hermano con el que podía haber un 25% de posibilidades, pero «no resultó y fue un palo. La mayor de mis hijas, Cristina, que es donante de médula ósea desde los 18 años y mi otra hija, Raquel, que se ha hecho a raíz de mi enfermedad, tampoco eran compatibles», cuenta esta mujer y añade en este sentido que «existe una confusión muy grande. La gente se piensa que por ser familiar tienes más compatibilidad y no es así. Las posibilidades son muy pocas. Yo tranquilizaba a mis familiares y les decía que ya aparecería alguien aunque también era consciente de que hay muchos pacientes que llevan años esperando y no encuentran a nadie compatible».
Pero un día sonó el teléfono. Había un donante para Begoña. «Fue desgarrador y un subidón. Lloré como no lo había hecho antes, se te olvida por todo lo que has pasado. Aquel día estaba en mi casa, sin pelo, con el morro pintado y feliz», relata con voz ronca. Le cuesta horrores describir lo agradecida que se siente y no para de recordarse que «gracias a esa persona tengo la posibilidad de seguir viviendo. Son las gracias infinitas. Los que donan no se dan cuenta de lo que realmente hacen con su gesto. Si no fuera por mi donante yo ya estaría muerta. Te dan la vida, sin ellos no hay mañana», relata conmovida. Confiesa que suele pensar mucho en su donante y hasta se lo ha imaginado en la cabeza. También rememora con nitidez el día del trasplante. El procedimiento fue sencillo -«es simplemente una transfusión»- sin embargo los planes no salieron como se esperaba. «No tuve éxito al 100% y estuve al borde del rechazo muchos días. Necesité 21 transfusiones de sangre porque no daba la vuelta y he de dar las gracias a los donantes de sangre también, esto al final es una cadena». Afortunadamente el trasplante empezó a funcionar más tarde. «Lo mío son todo batallas que voy ganando despacito», se sincera esta mujer, que saca fuerzas para insistir en la necesidad de la donación.
«No cuesta nada»
El caso de Pablo Ráez, deportista español que padeció leucemia y conocido por su defensa de la donación de médula ósea, sacudió conciencias y es por lo que el madrileño Javier Gómez se hizo donante. Primero lo fue de sangre, «porque me parecía que era un gesto bonito y sentía que era mi deber. Un día en la tele escuché el caso de Pablo, que se podía donar médula y me acerqué al Centro de Transfusión de Madrid a informarme, ya hará dos años. Vi que era casi como donar sangre, que no costaba nada y que era muy complicado que me llamaran. Pero hace un mes recibí la llamada de Madrid. Habían encontrado compatibilidad con una persona enferma que necesitaba un trasplante. Yo por aquel entonces residía en San Sebastián así que acudí al Hospital Donostia. Me realizaron un chequeo completo, me sacaron 11 tubos de sangre, me hicieron una placa y un TAC». Cuando este joven pasó a una sala a la espera de los resultados rompió a llorar. «Me impactó el entorno, de hecho me tuve que salir. Me daba rabia ver a la gente pasándolo mal y lo que me chocó es que los pacientes sonreían a pesar de su enfermedad. Dicen que los que donamos somos héroes pero los verdaderos héroes son ellos, que luchan cada día por salir adelante», expresa.
«El día que encontraron un donante para mí estaba en casa, con el morro pintado, sin pelo y feliz»
BEGOÑA VILAR
«La gente piensa que con un familiar tienes más compatibilidad y no es así para nada»
BEGOÑA VILAR
El pasado diciembre realizó la donación, para lo que días antes tuvo que medicarse. Reconoce que el efecto de las inyecciones son un poco molestas. «La médula empieza a trabajar como una bestia a producir células y duelen las articulaciones. El dolor es parecido a una gripe, pero soportable. No quiero ni imaginar lo que pueden llegar a sufrir todas las personas enfermas de cáncer». El procedimiento, que duró una hora y media aproximadamente «no duele nada, hasta estuve viendo la tele de mientras. Me pusieron una vía en cada brazo y una máquina iba dividiendo la sangre, para sacar las células», cuenta esperanzado por que la persona que reciba su donación pueda salir adelante. «Nunca se llega a conocer al receptor pero las enfermeras me dejaron un 'post-it' en la camilla que ponía: 'De Madrid a Donostia… De Donostia al mundo' y me imaginé que sería extranjero», cuenta este joven, que aprovecha para animar a donar «todo el que pueda porque no cuesta nada y contribuyes a salvar vidas».
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