Esclavitud: historias y genes
La cruel historia de la trata de esclavos es estremecedora
La esclavitud es una institución social vergonzosa e infame. Pese a ello, ha estado presente en todas las civilizaciones, con matices. Se han encontrado tablillas ... datadas en el 3000 a. C con signos que significaban esclava. Su universalidad hizo pensar al propio Aristóteles que algunos seres eran esclavos «por naturaleza». En el siglo III, Roma compraba miles de esclavos al año a la vez que otorgaba la ciudadanía romana a habitantes de territorios conquistados. La navegación atlántica agudizó la crueldad de la esclavitud. Cuenta S Sebag Montefiore en su monumental 'El mundo' que, en 1444, llegaron unas carabelas al Algarve con 225 esclavos bereberes y negros para trabajar en los campos de cacao de Madeira. El duque de Viseu, los exhibió y separó las familias.
La Monarquía Hispánica consideró súbditos a los indígenas de la recién descubierta América y no fue esclavista en el sentido de ir a buscar esclavos a Africa como hacían otras potencias europeas (E Vila, investigadora del CSIC). Los indígenas trabajaban para los colonos a cambio de formación y un trato digno, pero muchas veces lo hacían en condiciones de semiesclavitud. La rápida merma de la población indígena, debida a los abusos por parte del poder y a las enfermedades llevadas desde España, cambió la ruta y el destino de los esclavos africanos de las cortes y las casas ricas europeas a las plantaciones de algodón, tabaco, café y cacao americanas.
El primer barco negrero llegó a la bahía de Massachusetts en 1638 y, según el gobernador J Winthrop, transportaba «algo de algodón y tabaco, negros, etc». En el Code Noir francés, los negros eran inventariados como ganado. Los barcos esclavistas siguieron con su tenebrosa labor hasta bien entrado el siglo XIX. Se calcula que 12 millones de africanos fueron transportados contra su voluntad a colonias españolas, a Brasil y a los estados sureños de Estados Unidos (EEUU) y que en la travesía perecieron al menos 18 millones de personas (según autores pudieron ser 65 millones) por patologías causadas por la penuria y el tormento que soportaron. España se convirtió en tardía tratante de esclavos para explotar las plantaciones de caña de azúcar de Cuba que era una potencia mundial.
A Mateo-Sagasta lo describe con crudeza en su novela 'Mala Hoja'. Estas escenas llenas de crueldad y avaricia ilustran lo que fue el esclavismo y el infortunio de Africa por ser su epicentro. Lo más triste y trágico de todo es que, tal y como cuenta Kapuchinsky en su conmovedor 'Ebano', los africanos se avergüenzan de este pasado. Algunos descendientes de esclavos se propusieron esbozar sus árboles genealógicos. A Haley fue uno de ellos. Su novela y posterior serie televisiva 'Raíces', tuvieron un impacto intenso y positivo porque hasta entonces se leían y se veían relatos dulcificados. Los estudios genéticos de restos óseos encontrados en enterramientos en islas caribeñas o lugares del sur de EEUU han permitido rastrear su origen hasta regiones de las actuales Camerún, Ghana, Nigeria, Congo, Guinea y Gabón. La situación no fue igual en todos los países. Un análisis del genoma de 50.000 descendientes de africanos encontró que la proporción de genes africanos era menor en los países que fueron colonias españolas o portuguesas, a pesar de que acogieron al 70% de los esclavos.
La causa está en las prácticas de las élites. En EEUU los propietarios procuraban que sus esclavos tuvieran muchos hijos para mantener la fuerza laboral y la segregación racial prosiguió durante muchos años. Además, había muchas mujeres europeas. En cambio, en el sur existía una política de mestizaje que contribuyó a la dilución genética. Ahora bien, las prácticas tenían un componente machista y racial: había pocas mujeres europeas y los hombres europeos mantenían sexo con las mujeres africanas. La élite criolla requería «limpieza de sangre» y se enorgullecía de su blancura, pero normalmente era de raza mixta, lo que propició la fijación de categorías raciales como mestizo, mulato, sambo, pardo o cuarterón. Todo muy penoso y desolador.
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