Rosalind Franklin, la científica que mereció el Nobel
El trabajo de la investigadora inglesa resultó vital para el descubrimiento de la estructura del ADN, pero ser mujer le privó del prestigioso premio
En tiempos de coronavirus, en los que tantas veces se dedica la palabra agradecimiento a las personas que están dando la batalla en primera línea, ... muchos han caído por primera vez en la cuenta de la importancia de garantizar la ciencia y la investigación para intentar atajar crisis como la causada por el Covid-19. Y nos viene a la memoria el trabajo de científicos que fueron capaces de cambiar el rumbo de la historia. Personajes que contribuyeron al impulso y a la renovación del conocimiento. Un mundo de hombres en el que a lo largo del último siglo también algunas mujeres brillaron con nombre propio. Como Rosalind Franklin, a cuya figura dedicó la Universidad del País Vasco el Día de la Mujer el pasado día 8 de marzo.
La británica Rosalind Franklin (1920-1958) descubrió la estructura de la vida. Su trabajo hizo posible uno de los descubrimientos más importantes del siglo XX, en particular en Biología y pudo clarificarse la estructura de doble hélice del ADN, básica para la comprensión de la vida. Ella fue una de esas científicas castigadas sin Nobel y cuyo trabajo quedó sin el reconocimiento que merecía. Y constituye un claro ejemplo de que las mujeres dedicadas a la ciencia han sido sistemáticamente olvidadas por la historia.
Utilizando la técnica de difracción por rayos X, Franklin capturó la foto que demostró que el ADN era una doble hélice. No obstante, fueron James Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins quienes se llevaron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1962 por sus descubrimientos. Un cáncer de ovario había acabo con Rosalind cuatro años antes, con apenas 37. Se especula que la enfermedad se la provocó la exposición a la radiación que sufría en su trabajo.
(LAD)Superar barreras
A esta británica de Londres le interesó la ciencia desde muy niña. Sin embargo, su vida estuvo llena de barreras que tuvo que ir superando para poder dedicarse a ella. Rosalind Franklin nació en el seno de una familia judía de buena posición económica. Desde muy pequeña, mostró mucho carácter y una brillante actitud para estudiar, y ya sobresalió en muchas materias, entre ellas, las ciencias. A los quince años decidió estudiar una carrera universitaria, algo muy poco frecuente en aquellos tiempos.
Rosalind aprobó el examen de ingreso en el Newnham College de Cambridge, lo que supuso una crisis familiar, ya que su padre no veía con buenos ojos que una mujer estudiara en la universidad. Pero tenía dos mujeres a su favor. Tanto su tía como su madre le apoyaron. Y a los 18 años aprobó el ingreso en Física y Química para entrar en Cambridge, el mejor centro de Inglaterra para estas disciplinas. Allí había estudiado Newton y se había fundado el Laboratorio Cavendish. Un año antes, con 17, escuchó fascinada a Albert Eisntein... y tuvo claro a lo que se iba a dedicar.
Franklin se integró enseguida en la dinámica del centro e ingresó en los Archomedanas, una sociedad que impartía conferencias sobre temas de vanguardia en las matemáticas. Fue entonces cuando conoció al profesor William Lawrence Bragg, ganador en 1915 del premio Nobel por demostrar que los rayos X permitían descubrir la estructura de los cristales. Así Rosalind toma contacto con la cristalografía. En 1942 obtuvo un puesto de ayudante en un organismo británico dedicado a la investigación sobre el carbón y sus derivados –un combustible de gran protagonismo y trascendencia en esos años, en plena II Guerra Mundial–, estudios que sirvieron para la fabricación de máscaras antigás. En esta época, Rosalind se independiza de su familia y se va a vivir a un piso de alquiler.
Cuatro años más tarde, en 1946, toma la decisión de salir de Inglaterra para conocer otras ciudades. Llegó a París y una amiga le ayudó a conseguir trabajo junto a Marcel Mathieu, que gestionaba un centro de investigación. Allí Rosalind desarrolló técnicas tan innovadoras como relevantes para su futuro, entre las que destacan las de difracción de rayos X, llamada también 'cristalografía de rayos X'.
(LAD) Una gran oportunidad
En 1951, regresó a Inglaterra como investigadora asociada en el laboratorio de Juan Randall en Cambridge. Para Franklin era la gran oportunidad de aplicar sus conocimientos a la biología. Fue allí donde su trayectoria se cruzó con Maurice Wilkins, que había sido el primero en reconocer los ácidos nucleicos y no estaba dispuesto a que Rosalind fuese su competencia. Con James Watson había coincidido en la universidad. En ese momento se conocía la forma deshidratada de la molécula, la que no sugería una forma helicoidal. Pero ella pulverizó los argumentos de todos sus colegas y en 1952 logró con el difractómetro de rayos X, fotografiar la cara B del ADN hidratado, la famosa Foto 51, la columna vertebral del ADN.
Pero a espaldas de Franklin, Wilkins le enseñó a Watson las fotos decisivas que ésta obtuvo del ADN. La prestigiosa revista 'Nature' publicó en 1953 tres artículos de los grandes hallazgos. El primero, firmado por Crick y Watson, la estrella de la revelación del descubrimiento científico, la estructura del ADN; el segundo fue un artículo de Wilkins, y el tercero, el de Rosalind.
Cinco años después, Franklin murió con 37, sin llegar a saber hasta qué punto el trabajo de Crick y Watson había dependido de su investigación. En 1962, ambos recibieron el premio Nobel de Medicina por su investigación sobre la molécula del ADN. Molestó a muchos que no se nombrara a Rosalind Franklin, cuyo aporte dotó de base científica al modelo de Watson y Crick. Se justificó entonces que no se podía conceder el premio a una persona fallecida y que fue excluida de la terna desde el comienzo. Nadie se acordó de ella y ni siquiera se le mencionó.
A día de hoy, su legado científico se considera vital para el desarrollo de la medicina moderna, y sus descubrimientos en materia de virus quedan como un beneficio para la humanidad.
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