«Ama, ¿por qué han matado a tanta gente en París?»
Hablar a los hijos con franqueza sobre las masacres y desastres naturales les ayuda a evitar miedos irracionales y les permite crecer como seres humanos
Fermín Apezteguia
Domingo, 22 de noviembre 2015, 08:39
Los hijos no viven en una burbuja de cristal. Por mucho que sus padres intenten protegerles y les eviten toda información sobre masacres como la cometida hace una semana en la capital de Francia o unos díoas en Malí, al final acabarán sabiéndolo y les provocará un atragantamiento innecesario en mitad de la cena. En el momento más insospechado, lo soltarán: «Ama, ¿por qué han matado a tanta gente en París?». Siempre acaban enterándose de lo que pasa, porque su mundo es el mismo en el que viven sus padres, aunque las esferas de unos y otros sean radicalmente distintas. La ocultación de la verdad puede ser perjudicial. En cambio, la información bien servida puede prepararles para la adversidad y hacerles «más grandes como personas».
La única violencia que, por suerte, conocen los chavales de hoy es la que les llega a través de los dibujos animados y las series de televisión. No han vivido una guerra o una dictadura como les tocó a sus abuelos, ni han tenido que sobrevivir con la permanente amenaza del terrorismo como lo hicieron sus padres. De pronto, un comando yihadista tiñe de rojo la noche parisina y el mundo de bienestar se rompe sobre sus cabezas. «¡Aita, ya no quiero ir a Disneyland!», lanza el más pequeño. «¿Pero podemos ir tranquilas a la discoteca?», pregunta la adolescente de la casa. «¡Lo que hay que hacer es no dejar que entren más musulmantes en Europa; y punto!», sentencia el mayor. Tres comentarios distintos para un mismo sentimiento: confusión y miedo.
Atentados, accidentes aparatosos y catástrofes naturales sitúan a niños y adolescentes cara a cara frente a sus mayores temores. En realidad, a los responsables de su educación, que son los padres, muchas veces les pasa lo mismo y no siempre saben cómo responder las dudas de sus chavales, que son también las de ellos. «La tarea de los cabezas de familia es explicar a los hijos que la vida es un camino de obstáculos, de situaciones muchas veces inesperadas y dolorosas, que les ayudarán a crecer como personas», explica el psicólogo Benjamín Ballesteros, de la fundación ANAR de ayuda a niños y adolescentes en riesgo.
Sin motivos para el miedo
La organización, movida por «el interés de sacar algo útil de los últimos atentados» en la capital gala y en Malí, ha elaborado una guía sobre cómo hablar a los hijos sobre un suceso trágico. «Lo ocurrido puede servirnos para superar muchos miedos y para hablar sobre cuestiones que están de actualidad, como la solidaridad entre las personas y también entre los distintos pueblos o religiones», añade el experto.
La primera consideración que debe tenerse en cuenta al intentar responder a los hijos es su edad. No debe ocultárseles la verdad, pero la información debe ajustarse a su capacidad de comprensión y tener en cuenta la facilidad de asombro, especialmente de los más pequeños de la casa. Por este motivo, el lenguaje utilizado debe procurar evitar el abuso de adjetivos, de descripciones demasiado exhaustivas y de comentarios poco reflexionados o impulsivos, no vaya a ser que en lugar de tranquilizarles les asustemos más.
El momento ideal para hablar de la diversidad humana
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El mundo ha evolucionado a velocidades tan diferentes en los dos últimos siglos que conviven en él desde tribus muy primitivas a gentes que no saben sobrevivir sin un teléfono de última generación. El radicalismo yihadista puede servir como excusa a los padres para abordar la diversidad humana. La forma de entender la vida en los países del ámbito musulmán es muy distinta a la de Oriente; y muy diferente también a la de Occidente, que en muchos aspectos ha cambiado como de la noche al día en los últimos 50 años. El mensaje de los padres para sus hijos, según la fundación ANAR de ayuda a niños y adolescentes en riesgo, es que todas las creencias pueden ser válidas, con la salvedad de las que generan dolor a las personas. «La violencia indiscriminada no se justifica de ningún modo y el hecho de que la practiquen algunos miembros de un colectivo no sirve para condenar al conjunto de ese colectivo», explica el psicólogo Benjamín Ballesteros. Dicho de otro modo, ser musulmán no significa pertenecer al Estado Islámico.
El objetivo número uno de una acción terrorista global como la de los últimos días no es acabar con la vida de un número determinado de personas, sino sembrar temor e inseguridad entre los supervivientes. Quizás, por este motivo, ése deba ser el eje sobre el que pivotar la conversación con los hijos. Desde un punto de vista «operativo, si tenemos miedo, los malos nos han ganado y no podemos dejar que eso suceda». Desde un punto de vista más práctico, no hay razón para tener miedo.
Habría que explicar a los hijos que el riesgo de que le asesinen a uno existe, pero que es muy muy pequeño. Vivimos, de hecho, en la época de la Historia y en uno de los lugares del mundo con más seguridad ciudadana. Si se analizan con frialdad las causas más comunes de fallecimiento en los países occidentales, las muertes violentas aparecen en el último lugar de la tabla.
Tu casa es más insegura
Lo normal es que uno se muera de un infarto, un ictus, de cáncer, de una demencia, una neumonía, un accidente de tráfico... No hay por qué tener miedo a ir a una discoteca, porque según las estadísticas es mayor el riesgo de que uno se suicide que el de ser acribillado a balazos por un comando yihadista. «Curiosamente, el lugar donde más seguros nos sentimos es nuestra casa, pero el hogar es el espacio donde sufrimos los accidentes más graves: la gente se abrasa con la olla express, mete los dedos en el enchufe, se cae por las escaleras...», reflexiona Benjamín Ballesteros.
Tampoco debe sentirse vergüenza por que los chavales vean llorar a sus padres ante la tragedia. Los hijos aprenden de las conductas de sus padres, más que de sus discursos. Aunque disimulen con gestos de todo tipo, la contemplación de la humanidad de sus progenitores también les hace a ellos más humanos. No hay por qué mostrarse omnipotente. Al contrario, un acontecimiento que conmociona a la humanidad resulta la ocasión perfecta para hablar de la solidaridad colectiva y de poner de manifiesto el valor de términos que son más que palabras. Paz, amor, igualdad, diferencia, raza, sexo, religión, solidaridad, libertad...