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Por una vez, el público da la espalda al mar y se centra en la grandísima pantalla.

Una película en la playa, con o sin sirimiri

Numerosas personas se reúnen a diario en Ondarreta para ver cine en pantalla gigante, una costumbre que se recuperó la pasada Semana Grande tras años de parón

ÁLVARO REINA

Viernes, 19 de agosto 2016, 10:09

La arena de Ondarreta se convierte durante la Semana Grande en un enorme patio de butacas. Desde el lunes hasta el viernes, la bahía puede escuchar las risas de niños y adultos a partir de las 23:15. Es a esa hora cuando la playa deja a su espalda la clásica estampa de la isla de Santa Clara y se centra en una enorme pantalla al lado del tenis.

Aún humea la zona de lanzamiento de los fuegos, y muchos de los admiradores que han acudido a la playa del Antiguo a deleitarse con las luces no se retiran. En la oscuridad de la noche donostiarra, el cine para todos los públicos tiene su hueco. Títulos como 'La oveja Shaun: la película' o 'Zipi eta Zape eta kanikaren kluba' garantizan la diversión de los niños, y las comedias 'No controles', 'Bienvenidos al Sur' y 'Dios mío ¿pero qué te hemos hecho?', buscan la risa del público adulto también.

El centro del 'palco' es el territorio de los niños, una marea que no para quieta, por lo inusual de un cine de verano, pero que tampoco pierde detalle de lo que pasa frente a ellos. Al acabar las proyecciones, muchos ya no tienen fuerzas para nada, y son entonces los padres los que cargan con ellos en volandas, o en cochecitos los más afortunados. Y son esos mismos padres los que traen el avituallamiento de la tropa. Lo más habitual es el bocadillo de tortilla, pero también asoman de las bolsas botellas de agua y refrescos para los pequeños, así como latas de cerveza para los mayores. Los menos espabilados se dan cuenta tarde del florecimiento aquí y allá de numerosos cucuruchos de palomitas que parecían no tener origen. El 'culpable', una carpa de Super Amara que nutre de estas golosinas a los espectadores a lo largo de toda la velada. Se ve una bota de vino, «para cuando haga frío», dicen, y empanadas, unas caseras y otras compradas casi de camino para la ocasión.

También aitonas y amonas -y quienes todavía no lo son- recordaban con cariño las veces en las que acudían, hace años, a las películas de Ondarreta. Muchos traen sillas plegables que han tomado prestadas a pie de playa, algunos las han usado para ver los fuegos, y en muy poco tiempo la 'sala' está dispuesta para que se levante el telón.

Porque esta es una tradición de años, perdida durante un tiempo y recuperada en la pasada edición de la Semana Grande. DV ha recordado filmes como 'Indiana Jones y la última cruzada' o 'Cinema Paradiso', pero al margen de títulos, lo que sí se ha mantenido es la presencia de al menos una producción vasca -'No controles', de Borja Cobeaga, con actores como Unax Ugalde-, y vuelve a introducir la animación.

Silencio, se disfruta

El ambiente cambia a medida que la película avanza. Todos, grandes y pequeños, llegan con ilusión a una actividad poco frecuente, y se van sentando poco a poco. Los que tienen menos ganas de arena se aprestan a tomar las pasarelas que bordean la playa, mientras que los menos melindrosos, o los que sencillamente llegaron más tarde, se sientan donde pueden. Se pide a los más ansiosos que se sienten, porque las barreras son una buena barandilla, pero todo el mundo quiere ver. Empieza la presentación de la película. Silencio. Las primeras escenas hacen olvidar el paisaje, la brisa y el gentío, o puede que sea eso lo que anima a disfrutar del momento.

Hacia la mitad del largometraje empiezan los primeros cabeceos infantiles. No porque la selección no haya sido buena, sino porque son las doce de la noche de unos días en los que San Sebastián exige mucho a todos los que disfrutan de la Semana Grande. No pasa nada. Empiezan a aparecer las mantas, y sigue el espectáculo entre madres con las piernas dormidas y niños dormidos enteros. En el momento en el que el guion gira, y se prepara el desenlace, no se mueve un alma. No hay risas, hay drama. Muchos ojos brillantes miran cómo se desgrana una historia que hasta hace un minuto era todo risas. Y de pronto, cuando todo parece abocado al desastre, viene el final, vuelven las risas -algunas menos, algunas más cansadas- y se levanta enseguida la sesión, que es hora de retirarse.

La lluvia ha amenazado varias veces la participación en el evento, pero finalmente la sangre no ha llegado al río, de momento. Apenas unas pocas gotas que no han asustado ni desanimado a ninguno de los muchos cinéfilos que querían pasar una noche agradable de cine en familia. Si bien ha habido unos débiles conatos de rebelión, las nubes siempre han terminado respetando al cine y finalmente han dejado un cielo tranquilo.

El cine es un reclamo turístico y cultural fundamental en Donostia, pero está claro que no es cuestión solo del Festival. Eventos como el cine de verano de esta Aste Nagusia en Ondarreta hablan de una ciudad en la que el séptimo arte no es solo una moda, sino una cultura arraigada, cuidada y floreciente. Que siga el espectáculo, que empiece la función.

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