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EL MUNDO INVISIBLE

Desde el Bule ·

Arantxa Aldaz

San Sebastián

Jueves, 15 de febrero 2018, 06:22

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La señora enjoyada que pasea a su perro invisible por la calle, una de tantas y geniales parodias que han dejado los carnavales de Tolosa, ... recuerda al mundo que no se ve. Pasar desapercibido suena a castigo en el reino de los selfies y del 'yo estuve aquí' como eslogan. La discreción ha pasado a ser una virtud infravalorada, al menos en esa vara de medir en número de seguidores y likes. La moda de los autorretratos desdibuja a menudo la realidad, una imagen que cada particular maquilla a su gusto para borrar las imperfecciones, y que suele contagiar también a la forma de enfocar hacia el exterior. Todo parece perfecto y hay quien vive feliz en el autoengaño. Bajo el riesgo de caer en una falsa apariencia, circula otra corriente esforzada en desmarcarse, convertida ya en otra postura social ante lo que nos rodea. Si fardar de las vacaciones requiere un esfuerzo en efectos especiales y filtros de Instagram, la declaración de intenciones a contracorriente no permite tampoco relajación y obliga a entonar el «yo no estuve allí» como defensa. Lo grave ocurre cuando no salir en la foto deja de ser una opción y se convierte en el verdadero problema del problema. La realidad invisible, más allá de la broma tolosarra, puede aplicarse a todo aquello que realmente existe pero que no se quiere mirar o, aún peor, lo que ni siquiera se es capaz de ver, una ceguera social difícil de reparar, cuyas consecuencias pueden sufrir desde colectivos ignorados a barrios y vecinos que no aparecen en las postales turísticas, pero que existen igual que el resto.

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