Cruzar el puente
Desde el Bule ·
A ambos lados del puente ocurren cosas. Y algunas son maravillosas. A cualquier hora del día hay tráfico, hay coches y hay motos. Hay gente, ... hay lloros y hay risas. Hay comercios abiertos, pero también los hay cerrados. Hay vida. Pasear de un barrio a otro tiene su gracia. Basta con darse una vuelta para ver dónde se concentra el mayor número de parques, dónde hay más turistas queriendo surfear la ola de su vida o cuáles son los adoquines más transitados por los jubilados, los eternos paseantes. Seguro que más de una vez se han fijado en esos caminantes tempraneros. Desde luego, verlos no tiene desperdicio. Acostumbran a ir en grupo y, entre zancada y zancada, van repasando la última hora de sus nietos. Que si ya comen más fruta, que si en el colegio le ha arañado a fulanito o que si en clase de piano ya ha tocado su primera partitura solo. También se cuentan, sin hablar más de la cuenta, el libro que están leyendo y después pasan al tema estrella: la gastronomía. No se duermen en los laureles. Al revés, van a paso ligero. Recorren sobre todo la costa. Normalmente les es suficiente con ir y venir desde el Tenis a la Paloma de la Paz. Aunque si están animados y por salir de la monotonía, igual cambian la ruta y se desvían hacia Riberas. Cruzan puentes sin pensarlo. Da igual que haga viento, llueva, o que el sol apriete. No suelen fallar. No sé si se habrán dado cuenta de que desde hace unos días algunos caminantes tempraneros están haciendo un alto en el camino en Sagüés para utilizar el nuevo parque. Pasan de una máquina a otra. Las prueban todas. Unos minutos en la de ejercicios articulares, otros en la de fuerza y, para terminar, la aeróbica. Después, continúan la marcha hasta que llega la hora de despedirse. Lo mejor de pasear por la ciudad es observar la vida que tiene y darse cuenta de que ya a casi nadie le molesta tener que cruzar el puente.
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