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La playa de Copacabana es escenario de las principales celebraciones de Río, como la Nochevieja.

San Sebastián... de Río de Janeiro

La tocaya brasileña de Donostia, la Ciudad Maravillosa, también ha celebrado la fiesta del patrón

JOAN ROYO GUAL

Jueves, 28 de enero 2016, 21:20

La playa de la Concha y la de Copacabana. El monte Urgull y el Corcovado. El verde brillante de los montes y el azul del océano. Los parecidos razonables entre San Sebastián y Río de Janeiro no se limitan sólo a sus bellezas naturales. Para empezar, las dos son ciudades tocayas. Aunque esto es algo que muchos cariocas desconocen, la 'Ciudad Maravillosa' se llama en realidad São Sebastião do Rio de Janeiro. Y tanto Donostia como su 'hermana tropical' han inaugurado un año que quedará marcado para siempre en su historia.

Es pronto por la mañana un domingo cualquiera en la playa de Copacabana, pero la curva de arena más famosa de América Latina ya está llena de bañistas. Uno de los miles de cuerpos que se tuestan al sol es el de Ana Iñarra, donostiarra asentada en Río de Janeiro desde hace casi tres años.

La historia de Ana es la de un amor a primera vista: «Vine por primera vez a Brasil en 2006. Aterricé y sentí que había llegado a casa. Fue una sensación muy clara. Hasta entonces mi vida transcurría muy normal, trabajaba en Barcelona como bailarina profesional y estaba muy ubicada. Pero fue llegar a Brasil y se me trastocó todo. A partir de ahí vine seis veces más de vacaciones. Hasta que llegué a Río y pensé: ésta es la ciudad». Ana confiesa a DV que no sabe muy bien qué la llevó a Río de Janeiro, pero tiene muy claro que se siente como pez en el agua. Quizá sea por las montañas verdes -aquí llamadas 'morros'-que rodean las playas, porque las islas Cagarras tienen un aire a la isla de Santa Clara, o simplemente por la propia cultura de mar que se respira en cada esquina de la ciudad.

«Son dos ciudades que giran mucho en torno a la playa. Aunque es diferente, aquí la playa hace la función de la plaza del pueblo, es el sitio donde no hace falta quedar y encuentras a los amigos. En San Sebastián están las termas de La Concha... y el paseo por la orilla, que es algo mítico. Allá lo de tocar la roca y dar media vuelta es algo muy gracioso, y aquí lo veo también, pero con la Pedra de Leme».

Las escenas de los pescadores trayendo pescado fresco a primera hora de la mañana o de surfistas corriendo descalzos sobre el asfalto en busca de la mejor ola son estampas comunes en las dos ciudades. El deporte, en una ciudad que será olímpica dentro de poco, es otro de los pilares de su idiosincrasia. Entre las miles de disciplinas que los cariocas practican al aire libre Iñarra comenta que hay un detalle que la transporta directamente a casa: «Veo a los remeros del Flamengo entrenando en la Lagoa y me acuerdo de las traineras. Allá en el País Vasco hay una afición terrible».

Pero no todo son coincidencias. La riqueza gastronómica de Euskadi está a años luz de la sencillez de la cocina carioca. Y la elegancia de las calles donostiarras tiene poco que ver con la jungla urbana de este otro San Sebastián, donde el caos reina en un delicado equilibrio que siempre parece estar a punto de saltar por los aires.

Sin embargo, no siempre fue así. Hubo un tiempo en que San Sebastián de Río de Janeiro intentó ser una urbe señorial e incluso era apodada la 'París de los trópicos'. Las ambiciosas reformas urbanísticas de principios del siglo XX dejaron amplias avenidas y bulevares ajardinados cuajados de imponentes palacios de inspiración europea. Las farolas, los carruajes, los sombreros de copa y los corsés -tan inapropiados para una ciudad que fácilmente rebasa los 40 grados- poblaban las calles de aquel Río elegante e imperial.

Apenas queda nada de eso. La especulación inmobiliaria y la dejadez institucional convirtieron en escombros cientos de joyas arquitectónicas. Hoy solo sobreviven algunas excepciones, como el Teatro Municipal, la Biblioteca Nacional o el hotel Copacabana Palace, símbolo de la 'Belle Époque' y del descubrimiento de la playa por parte de las élites locales. «Es curioso porque cuando ves fotos del Río antiguo parece una foto de San Sebastián. Es exactamente igual. Es como si San Sebastián conservara todo el esplendor que le quitaron a Río. El antiguo paseo marítimo de Copacabana era como la zona del María Cristina, el María Eugenia, el antiguo edificio del Kursaal... San Sebastián mantiene todo lo que destruyeron en Río».

Pasión por la fiesta

Algo que la ciudad brasileña sí ha sabido conservar, y de qué manera, es la pasión por la fiesta. Haciendo de la alegría una filosofía de vida los cariocas han aprendido a sobreponerse a las dificultades de un día a día en muchas ocasiones ensombrecido por la violencia. El Carnaval es la expresión más evidente. En Río de Janeiro no hay gitanos venidos de Hungría, pero sí un Rey Momo que 'gobierna' la ciudad durante los días en los que la regla es el desgobierno.

Iñarra conoce bien el Carnaval. En Barcelona daba clases de samba y al llegar a Río de Janeiro de las primeras cosas que hizo fue apuntarse a una escuela de samba para desfilar en el Sambódromo. «Ese año tuve que ensayar muchísimo y lo pasaba fatal cada vez que iba a la sede de la escuela porque tenía que atravesar una zona muy peligrosa. Pero valió la pena. La experiencia fue alucinante, pero es mejor aun cuando entiendes un poco de qué va el Carnaval. Eso sí, es gracioso porque mi asignatura pendiente ahora es desfilar en la Tamborrada», comenta divertida. Las escuelas de samba son como los equipos de fútbol: hay que tener uno.

Cuando Ana llegó a Río escogió Mangueira sin saber muy bien por qué. Ahora asegura que es «portelense de coração», por el apego que siente por Portela, una de las escuelas con más solera. «A lo mejor es porque sus colores son el azul y el blanco y la Real siempre fue mi equipo de toda la vida», bromea.

Si en Donostia el sonido de los tambores es una suerte de preludio del Carnaval, en Río de Janeiro cada vez es más complicado definir cuándo se da el pistoletazo de salida oficial a la fiesta más loca del año. Desde finales de noviembre es común encontrar blocos (agrupaciones de músicos, principalmente de percusión) desfilando por las calles, aunque la verdadera cuenta atrás empieza ahora, justo después del día del patrón.

El 20 de enero es para los cariocas católicos una fecha importante, con la celebración de una misa solemne y una multitudinaria procesión. Pero no sólo es una festividad cristiana. La Umbanda y el Candomblé son las expresiones del sincretismo religioso que surgió en Brasil como resultado de la persecución a las creencias de los esclavos traídos de África.

Para los creyentes de estas religiones afrobrasileñas el 20 de enero es el día de Oxóssi, el orixá cazador, que representa la lucha y el esfuerzo del trabajo. También es la divinidad de los bosques, y su principal símbolo es el arco y las flechas. Por eso los estados del sur y centro de Brasil su figura aparece mezclada con la imagen católica del santo mártir católico, con su cuerpo atravesado de flechas.

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