De esta se sale jugando o no se sale
La Real gana al Mallorca 1-0 con gol de Oyarzabal, una actuación convincente y una apuesta por el fútbol antes que el tremendismo
En el peor de los mundos, cuando todo abocaba a una lucha sin más condición que buscar la victoria a toda costa, en un escenario ... en que el fin justificaba cualquier medio, la Real decidió salir a jugar a fútbol. Y, entonces, hubo esperanza.
Frente la tentación de buscar una salida del atolladero a la tremenda, como si todo pudiera resolverse con un arranque de furia en una sola noche, la Real eligió la templanza de quien sabe que para llegar lejos debe avanzar con pasos cortos y mirada larga. Que no solucionará su problema de un plumazo. Y acertó. La Real ganó al Mallorca (1-0, Oyarzabal) en un partido que, sin jugar a un gran nivel, dominó de cabo a rabo pero no sentenció, lo que le obligó a sufrir al final, aunque sin excesos.
Sergio Francisco, mantuvo al equipo en el que viene confiando, con un retoque, de calado, eso sí: sentó a Marín, titular indiscutible hasta ahora, y colocó por primera vez en el once a Carlos Soler, fichaje principal del verano. El valenciano se situó como volante por la izquierda y se buscó con Barrenetxea. Por ese flanco iba a llegar casi todo el peligro de la Real, como ese centro de Kubo a Aramburu que, a dos metros de la portería y con el meta batido, cabeceó tan mal que logró que el balón botara en el suelo antes de salir por encima del larguero.
Dos contraataques magníficos estuvieron en el origen de las otras dos grandes ocasiones del primer tiempo. La primera, cuando Sergio Gómez dobló por fuera a Barrenetxea a la manera clásica para poner un balón al desmarque donostiarra al primer palo, la suerte de la verdad para cualquier atacante. El meta del Mallorca, Leo Román, hizo un paradón. La segunda contra fue una maravilla de Oyarzabal, contracultural como todas sus mejores acciones.
El capitán se giró en la zona de tres cuartos y trazó una diagonal con el balón pegado al pie, mientras la grada gritaba desesperada que se lo pasase a Barrenetxea, el mejor del primer tiempo, que llegaba por la izquierda. Oyarzabal condujo, condujo y condujo con el griterio en máximos, indiferente, para soltar el balón solo al llegar al borde del área y después de haber despejado de todo defensa bermellón el carril por el que se incorporaba Barrenetxea. Una jugada para enseñar en la academia. Cómo dar al compañero todas las ventajas. Que el donostiarra no las aprovechase es otra historia.
La primera señal de Sergio
Sergio Francisco, acosado desde todos los flancos, acababa dejar la primera señal de su perfil como entrenador. El empate a cero del descanso era poco, pero lo importante fue el camino que había elegido para llegar hasta ahí. Sin resto alguno de demagogia, dijo a la grada que no busque un héroe, porque no quiere ser un personaje trágico. No reaccionó a la presión con tremendismo: mandó a sus hombres a jugar a fútbol. En el mundo profesional, además de los conocimientos, la construcción del personaje público es esencial. Imanol dio en el centro de esa diana; este miércoles, Sergio Francisco trazó su primer esbozo.
El inicio de la segunda parte confirmó que la elección del entrenador de la Real está hecha: de este embrollo tremebundo se saldrá jugando o no se saldrá. Tan evidente fue la intención de la Real y tan cierta su superioridad sobre el Mallorca, que el equipo dejó a los aficionados más fogosos sin opción de cantar el fatídico 'Equipo échale h...', que no provoca más que desgracias.
Marcó Oyarzabal al empezar. No por casualidad al culminar una triangulación entre Kubo, Barrenetxea y el capitán. Se juntan los buenos, pasan cosas: la ley del fútbol. Por primera vez en la temporada, después de 500 minutos de desesperación, por fin la Real se ponía por delante en el marcador. Ha tenido que pasar el verano y llegar el otoño para que suceda, así que casi pareció un milagro.
El gol no alteró el guion del partido, que era sólido. La Real siguió dominando y, sin que se pueda decir que hiciera un juego de altos vuelos, creando ocasiones suficientes para sentenciar. No lo hizo y, otro artículo de la ley del fútbol, se abocó a final de nervios, que alcanzaron su punto máximo cuando el árbitro Galech Apezteguía, navarro, vio penalti por unas manos de Barrenetxea, que descartó el VAR para evitar el posible empate y algún infarto en la grada.
Seguro de sí mismo, Sergio Francisco se permitió la excentricidad de sacar a Sadiq. Contra quién y contra el Mallorca, rival ante el que el nigeriano puso la primera piedra de las dificultades de la Real con aquella semifinal de Copa impresentable del delantero. Anoeta, como cabía esperar, le recibió con música de viento.
Por fortuna, la maniobra no fue a mayores. La Real siguió por encima del Mallorca y consiguió llevar el barco a puerto. Voltaire decía que la felicidad es una farola lejana en una calle oscura y Sergio Francisco, que es de Irun, conocerá a Voltaire. No hay lugar para los grandes sueños, es obligatorio ajustarse a lo que hay: la noche va a ser larga y puede ponerse aún peor, que diría Karmelo C. Iribarren. También dijo que enamorarse es fácil, lo realmente difícil es salir entero de una historia de amor. Pero se puede. La Real vuelve a jugar a fútbol.
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