El seguimiento a... Asier Illarramendi
Illarramendi: Se despide el que hace fácil lo difícilEl mutrikuarra acudió con puntualidad a buscar el balón en cada jugada antes de entregar para siempre el brazalete a Oyarzabal
Jugador de un talento especial para leer el juego y para estar siempre bien colocado, la despedida de Asier Illarramendi (Mutriku, 1990) en el ... minuto 62 de partido escenificó ayer el relevo en el vestuario de la Real Sociedad. Se marcha el capitán con el dorsal 4 a la espalda y coge el brazalete Oyarzabal con el 10. Ese sentido abrazo en la banda, con Imanol de testigo y otros 35.000 en la grada, cerró y abrió una nueva era. Un estupendo jugador como él no podía decir adiós a Anoeta sin una victoria y Asier tuvo la suya. Su día.
Se marcha quien nunca jugó para batir récords, sino por el placer de defender la camiseta de la Real. Normal que como todos celebrara por todo lo alto la clasificación para la Champions, un sueño imposible para aquella generación que devolvió al club a Primera, de la que ya no queda ninguno porque él era el último.
De Illarramendi se podría escribir un libro. Su legado trasciende lo futbolístico, porque su verdadero mérito ha consistido en recuperar unos valores que han permitido a la Real reencontrarse consigo misma y ser la que es actualmente. Él ha sido parte fundamental en este recorrido por más que hace diez años tomara la decisión de probar suerte en el Real Madrid.
Capitán del equipo y con una dilatada trayectoria a sus espaldas que comprende títulos como la Champions, el Mundial de Clubes, la Supercopa de Europa, la Copa del Rey y el Campeonato de Europa sub-21, su ascendencia en el vestuario va mucho más allá. No habrá otro como él. Diez temporadas y 253 partidos le avalan. Ha sido elegante hasta en su salida del club anteponiendo el grupo a lo individual, dejando paso a los jóvenes cuando podría seguir compitiendo por el puesto con ellos.
Como tantas veces, ayer Illarramendi asumió el papel de dirigir el juego frente al Sevilla. No desistió por las dificultades. Acudió con puntualidad a buscar el balón en cada jugada. Incluso cuando veía todos los caminos cerrados y decidía empezar de nuevo desde el principio, su suavidad y limpieza en la ejecución fueron bien comprendidos por la grada, entregada a su capitán. Todos los ojos estaban puestos.
No hay otro igual. Su visión de juego, su ritmo y la sencillez que aplica a todos los asuntos difíciles hacen de Illarramendi un tipo diferente. Es el que siempre enciende la luz en el centro del campo, el que equilibra los movimientos colectivos con su habilidad para hacer fácil lo difícil, el que consigue que la jugada siempre sea mejor cuando pasa por sus botas. En partidos cerrados, asfixiantes por su ritmo y su adrenalina, carentes de cualquier tipo de delicadeza, Illarramendi siempre ha sido un valor seguro, alguien en quien confiar.
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