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El fútbol es tan voluble porque la línea que separa el éxito del fracaso es muy fina, lo que nos hace vivir en el alambre. ... Si le añadimos que es un juego que levanta pasiones, el cuadro se pinta solo. Hace un mes, cuando Oyarzabal marcó el 1-3 en el Bernabéu en la semifinal de Copa, el precio de los vuelos a Sevilla y los alojamientos se disparó en cuestión de minutos. Luego llegó el gol de Rüdiger en la prórroga y el sueño, que fue tan real, se esfumó. Hace tres semanas, en la previa del partido del Mallorca, un periodista le preguntó a Imanol por las opciones de ir a Champions ¡Hace tres semanas! Hoy, todos renegamos del equipo...
Los últimos cuatro partidos han dejado helado al personal. Hay quien no recuerda la última vez que ha bailado el Dale Cavese en Anoeta, pero también es verdad que esta Real que está en la reserva después de afrontar la temporada más cargada de su historia ha sido capaz de empatar en las tres últimas jornadas contra el cuarto y el quinto jugando mal. Así que algo tendrá también.
Que el derbi fue una castaña lo vio todo el mundo. No hubo ni fútbol ni ocasiones y sí mucho miedo a perder por los dos equipos, fruto de sus propias limitaciones a estas alturas y sabedores de que un mal paso les podría llevar a la derrota. Nada nuevo en estos clásicos vascos que en los ochenta y noventa coleccionó empates sin goles en uno y otro campo. Como sería la cosa que hasta Clemente se plantó con el Athletic en Atocha y puso de central a su delantero, Loren, para marcar a Aldridge porque iba bien de cabeza. Por supuesto, el marcador no se movió y el partido fue un tostón, pero lo que importaba era ganar por encima de todo aunque el juego fuera rancio y plomizo. Si el cabezazo de Brais llega a entrar hoy estaríamos hablando de que la Real ocupa puestos europeos.
Porque apelamos al juego cuando nos interesa y siempre en función del resultado. No vi a nadie quejarse de la final de Copa ganada en La Cartuja al eterno rival, un encuentro calcado al del domingo con dos porteros que también fueron meros espectadores. Pero la Real sacó chispa de la calidad de Merino para inventar pases imposibles y de Portu para atacar el espacio y el resto es historia. Quedó como un ejemplo de cómo afrontar una final y mantener la portería a cero. Porque se ganó. Y es que como nos decía Lillo a los periodistas, somos profetas del pasado.
Llegados a este punto, y ahora que vienen mal dadas, se acusa a la Real de falta de carácter y agresividad cuando hace un mes en el Bernabéu presumíamos precisamente de eso. Lo que en mi opinión le falta es calidad en campo contrario. Donde antes jugaban Isak y Sorloth ahora lo hace Oyarzabal, donde lo hacía el eibarrés está Sergio Gómez, en la posición de Odegaard y Silva actúa el peor Brais de sus tres años en Donostia, y a Merino le ha sustituido Marín. Así de sencillo. Solo en la derecha se ha mantenido el nivel, ya que Kubo mejora a Portu o Januzaj, pero no es suficiente.
Este problema no es nuevo sino que se arrastra desde hace dos años con el adiós de Silva y Sorloth, el asistente y el goleador. En la primera vuelta del curso pasado se palió porque seguían Le Normand y Merino, por el subidón moral de la Champions, porque Kubo y Barrenetxea coincidieron en su mejor momento y porque Imanol encontró en Oyarzabal lo que no le daban André Silva, Sadiq ni Carlos Fernández. Pero a partir de enero de 2024 todo costó mucho más y solo hubo siete equipos que marcaron menos goles, entre ellos los tres descendidos. Esa falta de gol le impidió pasar a la final de Copa después de haberse traído un empate de Mallorca.
Hoy la situación es muy parecida, porque a pesar de la ausencia de Merino y Le Normand, la Real ha mantenido la puerta a cero en 20 de los 53 partidos. Entre la primera vuelta de Aguerd, el oficio de Zubeldia y Aritz, la irrupción de Martín y la consistencia de Remiro y Zubimendi, la defensa se ha sostenido. Pero arriba no ha habido manera porque los fichajes no han marcado la diferencia cuando antes sí lo hacían. Y no se trata de cambiar la filosofía sino de recordar lo que éramos no hace tanto.
El equipo que ganó la Copa fue una mezcla entre Zubieta –Oyarzabal, Zubeldia, Zubimendi, Le Normand, Gorosabel, Barrenetxea, Illarramendi...– y fichajes diferenciales como los de Remiro, Monreal, Merino, Portu, Silva e Isak. La receta de siempre. Lo mismo que en 2003 cuando casi se gana la Liga con un corazón de casa –Rekarte, Aranzabal, Xabi Alonso, Aramburu, De Pedro...– más Westerveld, Schürrer, Karpin, Nihat y Kovacevic.
Ahora la Real tiene una buena base sobre la que construir el futuro porque Zubieta fabrica jugadores más preparados que nunca. Que de las ocho incorporaciones que hizo en verano Aramburu, Martín y Marín sean las que mejor han rendido es el mejor ejemplo. Es precisamente ese nivel tan alto que da la gente de casa lo que hace que sea difícil fichar para un club con esta filosofía. En otros sitios se firma para construir un equipo, aquí para marcar diferencias. Y en los dos últimos años Traoré, Zakharyan, Tierney, André Silva, Becker, Odriozola, Javi López, Sucic, Sergio Gómez y Óskarsson no lo han hecho. Todos llegaron de equipos importantes y con buenas referencias, pero su calidad no se ha traducido en rendimiento. Al menos hasta ahora. Salvaría los seis meses de Javi Galán y la primera vuelta de Aguerd.
Para el verano hay mimbres para hacer un buen cesto, porque la Real es junto al Barcelona el equipo más joven de Primera y en un año que va camino de acabar en discreto, ha estado cerca de la final de Copa, en Europa le ha eliminado el United en octavos y en Liga pelea por el pasaporte continental. Pero sin refuerzos que marquen la diferencia no podrá volar tan alto como en los años anteriores. Invertir en talento futuro no está mal, es más, creo que es hasta necesario, quizás el problema haya sido poner todos los huevos en la misma cesta y buscar todos los fichajes del mismo perfil. El asunto merece una profunda reflexión porque los últimos mercados no le han salido nada bien.
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