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La suerte del Midtjylland no es la primera preocupación en Dinamarca estos días. En la crisis existencial que vive el mundo occidental, el país se ... ha convertido en la primera frontera desde que Trump anunció que quiere quedarse con Groenlandia. La isla es una nación dentro del reino de Dinamarca con estatus de país autónomo y no está dentro de la UE (como las Islas Feroe). Aunque hay un impulso importante de autodeterminación entre el pueblo groenlandés, Copenhague se ha plantado ante el afán expansionista del presidente americano. El lunes, en la cumbre que convocó Macron en París con todos los que cuentan en Europa se sentaba la presidenta danesa, Mette Frederiksen, en su nombre y en el de los países bálticos, fronterizos con Rusia. En ese clima, que el Midtjylland visite Anoeta no es la noticia del siglo.
En estos días de zozobra, amenazas, miedo y frío, ¿qué puede aportar el fútbol a la idea de Europa? ¿Puede hacer algo? Debe intentarlo. Las copas de Europa han sido desde el principio una expresión de la voluntad de progreso económico y social en un continente destrozado por la guerra. La de fútbol comenzó en 1955 y fue uno de los primeros signos de integración continental: dos años más tarde se firmó el Tratado de Roma, origen de la UE.
Como la reunión del otro día, se gestó en París. En diciembre de 1954, convocados por el diario L'Equipe, los mejores clubes se reunieron en el hotel Ambassador. El Real Madrid enseguida vio el potencial de esa competición. El Anderlecht –que en esta Europa League ha jugado en Anoeta– propuso que tuviera el formato de eliminatorias. En un continente dividido, la Copa de Europa saltó por encima del telón de acero. En su constitución participaron clubes del este, como el Dinamo de Moscú, el Partizan de Belgrado o el Sparta de Praga. Abrió un camino. El Dukla de la capital checa fue el primer campeón de Europa de balonmano. El ASK Riga soviético, de Letonia, inauguró el palmarés en el baloncesto en 1958. Con el paso del tiempo se fueron incorporando otras competiciones continentales de diversos nombres y formatos en todos los deportes, creando una red más extensa que los bloques, llevando la idea de progreso político, social y económico más allá de las fronteras y los muros.
Las copas de Europa fueron desde el principio bastante más que fútbol. Son la historia de los últimos 70 años, porque el deporte cuenta lo que pasa en el mundo: la dureza de las dictaduras ibéricas en los 50 y primeros 60 (Real Madrid y Benfica), el milagro italiano (Inter y Milán), los aires de libertad de los 70 en Holanda (Feyenoord-Ajax), la hegemonía de la economía alemana (Bayern) y la fuerza industrial inglesa (Liverpool, Nottingham Forest y Aston Villa), el canto de cisne de la Europa comunista con los títulos de Steaua de Bucarest (1986) y Estrella Roja (1991)...
La Dinamarca de la que llega hoy el Midtjylland se ha visto de repente en medio del escenario de tensión global. Un hecho clave, fundamental para comprender todo lo que está pasando en Europa, fue el sabotaje al gasoducto Nord Stream en septiembre de 2022. Las explosiones se produjeron en las profundidades del mar Báltico, al sureste de la isla danesa de Bornholm. A veces no se elige ser protagonista de la historia, es la historia la que viene a buscarle a uno.
Las copas de Europa se impusieron sobre los recelos entre países en un continente en ruinas. Todo fue posible, hasta que un equipo alemán, el Rott-Weiss Essen, jugase tan pronto como en 1955. Europa no es la decadencia que algunos tratan de vender, es un proyecto de éxito y futuro que las competiciones europeas han expandido desde Groenlandia al mar Negro, del Círculo Polar Ártico a Chipre. ¿Qué puede aportar el fútbol a la idea de Europa?
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