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La cooperación, como el trabajo en equipo, es uno de los tópicos más hipócritamente utilizados. Para ir directamente al grano, aclararé primero que debemos diferenciar ... tres niveles de cooperación: la nula, la falsa y la auténtica. Desgraciadamente, en una sociedad cada vez más individualista, son muchas las personas que, presas de las influencias excesivamente libertarias, olvidan que, incluso para ser más competitivos y ganar más, la cooperación con otros es determinante, y se hunden en una vorágine egoísta y excluyente, que los aboca a una suerte de esprint infinito contra todo y contra todos que, quizás con algunos logros puntales, siempre termina en ansiedad, frustración e insatisfacción. Esta es la cooperación nula, de la que cada vez más personas ni siquiera se avergüenzan. Luego está la falsa. La que se dice y de la que se alardea, pero sin que sea cierta.
Cualquiera dice fácilmente que él o ella coopera y que trabaja o juega en equipo, pero la mayoría de las veces no es cierto (al menos como yo lo entiendo). Suelen utilizar al grupo para sus intereses individuales, generalmente dando algo a cambio, pero con el objetivo individual por encima de todo, sea esto de manera consciente, o no. Esta falsedad se suele destapar con claridad en las malas, pero incluso en las buenas, todas las relaciones colaborativas por interés individual tienen límites muy evidentes, al menos para el ojo experto. Son colaboraciones (no cooperaciones) por interés, que pueden incluso funcionar, pero nunca superarán el umbral de los intereses individuales paralelos a la causa común.
Y finalmente está la auténtica. La cooperación suprema, cuya fuerza y grandeza deja pequeño a todo los demás. Cuando un grupo adquiere ese nivel y pone por delante el objetivo común –de verdad–, cediendo lo individual al servicio de lo colectivo, no solo se alcanzan metas mucho mayores, sino que, paradójicamente, cada miembro del equipo también acaba recibiendo una recompensa mayor. Aquí es cuando un grupo merece realmente llamarse equipo.
Ver a esta Real olvidando sus intereses personales y volcando todo al servicio del conjunto es un auténtico orgullo. Cuando se juega para el equipo de verdad, no se retiene tanto la pelota, los pases se dan más rápido, se cambia de sector con mucha más fluidez, todos tardan menos en acudir en ayuda de sus compañeros e incluso jugadores que marcan la diferencia dan juego mientras juegan y se puede percibir que para los protagonistas el hecho de quién termine metiéndola no tiene ninguna importancia.
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