En días como estos ni siquiera importa que se haya dormido poco y mal tras una noche de euforia. Todo parece bello. Dan ganas de ... abrazar a todo viandante anónimo. Y de sonreír, por supuesto. La Real vive días de vino y rosas. Primera vez en la historia del club que se enlazan nueve victorias seguidas. Lo mejor no es eso porque en el fútbol, como en la vida, se pueden conseguir las cosas de muchas maneras y la Real ha tomado un camino. Los jugadores de la Real pueden tener días mejores y peores, cometer errores evitables, sufrir algunos despistes propios de la juventud insultante de su plantilla o pagar caro, en ocasiones, su espíritu indomable. Aparte de ello, llevan encima una carga de partidos descomunal. Pero aún así nunca dejan de ser un equipo que juega muy bien al fútbol y cuyo terrible vértigo, ese fuego que tiene en el cuerpo, resulta muy complicado de contrarrestar por sus rivales. La última, en Vallecas. Una victoria que hay que se ensalzar como se merece. Y no nos referimos sólo a la importancia de los tres puntos para consolidar el tercer puesto sino al valor objetivo de ser capaz de ganar en Vallecas con mucha facilidad.
Parte de culpa la tiene Silva. Sencillamente, porque lo que está consiguiendo este canario de 37 años es extraordinario. Es el timonel de esta Real, en la que ha encontrado una tripulación entusiasta, feliz de cruzar a sus órdenes todos los ríos que hagan falta. Su influencia es grande. Es normal porque los jugadores únicos como él proyectan a su alrededor un campo magnético que no se desvanece hasta su retirada. Él podría ser un futbolista que no se sienten concernido por ninguna responsabilidad distinta a la que surja de su propio ombligo. Frente a esta clase de divos Silva es de aquéllos que no sólo se sienten obligados a transmitir su calidad como futbolistas sino también una serie de valores: generosidad, deportividad, solidaridad, sensatez, respeto... Y si ya concediera una entrevista...
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