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Durante mucho tiempo, Black & Decker fue el talabro más famoso del mundo. Perforaba las superficies más complicadas y resistentes. En la Real, ese taladro es ... Sheraldo Becker, capaz de demostrar en unos pocos minutos que el fútbol es muy fácil y que lo que ha valido toda la vida, jugar con extremos a pierna natural y veloces, sigue estando vigente hoy en día.
La Real ha llegado a marzo en la reserva. Quizás sea hasta lógico después de encadenar 17 partidos cada tres días desde Reyes. El once de gala de esta temporada está cascado, al menos varios de sus jugadores clave, y en la capacidad de refrescarles por otros con menos kilómetros en las piernas van muchas de las opciones de pelear la eliminatoria el jueves que viene en Old Trafford.
Un Manchester United lejos de su época gloriosa controló a una Real que durante la mayor parte del encuentro no ofreció su mejor versión. Onana era un espectador más y llegar a sus inmediaciones era poco más que una quimera. Una mano dentro del área de Bruno que solo apreció el VAR sirvió para igualar el gol anterior de Zirkzee. Pero las sensaciones no eran demasiado buenas. Hasta que en el minuto 80 entró al campo Becker por Kubo. Entonces, como por arte de magia, el equipo se vino arriba gracias a los cuatro centros que puso.
Cuando las piernas no responden a la cabeza por el cansancio, deconstruir el fútbol a su esencia es lo que mejor funciona. Y eso pasa por tener gente rápida y vertical por fuera. Al menos en una de las dos bandas. Becker, que es tan básico como vertical, revolucionó el partido. Un pase al espacio de Aramburu lo convirtió en el centro perfecto para Óskarsson, que ganó bien la espalda a De Ligt para anticiparse a Yoro. Le faltó colarla dentro y no meter la puntera con tan poca decisión. Porque el balón del neerlandés era un caramelo que no se podía desaprovechar.
Sus compañeros detectaron que se merendaba a Mazraoui en el duelo individual y después fue Brais el que le buscó para poner otra bola envenenada al área. De Ligt patinó solo del miedo a que le atacaran la espalda, aunque Óskarsson estuvo lejos en esa ocasión para inquietarle.
En el descuento puso otras dos buenas, una lanzada por Oyarzabal tras un córner en contra y otra tras recoger un centro pasado desde la banda contraria. Becker fue un soplo de aire fresco en un equipo agotado que hasta su salida solo veía sombras. Su presencia aportó la luz necesaria para creer en las posibilidades de superar la eliminatoria. Si hay jugadores que están mejor que otros hay que ponerles. Y Becker es uno de los que está pidiendo paso a gritos.
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