En aquella batalla también estuvo la Real
Le Normand, Oyarzabal y Merino cogen el testigo de Artola y Silverio, realistas que vivieron el nacimiento de la rivalidad entre España e Italia en 1920
Los enfrentamientos entre España e Italia son uno de los grandes clásicos europeos. Pocos partidos hay con mayor trascendencia en el continente. Y es que ... son 41 duelos los que han protagonizado en 104 años de historia desde que se vieron las caras por primera vez en los Juegos Olímpicos de Amberes en 1920. Ambas selecciones se conocen al dedillo y por eso cada vez que se cruzan en el camino saltan chispas. Lo demuestran las 31 faltas de anoche, el partido con más infracciones de la Eurocopa.
La historia de aquella primera aventura que dio origen a esta rivalidad mediterránea hace más de un siglo también tuvo su toque txuri-urdin porque la Real fue el equipo que más jugadores aportó a la selección junto con el Athletic y el Barcelona. El portero Agustín Eizaguirre, más Juan Artola, Mariano Arrate y Silverio Izaguirre fueron sus embajadores en la gran cita olímpica.
Le Normand tuvo una primera parte tranquila pero después se tuvo que remangar y vio la amarilla en una falta a Cambiaso
La expedición partió en tren desde la estación de Irun y tardó día y medio en llegar a Bélgica después de cruzar toda Francia, curiosamente el país del representante realista titular en el duelo de ayer: Robin Le Normand. En cuartos perdió ante Bélgica por 3-1 con gol de Mariano Arrate, pero como los belgas ganaron el oro, el sistema de competición deparaba la lucha entre el resto por la plata. Y ahí surgió la rivalidad de este clásico porque dicen las crónicas de la época que se dio una batalla campal y que solo acabaron sobre el campo 15 jugadores sanos. Entonces no se podían hacer cambios y los lesionados y expulsados no podían ser sustituidos.
Aquel 2 de septiembre de 1920 jugaron Juan Artola y Silverio Izaguirre. España ganaba por 2-0 pero perdió a un jugador lesionado por la dureza de los italianos y al portero Zamora por agrecir a un rival. El seleccionador Paco Bru determinó que el txuri-urdin Silverio se colocara bajo los palos aunque fuese extremo izquierdo. El árbitro concedió permiso a Zamora, que previamente le había dejado su jersey, para que se quedase al lado de la portería aconsejando cómo moverse al donostiarra. El caso es que su actuación fue clave para mantener la ventaja y colgarse la medalla de plata en los Juegos. Fue su único partido internacional y ahí empezó una larga rivalidad entre las dos selecciones.
Le Normand, como una roca
En el túnel del vestuario pudo perfectamente ir saludando a viejos amigos a los que se ha enfrentado en los últimos años: Di Lorenzo (Nápoles), Pellegrini y Cristante (Roma), Donnarumma (PSG), Frattesi, Barella, Dimarco, Bastoni (Inter)... Es lo que tiene ser de la Real en estos tiempos modernos con tanta participación en Europa, que te codeas con los más grandes a menudo. Luego en el campo, no hubo amigos.
Ya no se llevan los tiempos del catenaccio, pero la escuadra de Spalletti se situó en un bloque medio-bajo que convirtió a Unai Simón en un espectador más mientras Donnarumma, en el portal de enfrente, no hacía más que desgastar sus guantes. Le Normand, de inicio, vivió una noche tranquila porque apenas tenía otra empresa que vigilar al gigantón Scamacca y sus 195 centímetros. Pero como éste era un isla en medio de la nada, las acciones del bretón fueron principalmente en ataque.
A diferencia del día de Croacia, esta vez se lo pensó más a la hora de filtrar balones por dentro, no fuera a alimentar las contras transalpinas en un dibujo de 1-4-1-4-1 preparado para robar y salir en transiciones rápidas. Así que buscó apoyos fáciles en Laporte y, si acaso, conectó algún pase exterior hacia Lamine Yamal saltándose a Carvajal. Si no había precisión, al menos no existía riesgo de contra. Con la línea defensiva muy adelantada, los balones aéreos no entrañaron misterios para él y en situación de repliegue solo tuvo que saltar una vez a banda a por Dimarco para evitar su centro al área.
En la segunda parte la cosa se complicó. Después de que Cristante ya advirtiera en su primera acción ante Rodri, en la que vio amarilla, que el voltaje iba a aumentar, Le Normand vio la suya por una entrada a Cambiaso en banda derecha. El realista se justificó recordando al árbitro las dos faltas que le habían hecho antes del descanso tanto Calafiori como Frattesi, que quedaron sin castigo. Pero Italia iba perdiendo y necesitaba jugar con mayor intensidad, un contexto que le fue como anillo al dedo al blanquiazul.
Saltan Oyarzabal y Merino
La mínima renta en el marcador alimentó las esperanzas de los italianos, que veían que su inferioridad en el juego no les había sacado aún del partido. De la Fuente dio entrada a Oyarzabal para hacer lo que mejor sabe: interpretar lo que requiere cada momento. Una falta provocada por aquí, un robo por allá, un despeje, una presión alta... Hasta Merino tuvo tiempo de entrar en el descuento por un reventado Fabián y participar en la defensa de varias acciones de estrategia para acabar de ganar la batalla.
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