Pedro Sánchez puso ayer la guinda al estado de alarma que decretó allá por el 15 de marzo con una votación que superó con holgura ... y que, en esta ocasión sí, fue trabajada con tiempo para llegar al pleno con los deberes hechos. La vicepresidenta Calvo, ya repuesta de las secuelas del Covid-19, ha capitaneado las negociaciones que han sido fructíferas para el Gobierno, que esta ocasión ha huido de cualquier riesgo político que supuso el acuerdo firmado hace quince días con EH Bildu, formación que sigue sin condenar el acoso que sufre la líder de los socialistas vascos, Idoia Mendia. En estos 82 días de estado de alarma, Sánchez ha vuelto hacer gala de su 'manual de resistencia'. A pesar de improvisaciones, errores, desajustes y un desorden a veces desesperante en la gestión sanitaria, el presidente ha conseguido con éxito la sexta y última prórroga y, de paso, restaurar los apoyos del pleno de investidura con el añadido de Ciudadanos, ahora lejos de aquella imagen de la plaza de Colón. Resulta curioso cómo los partidos que han respaldado la prórroga y que también lo hicieron en la investidura -por ejemplo, el PNV y ERC- han respetado la triangulación negociadora y no han ejercido veto alguno al conocer que Ciudadanos entraba en la pomada. La geometría variable vuelve a surtir efecto y muchos casos Marlaska tendrían que aparecer en el escena para que a Sánchez se le pudiera complicar una futura aprobación presupuestaria que le daría oxígeno para afrontar buena parte de la legislatura.
El PP de Casado volvió a fotografiarse ayer junto a Vox en el Congreso. Lo podía haber evitado, pero ha elegido la vía menos próspera para su futuro, sobre todo tras la desafortunada intervención de Álvarez de Toledo, que debía haber tenido una corrección pública por parte del propio Casado. ¿Dónde está la moderación?
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