Pedro Sánchez recibió ayer en el Congreso todo un jarro de agua fría. Después de romper casi el 'aplausómetro' de Moncloa con la cerrada ovación ... que sus ministros le tributaron tras lograr 140.000 millones de euros de la UE, Sánchez volvió a enfrentarse con la cruda realidad de liderar un Gobierno que no tiene mayoría absoluta en el hemiciclo y depende de otros partidos para asegurar su estabilidad y cumplimentar su hoja de ruta. El PNV, socio preferente que en las seis votaciones del estado de alarma mantuvo su incondicional apoyo al Ejecutivo de coalición PSOE-Podemos, lanzó todo un ultimátum al dirigente socialista porque hasta la fecha no había convocado la Comisión Mixta del Concierto para que se acuerden los límites de deuda y déficits de las administraciones vascas. Era un acuerdo que se debía cumplimentar en julio y su convocatoria aún no llega. El propio presidente desveló el contenido del acuerdo –mantenido con discreción por los jeltzales– y se afanó desde la tribuna en enmendar semejante desajuste aludiendo a su compromiso con Euskadi y a las últimas materias transferidas. Aitor Esteban pegó un puñetazo en la mesa que debió retumbar en los oídos de Sánchez. «No se moleste en llamar a nuestra puerta para buscar más acuerdos si no cumple los suyos». El presidente, que en privado reconoce la fidelidad del respaldo del PNV, debe ser consciente de que, aunque los jeltzales son «exigentes» –como así los califica–, tienen la llave de su estabilidad con sus seis escaños, aunque debe sumar otros más para alcanzar una mayoría cualificada y superar sus primeros Presupuestos que combatan los efectos de la pandemia. Y en este caso, su vicepresidente Pablo Iglesias no parece que facilite la labor cuando manda con cajas destempladas a PP y Cs para que ni se acerquen a su proyecto financiero. Otro desbarajuste.
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