Navarra, Frankenstein y Franconstein
La Comunidad foral se va a convertir en un laboratorio de ensayo de la dinámica de bloques en la política española
Navarra se ha convertido en un avispero que puede reabrir serias contradicciones en la política española. Una vez más. La posición del Partido Socialista ... será determinante para decantar el futuro político de la Comunidad foral. Pero su decisión también encierra señales sobre el futuro sesgo de la legislatura y, tarde o temprano, acentuará un debate pendiente sobre las relaciones entre el PSOE y el nacionalismo radical en un escenario democrático, sin la dramática interferencia del terrorismo. Ahora es una cuestión rodeada de prejuicios, pero con el tiempo lo será menos. Sobre todo cuando la derecha pacta con Vox con absoluta naturalidad y legitima a la extrema derecha con un descaro alarmante.
Navarra será, en ese sentido, un laboratorio. Todo un ensayo político. La socialista María Chivite será previsiblemente la nueva presidenta. El Partido Socialista coloca una pica en la España foral con un ejecutivo de coalición con los nacionalistas de Geroa Bai, con Unidas Podemos y con Izquierda-Ezkerra. La previsible nueva alianza tendrá 23 escaños, o sea, no llegará a la mayoría absoluta. A partir de ahí la gobernabilidad va a depender de los 20 diputados de la coalición Navarra Suma (15 del PP, tres de Ciudadanos y dos del PP) o de los siete representantes de EH Bildu. Puede pensarse que la derecha navarrista va a negar el pan y la sal al nuevo Ejecutivo desde la oposición, pero tampoco hay que perder de vista la situación del previsible futuro gobierno municipal de Pamplona, en manos del centro-derecha, que tampoco va a tener mayoría absoluta.
Anclaje en la izquierda
En todo caso, el viento que sopla en Navarra hacia el cambio indica bastantes cosas. Pedro Sánchez ganó las elecciones con un mensaje de centro-izquierda, orientado hacia el entendimiento preferente con Podemos y con el estandarte del miedo a la vuelta al poder de la derecha, con una amenazante ultraderecha en ciernes. Este enfoque se ha visto ralentizado en las últimas semanas. Pedro Sánchez buscaba una investidura sin ningún desgaste, gracias a la abstención del PP o de Ciudadanos. No ha sido posible y se veía venir desde el primer momento. El centro-derecha tiene clara la estrategia de acoso y derribo desde el primer momento y dejan al PSOE ante el único escenario para que sea viable la legislatura: un eje con Unidas Podemos, que podrá cristalizar en un gobierno de coalición, de cooperación o en un acuerdo de programa, pero que coloca la legislatura en los railes de la izquierda y, tarde o temprano, le obliga a afrontar una cuestión que ahora puede parecer tabú, la necesidad de propiciar una especie de pacto de no agresión entre la nueva mayoría de la izquierda y el bloque soberanista que suman tanto ERC como EH Bildu. Todo eso, dando por supuesto que la posición actual del PNV, de no ver aún condiciones para el apoyo a Sánchez, visualiza la clásica estrategia de negociación. a partir de un punto de partida de fortaleza.
En un reciente homenaje a Gregorio Peces-Barba, el expresidente Felipe González lamentaba que las elecciones del 28 de abril desembocasen en una encrucijada: tener que elegir entre un Gobierno Frankenstein -del PSOE con apoyo de Podemos y los nacionalistas- u otro Gobierno Franconstein, en alusión al bloque de las derechas, del PP a Vox pasando por Ciudadanos. Pocas veces una frase puede ser tan gráfica de los problemas que siguen lastrando la política española, encadenada a una dinámica de bloques de extraordinaria resistencia.
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