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Tomás Caballero regresa con este periódico al número 38 de la calle Mutilva, en Pamplona, el lugar donde ETA asesinó a su padre, también Tomás ... Caballero, el 6 de mayo de hace 25 años. La charla, emotiva, se produce en una bajera de la casa, donde innumerables objetos recuerdan, vida, trabajo y aficiones de su padre. El hoy presidente de la Fundación de Víctimas del Terrorismo reflexiona sobre el tiempo vivido desde el atentado y lamenta que aún hoy «no se detecta un sentimiento unánime por una parte de la sociedad de que matar jamás fue el camino». El concejal de UPN, tudelano nacido en Alfaro «por accidente», recibió dos tiros en la cabeza cuando acababa de montar en su coche para ir a su despacho en el Ayuntamiento. Casado con Pilar y padre de cinco hijos, tenía 63 años y una larga trayectoria sindical y política.
–¿Pesa el legado de llevar el mismo nombre de su padre?
–Mi nombre genera reacción muchas veces. Todavía hoy. Hay quien me dice: 'Ya lo siento', otros se queda en un «¡Ah! ¿Eres hijo de...» y no dicen nada más... Llevo el nombre con orgullo, pero ya le dije en vida a mi padre que yo que no iba a llamar a mis hijos Tomás.
–Se ha preparado un amplio programa de actos para conmemorar el 25 aniversario.
–Mañana, el Ayuntamiento de Pamplona recibe al patronato de la Fundación Tomás Caballero. El día 4 se oficiará una misa en la catedral de Pamplona y después se hará una concentración silenciosa en la Plaza Consistorial. La víspera del aniversario será el tradicional responso y la ofrenda floral en el cementerio. A continuación, se inaugurará una exposición de la Fundación Caballero sobre su vida y asesinato, en el palacio Condestable. Como colofón se colocará un busto en el zaguán de la casa consistorial.
–¿Fue sindicalista y político, y tantas otras cosas más?
–Fue desde siempre una persona muy comprometida. Se quedó huérfano de padre a los 7 años siendo hijo único, en plena postguerra y vivió la pobreza en la que su madre tuvo que salir adelante. De ahí le nace una conciencia social muy importante, de la mano también de una espiritualidad. Era creyente, más de acción que de oración. El compromiso social derivó en compromiso sindical y luego político. Tras las primeras elecciones en las que fracasa el partido en el que se implica, el Frente Navarro Independiente, las personas relevantes y válidas de esa formación se van a los partidos mayoritarios, pero a mi padre no le parecía y se queda al margen. Fue diez años presidente de Oberana y al dejar el club le llamaron para entrar en las listas electorales. Le llamaban siempre de los dos partidos mayoritarios. La parte social del PSOE le encajaba, pero por su religiosidad profunda, no lo veía.
–¿Al final dio el sí a UPN?
–Y se presentó como independiente. Cuando le hicieron portavoz decidió afiliarse. El día que lo mataron llevaba guardados en la cartera los estatutos del partido, de hecho los llevaba siempre para podérselos sacar a cualquiera que le cuestionara algo.
–¿Cómo se enteró del atentado?
–Yo lo que viví fue la llamada de mi hermano pequeño. Me dijo: «Papá ha tenido un atentado y vamos detrás de la ambulancia». Salí corriendo y nada más llegar al hospital y ver las caras de drama de todos supe que estaba muerto...
–Sería un desgarro tremendo
–Entras en eso que se define como shock. Nos dejaron pasar a verlo y ese momento de despedida fue horroroso. Eso que tantas personas han vivido... A partir de ahí entras en un estado en el que estás como en una nube. Estuvimos muy arropados por toda la sociedad navarra y el entorno. En casa de mi madre, en ese estrés inicial era un amigo abertzale de mi padre el que atendía el teléfono.
–¿Le costó tiempo recuperarse?
–Cuesta mucho. No sabes si se sale de una cosa de esas. Hoy sí lo sé. Recuerdo asomarme al balcón del Ayuntamiento, donde instalaron la capilla ardiente, y ver las colas de gente que quería saludarnos. Nosotros necesitábamos saber que la sociedad estaba sana y recuerdo eso con gran alivio. Venían víctimas que no conocía. Paz Prieto me dijo: 'Soy hija de Prieto y a mi padre lo mataron'. Y lo que te sale es decirle: '¿Y se sale de esto? ¿Cómo se vive a partir de aquí? ¿Ahora que viene?' En nuestro caso, el carácter de mi madre ha sido fundamental para que pudiéramos salir adelante. Lo que ha sido mi madre, su talante, su carácter... Fue fundamental esos días inmediatos en los que cada uno afronta de manera diferente cómo ir respirando y cogiendo aire.
–¿Pensaron en marcharse?
–No, no nos hemos querido ir nunca de Pamplona. Ni por lo más remoto.
–En estos años por su trabajo en Iberdrola ha recorrido infinidad de pueblos de Gipuzkoa y de Navarra. ¿Le reconocían? ¿Hablaba con la gente de la izquierda abertzale de su caso?
–Nunca he generado debates porque no hay debate sobre esto. Me parece absurdo. No tenemos nada que hablar. La vida está por encima de cualquier cosa. En eso he sido radical.
–¿Ha recibido algún insulto en la calle o una mala mirada?
–No. Nadie ha venido a decirme nada. Pero siempre me ha llamado mucho la atención el ensañamiento de los que después de matar por aquello de que había que socializar el terror, encima te mandaban una bala o pedían langostinos y champán en la cárcel como hizo De Juana Chaos el día que mataron a mi padre... A mí todo eso, sin embargo, me hace cero daño.
–¿Le molestó el apoyo que recibió Patxi Ruiz, el asesino de su padre, cuando emprendió una huelga de hambre en la cárcel?
–Siempre me ha dolido mucho más la ambigüedad de todos los responsables que no se consideran responsables, todos los que se sienten ajenos porque no disparan. Me ha preocupado más gente como Pernando Barrena, Adolfo Araiz, Patxi Zabaleta, Aralar, o incluso la ambigüedad del PNV.
–¿Le sigue doliendo?
–Me dolía. Yo soy positivo, hay que ir hacia la convivencia, pero las responsabilidades se las imputo a esa parte de la sociedad no clara en defender la vida. Tuvieron responsabilidad por no ser absolutamente firmes y rotundos.
–Los responsables del atentado pertenecían al complejo Nafarroa. ¿Qué sabe de ellos?
–Formaban parte de una estructura, como una gran empresa terrorista en la que no solo estaban los pistoleros, la línea militar, también estaba la línea financiera, la comunicativa... Pero para mí el verdadero problema que queda aún hoy, cuando estamos recordando los 25 años del asesinato de mi padre, es el problema social, no se detecta un sentimiento unánime de la sociedad de que matar jamás fue el camino.
–¿Le gustaría decirle algo al asesino, mantener un encuentro?
–Yo no tengo ningún interés, todos tenemos conciencia, todos sabemos lo que hemos hecho y, en el fondo, creo que ya tiene bastante con que recuerde el sonido de la pistola mientras le disparaba a la cabeza. Soy una persona que respeta el Estado de derecho y acato lo que decidan los órganos correspondientes, pero yo dedicarle tiempo a los miembros de ETA, sinceramente, no me apetece. Cuando salga saldrá, pero cada uno por su camino. No tengo nada que hablarle. Tiene que ser muy triste saber que has ejecutado a una persona vilmente.
–Tomás no se callaba. Después del asesinato de Iruretagoiena les dijo a los ediles de HB en un pleno: «Únicamente les pedimos que pidan que no maten...». Por esa frase y otras, HB se querelló.
–Así fue. El atentado contra Iruretagoiena fue en enero, la querella vendrá en febrero, el archivo en marzo y lo matan en mayo...
–¿No llevaba seguridad, pero le aconsejaron que tomara medidas de autoprotección?
–Le dirían que no hiciera rutinas, pero mi padre iba por la vida libre. Nunca piensas que te va a tocar.
–¿Hablaban en casa de estos temas? ¿Había recibido amenazas?
–Él no daba opción a hablar y mi madre era muy confiada en su marido... Aquel día tampoco debió notar nada raro. Y eso que aquella mañana podía estar más en preaviso después de la conversación telefónica que tuvo con un compañero de corporación que le contó que en el periódico informaban de los papeles incautados a seis etarras detenidos, con nombres de posibles objetivos de UPN y PSN entre los que estaba alguno de su grupo municipal. Creo que mi padre iba por la vida con absoluto convencimiento de que actuaba en conciencia y libre.
La mañana del 6 de mayo de 1998, el edil de UPN Tomás Caballero salió como todos los días a las 8.30 a comprar el pan y el periódico y subió de nuevo a casa. Desayunó leyendo el periódico y luego salió de camino al trabajo con una vecina que le había pedido que le acercara al centro. Patxi Ruiz, con una pistola FN Browning, se situó en la calle de Multiva cerca del número 38, mientras que otro etarra, Alberto Viedma, con otra pistola y una moto, se apostó en las proximidades y Mikel Ayensa se quedó esperándoles para recoger las armas. Caballero arrancó el coche aparcado junto a la casa y Ruiz, que le estaba esperando, fue por detrás y le disparó dos tiros a la cabeza a través de la ventanilla. Le dejó moribundo y el coche embistió otro vehículo que estaba aparcado. Se quedó acelerado y con ruido suficiente como para que José Carlos, el menor de los Caballero, lo oyera. Miró por la ventana de casa y lo vio. Bajó corriendo y estuvo con su padre en los momentos finales cogido de la mano, hasta que llegó la ambulancia. Falleció minutos después.
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