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El irunés de adopción Juan José Mateos, guardia civil y miembro del GAR entre 1999 y 2005, ha publicado el libro 'Inocentes' (Arzalia Ediciones), en ... el que reúne los testimonios de 16 víctimas de ETA. Todas ellas son parte de «una especie de comunidad de amparo» que Mateos comenzó a crear cuando fue destinado a la Policía Judicial en Intxaurrondo tras sufrir en sus propias carnes el zarpazo del terrorismo. Mateos fue víctima el 20 de julio de 1996 de una bomba de ETA que le dejó graves lesiones físicas, le tuvieron que recomponer los dos oídos y operar tres veces de la cabeza. Llevaba solo tres semanas trabajando en prácticas como guardia civil en Reus y el artefacto hizo explosión en el hall del aeropuerto de la localidad tarraconense. Dejó heridas a 33 personas.
–¿Qué es 'Inocentes'?
–Es una deuda pendiente con miles de personas olvidadas que eran felices hasta que ETA chocó frontalmente con sus vidas cuando asesinó a su familiar o le dejó gravemente herido. Tras el éxito de 'Pikoletos', el libro en el que conté las vicisitudes de la lucha contra ETA, ahora publico este nuevo trabajo en el que reúno los testimonios de 16 víctimas del terrorismo con las que he ido trabando confianza en los últimos años.
–¿Quiénes son las víctimas que protagonizan el libro?
–En su mayoría son mujeres e hijos de obreros que no tienen nada que ver con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o con ertzainas o militares, que hemos sido los más atacados. Desde que fui destinado a la Policía Judicial en Intxaurrondo comencé a hacer una comunidad de viudas, de huérfanos, de gente que hemos sufrido a causa de ETA, de extorsionados... Surge entonces en Gipuzkoa una especie de comunidad de amparo, ese que no tuvieron en su día ni siquiera por los curas en sus pueblos. Desde entonces me relaciono con muchas viudas, voy haciendo una estructura de personas que sufrieron una exclusión muy grande y les doy un apoyo que antes no tenían.
–¿Qué experiencias se ha encontrado?
–He podido comprobar que son personas que no tienen con quién hablar, incluso en muchos casos ni con sus propios familiares. En las reuniones o comidas que organizamos me cuentan cómo fue el atentado y todo lo que vino después. Comparten que en muchos pueblos de Gipuzkoa han tenido que llorar en silencio, que no las han dejado ser viudas. Lamentan que en esos pueblos nadie quiere hablar de este tema y que solo lo hacen cuando se reúnen con otras viudas o cuando organizamos los encuentros. Cada una cuenta su caso con una asombrosa naturalidad, realmente necesitan hacerlo y quieren que se conozca su vivencia.
–El libro arranca con el testimonio de Manoli, nombre ficticio de una viuda desde los años 70 cuando ETA asesinó a su marido. ¿Por qué prefiere no mostrar su identidad?
–A su marido lo secuestraron, lo trasladaron a un lugar seguro para los terroristas y le descerrajaron varios tiros en la cabeza. Manoli prefiere ocultar su identidad, pero más que por miedo lo hace porque vive en un pueblo muy pequeño de Gipuzkoa del que nunca se fue a pesar de quedarse viuda en esas circunstancias y al frente de una familia muy numerosa. Y porque tiene además un hijo muy metido dentro de lo que era Herri Batasuna, hoy Bildu, y que incluso justifica lo que le hicieron a su padre. Es incomprensible. Esta mujer cuenta que no ha sido atendida, ni incluso institucionalmente. No le han dado la ayuda económica que le correspondía y algunos se lo hemos promovido en tiempos recientes.
–¿Cómo consigue convivir Manoli en esa situación tan difícil?
–Su caso, como previsiblemente ha pasado muchas veces, tiene tintes diabólicos, contradictorios. La suya es la consecuencia de tener una familia numerosa con hijas e hijos que nacen y se educan en ambientes encerrados y pequeños, como eran los que reinaban en los años 80 en muchas localidades vascas. En algunos de ellos prende la mecha del radicalismo o mal llamado abertzalismo y la división está garantizada. Y con ella, el drama, la impotencia de ver cómo se rompe una familia, cómo los hijos e hijas discuten entre ellos, cómo la memoria de su padre es llevada de un lugar a otro, dependiendo de si eres más o menos radical o abertzale o simplemente un hijo o una hija que no entiende por qué han tenido que matar a tu padre.
–¿A qué destinatario va dirigido este relato?
–Los destinatarios no somos los que hemos estado en primera línea, los que hemos sufrido un atentado, los que hemos tenido que vivir con ello, me gustaría que llegase a esa izquierda abertzale –bajo mi punto de vista mal denominada, porque ellos no son patriotas– y que conozcan la realidad. Aquí, el peso de esta realidad, por desgracia, son los muertos, los mutilados y los heridos.
–¿Cree que todo esto puede caer en el olvido o es de los optimistas que piensa que se seguirá recordando porque hay mucha gente involucrada en que se mantenga viva la memoria?
–Salir de un atentado como salí, en el que la chica que venía conmigo falleció por las secuelas, ya es para proponerse ser optimista de por vida. Pero además creo que es importante que se siga recordando lo que ocurrió porque han sido 50 años de terrorismo. De hecho, con el dinero que gano con los libros, suelo llevar a estudiantes de Criminología de la UPV de Gipuzkoa al Centro Memorial de Vitoria. Reúno a los alumnos, fleto un autobús al que se suman varias viudas o huérfanos, vamos hasta allí y se lo explican. La verdad es que las escenas que se viven en las visitas son un mar de lágrimas.
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